C i n c o

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El atardecer la pintaba el rostro, y más mágico no podría verse. Las nubes yéndose parecía llamarle la atención, el sol ocultándose se la robaba. Estaba apoyando en el baranda de aquel alejado mirador que hallaron por casualidad, ambos manos aferradas al grueso caño. Un cuesta abajo se abría frente de él, el agua a los lejos se dejaba oír, calmada. La brisa comenzaba, alzando mechas de su cabello de oro. JungKook, mientras trataba de mirarlo sin ser demasiado obvio, aceptó que era un joven hermoso. Había visto varios adolescentes lindos en su corta existencia, pero TaeHyung superaba a cada uno por mucho. Sus largas pestañas adornando sus brillantes ojos marrón, su nariz bonita, sus labios del tamaño justo y de apariencia suavemente rosada. Su piel canela manchada de lunares y su cuerpo perfectamente proporcionado. Pero no era solo el físico, porque algo de él llamaba la curiosidad de cualquiera. Similar a un imán, al que no podías escaparte por más fuerza de voluntad que tuvieses.
   
   Dejó de pensar en su belleza, desviando su mirada hacia el agua corriendo. Su mente deambuló en la conversación de TaeHyung por teléfono. Estaba tratando de no pensar en ello, pero, vamos, se hacía imposible. Oyó algo que no le incumbía, y las palabras se hallaban rodando por su cabeza. ¿Qué era lo que tapaba el rubio que no le dejaba ser un adolescente normal? ¿Por qué se escuchó tan angustiado? Todas esas eran preguntas que, seguramente, nunca saldrían de su boca. Porque no significaba nada para hacerlas, por más que lo deseara.
   
   Pero una incógnita sobresalía más que las demás: ¿TaeHyung se iría? No mentiría, se comenzaba a acostumbrar a él. No era difícil después de todo, él era una persona adictiva, aunque apenas lo conociera. Y cuando JungKook se acostumbraba a alguien, al menos, debía saber algo sobre esa persona. Porque así era, se preocupaba por los que tenía aprecio. Y el cariño por Tae estaba en aumento. Sin embargo, no creía obtener muchas noticias del chico si se iba.
   
   Soltó un suspiro justo cuando una mano se le posó en el antebrazo. Giró su cabeza para toparse con los ojos de TaeHyung. Sonrió apenas.
   
   —¿En qué piensas?
   
   —En nada —respondió.
   
   Los labios de Tae se abultaron, JungKook no pudo retenerse de mirarlos un par de segundos.
   
   —Yo... quería pedirte un favor —comenzó el rubio—. ¿Me ayudarías con Matemáticas?
   
   Jeon se le quedó viendo, descolocado. Pero afirmó con la cabeza lentamente luego. No iba a negarse si TaeHyung se lo pedía con un puchero. Ah, maldito manipulador.
   
   —Sí, claro. Dime cuándo y lugar, y ahí estaré.
   
    —Puede ser en mi casa el fin de semana, mi padre no estará —se rascó la nuca, desviando la vista al pecho contrario. El pelirrojo supuso que fue para no mirarlo a los ojos—. No le agrada que lleve gente.
   
   —Bueno, entonces el sábado —no tocó el tema de por qué a su padre le molestaba, pero bien que lo pensó—. ¿Quieres irte ya? Comienza a refrescar.
   
   TaeHyung elevó la vista al cielo cubriéndose de estrellas, sus pulmones se llenaron de aire frío. No, no quería irse, porque, por primera vez, no tenía en la cabeza el peligro que podría volver en cualquier momento, o lo complicado que implicaba el simple hecho de caminar solo. Estando ahí, otorgándose el poder de llamarlo la misma nada aunque a kilómetros se hallara la ciudad, se sentía seguro. Y eso era raro, porque seguridad no era algo que su vida llevase.
   
   —Quedémonos unos minutos más —pidió en un susurro.
   
   Quedaron hombro con hombro, pensando cosas que no se separaban mucho.
   
   La noche cayó por completo, la luna en lo alto iluminaba redonda. Las olas rompían contra las piedras con más fuerza.
   
   —¿Por qué no te defiendes? —quiso saber Kim, de la nada. Como si la pregunta lo hubiese abandonado sin permiso.
   
   —¿Umh? —JungKook lo miró con la confusión tiñendo sus pupilas negras, encontrándose con su perfil.
   
   —Cuando alguien intenta golpearte, ¿por qué no te defiendas? —específico—. Yoongi me contó que nunca lo haces, solo te quedas esperando los golpes.
   
    JungKook no contestó al instante.
   
   —Simplemente, no me llama la idea de pegarle a la gente. La mayoría de las veces, me meto en líos porque estoy defendiendo a alguien de ser golpeado... Es difícil de explicar, pero no me siento bien golpeando, independiente a que la persona se lo merezca o no. Soy capaz de dar una paliza, lo sé, mas no quiero hacerlo. Prefiero recibir los golpes, total sé que sanarán.
   
   —Los de la persona que salvas también.
   
   —Lo sé.
 
  Finalmente, TaeHyung se volteó a verlo. Creyó que se reiría de él, pero solo sonrió. Una sonrisa indefinible, de dientes ligeramente asomándose y ojos apenas estirados.
   
   —Bueno, eso es... raro, pero bonito —se encogió de hombros—. Aunque no me extraña, eres raro.
   
   —No tienes ningún derecho a decirlo —repuso, mientras lo señalaba con un juguetón índice.
   
   —Cierto, no lo tengo... Sin embargo, te lo diré igual —rió y, volviéndose a girar su cuerpo al frente, apoyó la sien en el hombro de JungKook—. Porque soy yo y puedo hacer lo que quiera.
   
   Tan real, él hacía lo quería. Porque no había quien que tuviera la valentía de decirle no. Porque JungKook tenía los sentidos aturdidos para abrir la boca y replicar algo. Porque notó su pecho temblar de imprevisto. Porque no comprendía lo que empezaba a sentir.
   
   JungKook dejó un beso corto en aquel río de sedosos cabellos, y, después, deseó que hubiese sido lo suficientemente suave para pasar desapercibido.

Partible e inteligente [KookTae/KookV] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora