7: Tenue demencia

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En realidad, sí era el inició de la locura. Pero ¿Cómo podría saberlo? ¿Cómo podría entenderlo? Ni siquiera iba a ser capaz de aceptarlo.

Aquel joven se había suicidado, no lo había visto solo yo, no había sido solo el triste y melancólico producto de mi imaginación. En verdad había desistido de mantenerse en su sufrimiento, cualquiera que fuese, y se arrebató con odio la existencia. Había sucedido, aquí, en la pequeña y desvalorada ciudad donde vivía; muchas otras personas habían visto también su cadáver, su sangre escandalosa. Sin embargo, yo no le conocía, jamás había visto su rostro ni escuchado su nombre ¿Por qué entonces cada que cerraba los ojos veía su sangre brotar vehemente desde la herida de su cuello? ¡Maldita demencia que pretendió consumirme! ¿Por qué? No lograba percibir tan solo una miserable razón, un insignificante y moribundo motivo por el que debería sufrir tal tormento. Yo solo quería olvidar, raer de mi memoria el funesto rastro de la muerte, extirpar su hedor, la experiencia desgarradora; solo quería arrancar de mis ojos la infausta repetición de sus muertes. Sí, porque también la recordaba a ella e igualmente veía su cadáver, en todos lados, en todo momento.

Quedé en silencio un instante y la doctora me contempló con incomprensión.

—No quisiera pronunciarlo. El recuero de su muerte aún me produce un enorme dolor.

Intenté explicar ese detalle pero la mujer no respondió. Entonces, suspiré y pude continuar con mi relato:

Que ingenuo fui. Podría gritar, exclamar con ira para que el mundo entero me escuchara; podría llorar con la más hiriente desesperación hasta que mis ojos desgastados sangraran, pero la muerte quiso impregnarse en mí y lo irracional de todo lo que me sucedía me abandonaba en un silencio invisible e intangible para cualquier otro ser.

Era mi condena. No podía pretender ayuda alguna ¿Quién creería tan insana narración? ¿Algún otro demente experimentaba una agonía similar? Quisiera decir que sí. No obstante, la oscuridad quería embestirme con una única verdad: estaba solo, completamente solo y mi vida sería, sin duda alguna, un infierno aborrecible.

¿Quería la muerte que yo también me suicidara? ¿Acaso era ella que me llamaba con voz funesta desde algún otro plano? ¿Ella a quien yo amaba? ¿Podría ser? ¿Su recuerdo se mantenía atado a mí y desde la oscuridad me añoraba? ¡Estúpidos pensamientos que corroían mi cordura! Los muertos nada saben. La muerte es solo un sueño interminable...

Me obligaba a creer en mis propias palabras, pero ya no tenía fuerzas. La irrealidad me consumía desde adentro y cualquier fragmento de locura que se sumara a mi desgracia iba a derrumbarme. Pero ¿Quién era yo para decidir cuanta carga más podía soportar?

―¿Cuánto más podría alguien soportar?... —Le pregunté de repente a la doctora—. ¿Usted qué opina?

—¿Por qué?... ¿Es a mí? Pensaba que era una pregunta retórica.

—En parte...—extrañamente, me vi tentado a sonreír, aunque sin ningún tipo de alegría—. Sí le estoy haciendo la pregunta, doctora. Así como me la hice a mí mismo, así como la escuché en mi cabeza, por parte de otra persona.... Por supuesto. Otra voz vino a mí en medio de mi delirio. ¿Era otro joven? Sí. Le recuerdo bien. Le vi justo antes de su acto: entraba a su cuarto llevando una gruesa cuerda en su mano.

Silencio y penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora