Capítulo 8

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En esta vida hay muchos obstáculos, unos son peores que otros y siempre debo de recordar lo fuerte que debo de ser para continuar en la vida que me está tocando vivir.

Llevo cerca de tres meses viviendo en la casa de Abdiel junto a los demás miembros de su familia y aún no termino de adaptarme. En ocasiones me siento como una hormiga, tan pequeña como que si me dan un pisotón todo se ha terminado para siempre. Otras veces, siento que soy yo quien tiene el problema por no adaptarme. Lo único que sé, es que me hace mucha falta mi madre.
Desde el primer día que llegué aquí quise hablar con ella, pero no puedo.
Ahora estás personas son mi familia, y nada puedo hacer salvo ceder en todo aquello que se me diga aguantando las ganas de llorar que me entrar al estar lejos de mi verdadera familia.

— Keila te noto rara. Cuéntame que te pasa, me gustaría poder ayudarte.— Clotilde deja lo que está haciendo para rodearme por los hombros dándome un cariñoso abrazo.

— Extraño mucho a mi madre. Ojalá pudiera ir a visitarla. — Sin poderlo evitar dejo que una gota resbale por mi mejilla.

— ¿Porqué no se lo dices a tú marido? Habla con Abdiel, estoy segura que te llevará de visita.

— Lo he pensado. Pero...— No me atrevo a decirle lo que pienso a Clotilde. Mejor guardo silencio y escucho sus consejos.

— Venga Keila, anímate, no me gusta verte triste. Además, mañana iré con mi marido a la ciudad, si quieres puedes venir con nosotros.

— Gracias. Me encantaría ir. — Clotilde me sonríe y yo intento imitarla, pues no tengo ese brillo para sonreír aunque la idea de poder ver a mi madre me entusiasma.

En la tarde fui a buscar a Abdiel al jardín. Me senté enfrente de él algo nerviosa. Por su expresión, podría adivinar que algo le estaba poniendo triste.

— Abdiel, me gustaría saber si puedo ir a visitar a mi madre. — Hablo algo nerviosa.

— Sí, podrás ir mañana a verla, aprovecha que mi hermano y Clotilde se van a la ciudad y ve con ellos. Después hablo yo con mi hermano.

— Mil gracias Abdiel. — Saber que podría ver a mi madre me hizo reír enérgicamente.

— Una pregunta. ¿Estás bien? Lo digo porque pareces que estás algo distraído. — Durante unos minutos su mirada clara está fija en el horizonte y su voz me dice un "no" con melancolía, como si sintiera un dolor fuerte y trata de ocultarlo con apariencia serena.

— Abdiel, confía en mí. Puedes decirme qué te ocurre.

— Keila, me gustaría poder contarte lo que siento en estos momentos. Pero no puedo hablar a mi esposa de otra mujer. No es correcto.

— Tranquilo, puedes hablar con tranquilidad sobre ella. Lo que intento es poder servirte de ayuda para que puedas liberar ese lamento que tan afligido te tiene.

— Amo a otra mujer Keila. Y sin embargo estoy casado contigo, que sin tener culpa de nada vas a sufrir por mí rechazo. No quiero hacerte daño Keila, no pretendo ser un ogro contigo, pero debes entender que si no estuviera sentado en esta silla de ruedas, tú y yo no estamos casados. Para mí es difícil mirarte a los ojos y ver cómo tu inocencia se va deteriorando y mi corazón no puede amarte.

Guardo silencio mirando al cielo algo confusa y desconcertada por lo que me acaba de confesar Abdiel.
Trato de liberar en mi interior esta emoción  para así poder borrar cada gota de amor que pueda llegar a sentir por él.
No estoy hecha de mármol, soy mujer. Un ser humano que busca algo de cobijo en los brazos de hombre que se supone debe amarme.
Al parecer, jamás sabré lo que se siente cuando alguien te hable con cariño encendiendo la mecha de mi corazón. Nadie.

— Gracias por confiar en mí. — Es lo único que puedo decir antes de levantarme y marcharme para que no vea llorar.
La decepción no me hace más fuerte, pero tener que admitir que en el corazón no se manda me hace más desdichada, pues escuchar del hombre que me gusta como se expresa de otra mujer y a mí no me da ni una pizca de ese amor, es lamentable.

Al fin, puedo levantarme un día y sonreír porque hoy voy a visitar a mi madre.
No puedo dejar de sonreír, saber que veré a mi hermano me ayuda a soportar los comentarios sarcásticos de Florinda.

— Vaya que contenta te se ve hoy Keila.— Como siempre se para en mitad de la cocina con los brazos cruzados intentando provocarme. Pero ese juego ya no le vale conmigo.

— No tiene nada de malo sonreír Florinda.

— Si estás feliz es por algo. — De nuevo vuelve a la carga. Prefiero guardar silencio y seguir preparando la mesa antes de ir hasta la habitación de Abdiel para ayudarle a ducharse y vestirse.

— Buenos días Abdiel, cómo has dormido. — Le pregunto a la vez que recorro las cortinas para que entre luz.

— Buenos días Keila. Bien gracias. Vaya, te veo distinta hoy, y debo decirte que tienes una bonita sonrisa.

— Muy amable por el cumplido. Estoy feliz porque voy a visitar a mi familia, los extraño mucho y me gustaría preguntarte si me dejarías pasar el día con ellos.

— Por mí no hay problema, entiendo que quieres estar con tu familia, aprovecha y ve con mi hermano Dabiz y con Clotilde.

— Gracias. Ahora ven, vamos a bañarte y cambiarte de ropa para llevarte a desayunar.

Mientras baño a Abdiel solo puedo pensar en Ahmed y mi madre, la sorpresa que se van a llevar cuando vean. Me hace tanta ilusión poder verlos que no me percato donde he puesto mi mano.

— Keila, ¿qué pretendes con poner la mano en mi miembro? — Inmediatamente quito la mano de su miembro disculpándome muerta de la vergüenza.

— Ten más cuidado y no hagas las cosas intencionadamente. — Abdiel se enfada conmigo haciendo que me sienta como una estúpida.
Bajo mi cabeza arrepentida por lo sucedido. Continúo bañandole más precavida.
En silencio le ayudo a vestirse y cuando ya está listo salimos los dos para el salón donde ya se encuentran todos sentados en la mesa esperándole para desayunar.
Como viene siendo costumbre, yo no me siento en la mesa con ellos a desayunar, ni a comer ni a cenar. Y en parte se lo agradezco. Hago lo que sea por no verles sus caras mirándome y lanzando comentarios ácidos sobre mí.

Por ello decido irme a cambiar para que me vea mi madre hermosa, aunque sea en apariencia. El lamento de mi día a día será mi secreto.

Nada mas bajar hacia donde se encuentra Dabiz hablando con Abdiel, éste se me queda mirando con una expresión nada agradable.
Con timidez me agacho preguntándole Abdiel si ocurre algo. Él, me dice que no debo preocuparme por nada, supuestamente todo está bien.

Eso creo cuando al montarme en el asiento de atrás, veo la mirada de desagrado de Dabiz a través del espejo retrovisor.
Y tras su mirada vienen sus advertencias.

— ¿Quién te piensas que soy Keila, tú chófer? Porque no sé porqué debo de llevarte hasta la casa de tus padres.
Si tantas ganas tienes de ir a visitarlos, mira hay tienes una parada de bus, bájate del auto y búscate la vida.

— Dabiz,no puedes hacer algo así. Además se lo has prometido a tu hermano. — Clotilde intenta sacar la cara por mí. Al parecer, a Dabiz no le caigo bien y nada más parar el coche me grita que baje de su auto fusilando con la mirada a su mujer.

— Tranquila Clotilde, estaré bien. Gracias por todo. — Me bajo del auto y espero hasta que llega el bus para ir a ver a mi familia.

Nada más montarme en el bus, la primera idea que se me cruza es salir huyendo a un lugar donde nadie pueda encontrarme y al fin poder romper uno a uno los eslabones que me tienen atada a un hombre que a pesar de ser mi marido, es un desconocido para mí y así librarme de su familia.
Desde que estoy casada con él, habido tantas noches en la que he tenido que abrazarme yo sola en mitad del frío de la soledad, noches en las que tuve que aconsejarme en mitad de una cama vacía donde nadie me acompaña, debiendo mirar a un espejo roto para decirme a mí misma que ya no habrá más lágrimas porque nadie me las limpia. Soy consciente que de todo esto debo aprender que aunque no termine de encajar en una familia donde todos me miran mal, yo no me abandonaré, porque estoy segura que será del único modo donde podré luchar batallas y mi fe me hará de no desistir y ser más fuerte.

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