Un pequeño Sueño llamado Wonderland crea un lugar especial llamado «País de las Maravillas». Para que su corta existencia no termine, Wonderland se dispone a recolectar personas que lo sueñen para siempre; sus «Alicias». Sin embargo, muy pronto ésta...
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Capítulo 6: El Pasillo de los Recuerdos
𝕷os niños se quedaron profundamente dormidos. Pero de pronto, un extraño ruido los despertó de golpe: parecía el sonido de la bocina de una trompeta. Todavía adormilados, los hermanos se incorporaron y agudizaron los oídos.
El sonido se volvió a repetir todavía más cerca. Los pequeños se dieron la mano y parpadearon varias veces para quitarse ese pesado sueño de encima y el cansancio demoledor que tenían a causa de haber caminado tanto por ese largo pasillo. Después agudizaron la vista, y lo que vieron les dejó completamente asombrados: un conejo blanco vestido con camisa amarilla, chaleco rojo y pajarita azul pasó corriendo delante de ellos. El Conejo llevaba en el cuello una cadena dorada de la que colgaba un hermoso reloj dorado, y en la mano derecha sostenía una pequeña trompeta que de vez en cuando hacía sonar.
—¡Llego tarde! ¡Llego tarde! —exclamaba apurado el Conejo.
Los niños se miraron durante unos segundos, incapaces de creer lo que estaban viendo. ¿Desde cuándo los conejos se vestían, tocaban la trompeta, entendían la hora...? Y, sobre todo, ¿desde cuándo los conejos hablaban?
Los hermanitos comprendieron que aquel conejo podría ser su única salvación, pues él debía saber qué lugar era ese y cómo se salía de allí. Así que no dudaron en seguirlo.
—¡Señor Conejo! ¡Espere, señor Conejo! —exclamaron los niños siguiendo al peculiar Conejo por el pasillo interminable de los cuadros.
—¡Llego tarde! ¡Llego tarde! —volvió a exclamar el Conejo.
—¿A dónde va tan deprisa, señor Conejo? ¿A dónde llega tarde? —preguntó el muchacho.
—¡No tengo tiempo para contestar vuestras estúpidas preguntas! —respondió el Conejo apresurando más el paso y sin volverse a mirar a los niños—. ¡Llego tarde! Y si ella se da cuenta de que no estoy allí a la hora prevista, ¡me matará! ¡Ordenará que me corten la cabeza!
El Conejo hizo sonar de nuevo su trompeta dorada desesperadamente y aceleró el ritmo de su loca carrera por el pasillo.
Ya casi sin aliento los hermanos lo seguían como podían, intentando mantener el mismo ritmo acelerado del Conejo, pero no conseguían acercarse aunque fuera un poquito a él ya que aquel animal parlanchín era demasiado rápido.
—¿Quién es «ella»? —inquirió la niña—. ¿Por qué iba a querer que le cortaran la cabeza?
El Conejo no respondió a su pregunta, simplemente miró unos instantes su reloj y luego gruñó alarmado:
—¡Me voy, me voy, me voy!
Y desapareció.
Los chiquillos volvieron a encontrarse solos en el pasillo.
—¡Ha desaparecido! —exclamó la pequeña, sorprendida—. ¿Pero, cómo... cómo ha podido desvanecerse así? ¿A dónde habrá ido?
—Al lugar donde esté «ella». Sea quien sea —susurró el mayor de los hermanos—. Pero si el Conejo ha desaparecido así, sin más... Quiere decir que hay una salida... ¡Pero no sabemos dónde está! ¡Y hemos desaprovechado la oportunidad de preguntarle cómo se sale de aquí!