Recordar mi infancia solo con pisotear hojas secas.
Lanzarme corriendo a una montaña de hojas y hacerlas volar, a un lado y a otro.
Recordar, mientras hago eso, que puede que de pequeña si haya sido feliz.
Y seguiré jugando con las hojas todos los años, para recordar, más o menos, qué es la felicidad.