El sueño

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Mis manos realmente se estaban quemando

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Mis manos realmente se estaban quemando. Realmente estaba experimentando el dolor más fuerte que nunca había sentido, realmente no podía soportarlo. Pero ahí estaba, gritando como me dijeron que no hiciera. Quise salir de la habitación, pero no podía mover mis manos. El dolor y el pánico me consumía, las lágrimas caían por mis mejillas. Me giraba hacia la puerta esperando con desesperación que alguien entrara, mientras intentaba abrirla. Me encontraba de rodillas en el suelo, sintiendo que iba a desmayarme en cualquier momento, cuando entonces...

 Se levantó, me giré hacia él. El fuego se extendía y mi conciencia se desvanecía. Emiel se acercó a mi lo más rápido que pudo. Instintivamente, pensé que abriría la puerta, por lo que me giré hacia ella. Sin embargo, lo que hizo en verdad hizo que otro grito resonara en el cuarto. 

Aquél desconocido me tomó de ambas muñecas. Yo no entendía nada, sin embargo no había palabra que pudiera escapar por mi boca, no había movimiento que pudiera salvarme. Me sentía completamente perdida.

Emiel cerró sus ojos y una misteriosa luz blanca rodeó sus manos, extendiéndose así hasta mis brazos. En cuestión de segundos, todo el dolor se había ido junto a las llamas. Me quedé anonadada mirando mis manos. No lo podía creer, esto tenía que ser un sueño, pero tenía una explicación ¿No...?

"Tranquila..." Susurró Emiel, acomodándome el flequillo, para luego ponerse de pie y tomarme del brazo para ayudarme a levantarme. Así fue como nuestras miradas se conectaron por segunda vez. Emiel me sonrió dulcemente, para luego encorvarse un poco y apretar mis brazos con fuerza, intentando mantenerse de pie. "Lo siento..." Dijo en voz baja, cambiando su expresión amable a una de dolor. Hice lo posible por ayudarlo, entonces una enfermera abrió la puerta de par en par y observó atónita la escena, para luego pronunciar en voz alta el nombre de otra enfermera, encargándole un extintor.

Lo que pasó luego fue que la primera enfermera ayudó a Emiel a volver a la cama, mientras que la otra apagó el fuego del abrigo -que aún ardía en llamas- y abrió las ventanas para que se disipara el humo. Luego... Me echaron. Intenté explicarles lo que pasó, pero no encontraba la forma. "Supongo que tendré que volver mañana..." Pensé.

En el camino a casa revisaba constantemente mis manos, a veces más de lo que veía por donde caminaba. Aún no podía creer todo lo que acababa de pasar. Deseaba que todo fuera un mal sueño, deseaba despertar ya y por dios, incluso deseaba que fuera lunes y tuviera que ir al trabajo. Pero no, todo era muy real, quizá todo era un engaño, pero era un engaño real.

Al llegar a mi casa me quedé de pie un rato observando el lugar donde Emiel y yo nos habíamos encontrado; por alguna razón, sentía una presión en mi pecho al pensar en ello. Supuse que era normal, no es muy agradable encontrarse a una persona en el estado en el que dejaron a Emiel, y mucho menos lo era estar alucinando o siendo engañando de manera espectacular. Por lo que intenté alejar esos pensamientos de mi mente y ya dentro, me di una ducha y me desplomé en mi cama. Sentía un cansancio parecido al que deben sentir las personas que no han dormido en más de veinticuatro horas, o aquellos que pasan más de doce trabajando bajo el sol, o aquellos que están bajo la presión más abrumadora que nunca han experimentado. Sin embargo, no podía conciliar el sueño.

Otro camino al cieloWhere stories live. Discover now