III

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Berlín 1961

Estoy encerrada en el baño de la Academia hecha un lío por culpa de ese pianista... Endymion. ¿Quién se cree? Yo... no puedo permitir que haga lo que quiera, mucho menos puedo dejar que me humille solo porque cree ser mejor que yo. Ah... suspiro mil veces y doy vueltas como un león enjaulado, mientras intento sosegarme. Sin embargo, nada resulta. Al final, solo me coloco mi largo abrigo y salgo hacia la recepción, dispuesta a marcharme a casa. Lo mejor será ensayar en mi propia sala, ya que no quiero seguir viéndolo ni escuchándolo, con su porte tan perfecto, con sus prodigiosos dedos que se deslizan a la perfección sobre las teclas del piano y con sus profundos ojos azules que me dejan sin palabras. ¿Eh? ¿Me he vuelto loca? Sacudo mi cabeza con molestia y exclamo por ayuda para olvidar esto que no tengo idea porqué me está pasando. En este momento no me interesa nada más que mi carrera, jamás permitiré que un hombre como el me distraiga de mis objetivos... no tengo opción, debo hacerlo, por mi y por mi familia.

Camino rápido hacia la salida y lo veo hablando con la recepcionista, lo que me provoca un desasosiego en el estómago, así que me apresuro para huir de ahí. Sin embargo, Heidi me llama con su voz aguda, obligándome a detenerme. ¡¿Por qué?! Respiro hondo y le respondo lo más amable que puedo, aunque lo único que quiero es salir de ahí ya. Y, segundos después, me doy cuenta de que sí debí hacerle caso a mi instinto, cuando me dice que Endymion es el huésped que Zoicite nos pidió alojar en casa. ¿Acaso se ha vuelto loco? ¿Todos se han confabulado en mi contra este día? Al final, Heidi me convence de llevarlo a casa, ya que mi madre lo espera.

Cierro los ojos, ruego en silencio por paciencia y acepto conducirlo a nuestro hogar, que en estos últimos meses se ha convertido en hostal debido a la escasez económica. Mi madre recibe a los chicos que vienen a la Academia a probar suerte y así, varios han pasado por nuestras habitaciones. Ahora mismo, Zafiro se está quedado en nuestra casa y bueno... de hoy en adelante también estará Endymion...

Lo miro de reojo mientras camina a mi lado, con la elegancia propia de un pianista. Sus ojos azules miran al horizonte, de seguro pensando en quienes dejo al otro lado de la cerca. Una patrulla pasa por nuestro lado en ese momento y me oculto tras su sombra, ya que últimamente la policía popular está muy quisquillosa y es mejor mantenerse lo más lejos posible de ellos.

—¿Le sucede algo? —me pregunta y yo me limito a señalarle con mi índice el auto de la policía—. Ah... ya veo. ¿Cometió algún crimen que se oculta? —me interroga, sonriendo con sarcasmo, mostrándome sus perfectos dientes blancos, mientras un brillo inusual baila en sus pupilas, a la vez que levanta las cejas.
—Es un tonto. ¿Cómo se le ocurre decir semejante barbaridad? Se nota que viene del otro lado. Cualquiera que vive aquí sabe lo complicado que es cruzarse con ellos.
—Solo es una broma. No tiene que tomarse mis palabras tan a pecho.
—Dijo que nuestra relación sería solo profesional, así que mejor evite sus bromas, que por lo demás, son muy desagradables.
—¿Por qué está siendo tan... antipática... conmigo? —me pregunta, deteniéndose de golpe en medio de la vereda.

Me mira con el ceño fruncido, a la vez que aprieta los labios y las manos a sus costados. Los autos pasan por la calle y un avión surca el cielo con su sonido, mientras la luz del sol del atardecer se cuela por en medio de los edificios, iluminando su rostro perfecto, dejándome ver cada detalle de él. Su cabello se mueve con ligereza debido a la brisa y por un segundo mi corazón se detiene.

—Yo... —intento decir, pero me he quedado sin palabras en este momento. Cierro los ojos y desvío mi mirada para poder concentrarme, hasta que al fin me recupero de aquel extraño trance en el que estaba. ¡Maldición! ¿Qué me está pasando?—. ¡Porque es un odioso!
—Ni siquiera me conoce. No sabe quién soy ni de dónde vengo, mucho menos qué ha sido de mi vida. Pensé que era distinta a las demás bailarinas, pero me doy cuenta de que no es así —sentencia, girandose para seguir su camino, sin siquiera esperarme. Sus palabras me llegan directo al corazón, atravesando mi alma, juzgandome porque yo lo he hecho primero.

Amor prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora