4: Silencio en resonancia

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La realidad se quebró ante mi incrédula mirada y pude sentir de nuevo mi existencia. Estaba en mi habitación, en mi cama, aún con esa impresión de debilidad por las lágrimas pasadas, reviviendo aquella sensación de vacío en mi pecho; pero en mi mente la imagen de aquel suicidio seguía latente: el brillante color de la sangre y la intensidad de su olor, el cuerpo inerte en el suelo, la lluvia violenta que a lo lejos se escuchaba. No entendía lo que estaba sucediendo.

No había sido un sueño, era lo que pensaba; seguía despierto y no recordaba haberme dormido. No podía ser un sueño. La nitidez del lugar, del aspecto de aquel joven, de su acto de muerte; la claridad de los sonidos, el terror asfixiante que había experimentado y la densidad del silencio que luego lo dominó todo. La realidad no podía trasladarse así a un simple sueño. Pero ¿Qué más podía ser? Estuve confundido durante varios minutos y el cansancio finalmente me venció.

La oscuridad me envolvió de forma repentina. Recuerdo que al principio escuchaba incontables voces. De un momento a otro llegaban a mí y pretendían enloquecerme. Era como si cientos de personas hablaran a mis oídos exigiendo que les atendiera; conversaban entre sí, conversaban conmigo, gritaban, reían, lloraban, susurraban. Todas al mismo tiempo, creando una sombría resonancia entre mis pensamientos, aunque a mí alrededor todo estuviese en silencio. Después, la oscuridad se introdujo en mí, y ya no quise volver a cerrar mis ojos, porque cada que mis parpados descansaban, me veía siendo devorado por una vasta penumbra al tiempo que descendía de forma estrepitosa hacia un infinito abismo. Temblaba, se me helaba la sangre, respiraba agitado; estaba enloqueciendo y no entendía cómo ni por qué.

A lo lejos un sonido trataba de alcanzarme, una voz distante, monocromática.

—Este suicidio destaca por la violencia del acto. Aquel joven rasgó su garganta como si de verdad odiara su existencia.

Quedé inmóvil al escuchar, con los ojos estáticos y un acelerado palpitar en mi corazón. El sonido tosco de una radio viajaba a través del silencioso ambiente de la madrugada; no sabía que tan cerca o que tan lejos estaba, pero sus ondas alcanzaban a acariciar mis oídos.

—Los padres del joven estudiante están devastados y confundidos...

Dejé de escuchar, dejé de pensar. Parecía que huía hacia la seguridad de mi mente, rechazando lo que estaba sucediendo, ignorando que en mis pensamientos, la oscuridad había extendido ya su dominio.

Silencio y penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora