Capítulo 1

2.5K 152 10
                                    

Desde pequeña mis padres nos han ido enseñando y mostrando de que trata nuestra cultura.
Somos la raza "Hatichi", una comunidad que vive fuera de la gente corriente.
En nuestra comunidad tenemos nuestras propias leyes, costumbres, y sobre todo obediencia y sumisión de las mujeres hacia sus maridos,los cuales deciden como debemos vivir nosotras.
Las mujeres juegan un papel importante en nuestra cultura y sin embargo estamos muy poco valoradas.
El silencio es nuestro mejor aliado unido a la obediencia.
El hombre siempre es el que manda, el que nos dice que debemos hacer y cómo debemos vivir nuestra vida.
Por supuesto me refiero, a que una vez que te casas toda tu vida cambiará por completo. Dejarás de pensar por ti misma para ser sumisa de un hombre que es tu marido. Más bien, yo diría tú amo.
Normalmente, la gente fuera de mi cultura se casan con las personas que conocen y aman.
Nosotras en cambio no. Debemos casarnos con aquel hombre que se encapricha de nosotras y pague a nuestra familia por contraer matrimonio.
Y por supuesto, debemos casarnos con hombres de la raza  "Hatichi".
Ellos saben perfectamente que al casarse con nosotras debemos de ser vírgenes, tendremos los hijos que ellos quieran, dedicaremos nuestro tiempo a ser sus sirvientas quedándonos en casa cuidando de nuestros hijos.
Me entristece pensar que a pesar de los tiempos que corren, todavía esta costumbre no haya desaparecido.

Al menos mi padre me ha permitido ir al colegio y terminar mis estudios. No tengo carrera, aunque me gustaría poder llegar a ser abogada, poder ayudar y defender a las mujeres que sufren en silencio y se amoldan a una vida que le han enseñado desde temprana edad metiéndole ideas erróneas sobre lo que no se puede ver allí fuera del mundo  de nuestra comunidad.
Ese es mi mayor sueño, y espero que se me cumpla cuando me case.

Mi madre se encuentra en la cocina preparando la comida pensativa.
Me acerco hasta a ella dándole un beso en la mejilla.

— Keila, me has asustado. — Mi madre me sonríe tímidamente. Por su expresión sé que algo le ocurre.

— Mamá, ¿Ocurre algo? — Frunzo mi ceño viendo como ella se voltea.

— Keila, debes prepararte. Dentro de tres semanas será la fiesta de Vatls. Eso significa, que un hombre te comprará para que te cases con él.

— Mamá...— Quería decirle tantas cosas a mi madre.
Como por ejemplo, que no soy un paquete para que alguien se deba de encaprichar de mí y comprarme.
Sin embargo, el respeto y el silencio a no ser golpeada por desobediente hace que baje mi mirada hacia el suelo y deba tragarme mi propio orgullo.

— De acuerdo mamá. Estaré feliz de poder encontrar un buen marido.

— Sabes que tú padre está algo molesto contigo. Es la tercera vez que vas ha asistir a la fiesta y debes de hacer todo lo posible para que un hombre se fije en ti y nos pague una buena cantidad de dinero.

— Mamá, yo no soy muy hermosa como mis primas. Hago todo lo que puedo por lucir hermosa.

— Esfuérzate más Keila. Solo te pido que te veas bonita para captar la atención de varios jóvenes y apuesten entre ellos para que seas su esposa.

— De acuerdo, haré lo que pueda mamá. — Escondo en lo más profundo de mi alma la tristeza que me impide ser feliz.
Con tan sólo pensar que un desconocido me tomará como si hubiera ganado un premio hace que quiera salir huyendo.
Si lo hago, sé perfectamente lo que me espera.
Saldrán en mi busca y cuando me encuentren seré castigada severamente.
Así son las leyes en mi raza para aquellos que la incumplan.
Por lo cual, nada puedo hacer salvo seguir al pie de la letra nuestras costumbres siendo buena chica.

Me dirijo hacia mi habitación cuando me encuentro de frente con mi hermano mayor. Por la expresión de su rostro puedo adivinar que algo le ocurre.
Nos miramos en silencio. Ahmed,  pone su mano en mi hombro mirándome con tristeza me anuncia que en tres semanas, obligatoriamente tendré que ir a la fiesta donde un hombre pagará una gran suma de dinero a mi familia por casarse conmigo.

— Hermano, dime qué no es cierto. Yo quiero seguir aquí en casa y poder seguir estudiando.

— Keila no puedo hacer nada, son órdenes de papá. Solo quería avisarte, mañana iremos al pueblo para que elijas el vestido que vas a ponerte en la fiesta. Debes lucir muy hermosa.

— Siento tener que defraudarles, pero soy muy fea, hasta ahora ningún hombre se ha interesado en mí. — Mi hermano me estrecha contra su pecho dándome un ligero beso en la sien.

— Keila, eres hermosa, muy bella. Son esos imbéciles que no saben ver lo guapa que eres. Me duele Keila, me entristece que debas irte de nuestro lado.— Mis fuerzas están al límite. Nada se puede hacer ante las leyes de una cultura que cuentan con millones de personas.

Mi destino está escrito, letras que dictan lo que me deparará a lo largo de mi vida.
Hasta ahora he vivido en una casa humilde, educada bajo unas leyes y unos padres que desean mi felicidad basándose en los comentarios ya escritos hace miles de años.
Es nuestra cultura, es algo por lo que debemos luchar para seguir manteniéndola.

Ahmed me seca las lágrimas despacio sin dejar de mirarme en silencio intento ver en sus ojos marrones algo de comprensión. La encuentro, en sus sus ojos cristalinos acariciando mi rostro volviendo a estrecharme contra su pecho.

— Venga Keila vamos a fuera hablar un rato. — Ahmed, no sólo es mi hermano mayor y mi protector. Ha sido educado para ocupar el puesto de mi padre cuando éste muera.
Entre las familias, hay como una especie de jefe, el hombre más mayor y el más sabio. El que debe corregir los errores de otros y hacer que su familia sea la más perfecta posible.

Me siento junto a mi hermano mirando las estrellas. Comenzamos hablando de nuestra infancia y como me imagino que será mi marido.
Mi vida cambiará, y eso conlleva que la labor de mi madre por haber hecho de mí una buena esposa debo de realizarla.
La idea no me desagrada pues nunca he conocido hombres.
Soy tímida, rara como dice mi amiga Fany.
Mi madre avisa de que nos vayamos al salón a cenar.

Todos juntos cenamos en silencio, nadie habla. Hasta que terminada la cena, mi padre sin apenas mirarme me dice que ya ha encontrado marido para mí.
Siento una bola ácida subir y bajar por mí garganta.

— Gracias padre. — Es lo único que puedo decir ante la atenta mirada de odio de mi padre hacia mi.

— Sí, dame las gracias porque al fin un hombre se haya interesado en ti pagando una cantidad muy baja.
Eres tan poca cosa que no vales nada. — Grita mi padre golpeando la mesa.

— Padre ... — Sollozo.

— Solo espero que seas buena esposa y cumplas con tu deber.

— Lo haré padre. Seré buena esposa.

— Es lo mínimo que puedes hacer por tu familia.
Ahora vete, en dos días tendremos una cena con la familia de tu prometido. Al menos luce algo hermosa para que vean en tí una bella hembra.

Las palabras de mi padre son hirientes, me humillan de tal modo que arañan mi corazón haciendo que yo misma me lo termine por creer.

Subo a mi habitación, quiero poder gritar, romper los barrotes que me impiden volar, soñar, conocer aquello por lo cual se me ha estado prohibiendo a lo largo de mi vida.
Desearía haber nacido en otra familia, donde tú libertad fuera tu manera de expresar todo aquello que anhelo.
Pero no. Me ha tocado vivir entre cuatro paredes, acortando me las ganas de vivir, de tener que cerrar los ojos y afrontar que esta es mi vida y cuando pienso que va cambiar, alguien ha pagado por mí para que sea su esposa.
¿Dónde está el amor? ¿Se puede vivir sin amor?
Qué será de mí en el momento que salga por la puerta de mi casa para cruzar otra puerta y decir: Ahora mi vida comienza de nuevo, pero de otra manera.
Obligación, deber, obediencia y silencio. Esa seré yo dentro de muy poco tiempo.

Lágrimas Por Una Sonrisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora