Diez canciones

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Los ojos de Chanyeol seguían a Jongin de un lado a otro de la cocina. Vestía su camiseta —que le quedaba bastante ancha— y unos pantalones de chándal, mientras que él simplemente se volvió a poner los vaqueros y nada más. Jongin ni se había molestado en recolocarse el pelo después de levantarse de la cama, así que Chanyeol se encontraba adorando los mechones revueltos en graciosas formas. Le entraron unas ganas enormes de hundir los dedos entre sus cabellos y peinarlos con delicadeza, pero también le gustaba verlo tal y como estaba, así que decidió no moverse, quedándose apoyado sobre la mesa de la cocina con los brazos cruzados.

—¿Seguro que no quieres que te ayude, Nini?

—Que va, solamente tengo que recalentar las sobras que dejó mi madre en la nevera. —Se giró hacia el mayor con una sonrisa de disculpa—. Perdón por no poder cocinarte nada, mis dotes culinarias no han mejorado para nada en todo este tiempo.

—Sabes que no me importa. Es más, echo muchísimo de menos la comida de tu madre.

Jongin sonrió complacido y siguió preparando la comida en distintos platos para después calentarlos.

—Chanyeol, ¿no tienes frío? —preguntó cuando se acercó a la mesa donde el mayor estaba apoyado, para poner el mantel.

—No, ¿por qué?

El moreno simplemente bajó la mirada hasta el pecho del contrario, señalando sus pezones endurecidos, con una sonrisa burlona.

—Puedo devolverte la camiseta y ponerme yo una mía.

Chanyeol sintió cómo se le arrebolaban levemente las mejillas; sin embargo, negó rotundamente con la cabeza y acercó a Jongin para dejarle un sonoro beso en la frente.

—Ni se te ocurra, me encanta como te queda.

Ahora fue el turno del moreno para sonrojarse; uno, porque le encantaban los besos en la frente; y dos, porque en el fondo no quería quitarse la camiseta de Chanyeol, olía demasiado a él y se le antojaba imposible alejarse de ese aroma que siempre le encantó.

Cuando al fin se sentaron en la mesa a comer, Chanyeol recibió una llamada por teléfono que no duró ni dos minutos. Por las contestaciones del mayor, Jongin pudo deducir que hablaba con su manager.

Aquel pensamiento le vino como un jarro de agua fría en toda la cara. Obviamente sabía que Chanyeol era un famoso cantante de talla nacional, y que si salía a la calle lo más probable era que se le viniera una avalancha de gente encima; también salía en varios programas de variedades y participaba en emisiones de radio. Sin embargo, a pesar de saber todo aquello y estar más que concienciado, a Jongin no le daba la impresión de estar sentado a la mesa con una estrella famosa. Seguía siendo él, el mismo Chanyeol bobalicón al que siempre se le caían los fideos de los palillos y acababa poniendo perdido todo el mantel de salsa. En ese instante no sentía ningún muro entre ellos, Chanyeol seguía siendo Chanyeol, por mucho que insistiera en dar esa imagen de cantautor melancólico al público.

No importaba que pasaran diez años o cien, Jongin siempre sería la persona que más conocería a Chanyeol. Habían vivido momentos realmente íntimos que nada ni nadie podría reemplazar jamás.

De pronto, Chanyeol dejó a un lado los palillos, su rostro expresaba preocupación y vergüenza. Jongin captó que quería decirle algo pero que no encontraba las palabras adecuadas. Le parecieron enternecedoras las muecas que puso mientras decidía.

—Yeol —dijo para llamar su atención—. Simplemente suéltalo.

—¿Tan evidente soy? —Rio con ganas—. Es que...estaba dándole vueltas a lo de antes y me he dado cuenta de que...—Se paró un momento con la boca abierta y miró hacia abajo. Jongin se moría por saber qué era lo que le daba tanta vergüenza decir—. No usamos protección. ¿Debería preocuparme?

La canción que nos une | ChanKaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora