5: Inconsciente

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—Entonces usted cree que existe alguna especie de conexión sobrenatural... —se apresuró a deducir la doctora, manteniendo su mirada sobre mis ojos.

No supe que responderle, principalmente porque aún no tenía la menor idea del porqué de ese y de todos los subsecuentes sucesos.

—Tal vez le parecerá muy obvia mi pregunta. Pero ¿Se aseguró de que la persona que aparentemente vio en esa... visión... era el mismo joven del que hablaban en esa noticia?

—No pensé en hacerlo... —pude decir pero ella no tardó en interrumpirme.

—¿Por qué? Sería la acción más lógica. Si se cercioraba de que realmente no era la misma persona, de que todo pudo ser solo una muy desagradable casualidad, entonces su consciencia habría descansado.

Seguramente la doctora creía vislumbrar la más simple solución a mi enrevesada problemática; tal vez, en su agudo pensamiento, asumía mi falta de raciocino, posible producto del dolor, de la pena, de la superstición, de cualquier actitud o capacidad inferior a su inteligencia.

—No pensé en hacerlo —le repetí—, y no llegaría a ser necesario. Pero, aunque en mi interior, en las fibras de mi ser, en lo profundo de mi consciencia, inevitablemente sentía que era la verdad, que sí era la misma persona; el mundo que me rodeaba se encargó de restregarme el acontecimiento, varias veces, a pesar de mi intención de huir de ello.

Se veía incrédula. No podía aceptar el hecho de que sus conjeturas fallaban ante la compleja trama que envolvía mi relato.

—Las personas cercanas a mí, las noticias en el periódico, en la radio... todos los detalles inconexos que desde uno u otro lugar me cercaban y me acosaban.

—¿Qué detalles? —La doctora no se aguantaba las ganas de porfiar mis afirmaciones.

—Desde lo más evidente como que era un estudiante de artes, o como la forma específica de su muerte... hasta lo más rebuscado como los dibujos que había en su habitación.

Esta vez fue ella quien no supo que contestar.

—Yo ya lo sabía, antes de que me hablaran en todo momento y en todo lugar sobre como ese joven se había suicidado... y es que era algo ridículo. ¿Cuántas personas se quitan la vida a diario? Esta ciudad no es la más grande, pero igual deben pasar cosas así; robos, asesinatos, desapariciones, suicidios... cosas como esas ocurren todo el tiempo.

—Y por qué cree que tenía esa seguridad.

—Ya se lo dije. En mi interior...

—¿Una corazonada? —Veía que le gustaba interrumpirme.

—Más que eso, era una certeza que va más allá de un sentimiento... algo en mi consciencia me hacía creerlo, aunque yo no quería hacerlo, esa certeza ya estaba ahí, grabada en mí.

—Dice que su inconsciente le llevó a creer eso, desde el principio.

—Es probable...

Quedamos en silencio unos segundos. La doctora no había vuelto a escribir en su agenda; es posible que ya no considerara necesario hacerlo.

—Usted dijo que no llegaría a ser necesario... confirmar que era realmente el mismo muchacho.

—Así es.

—¿Por qué?

Sonreía levemente. Parecía que se estaba interesando en mi historia. Sería la primera vez que alguien lo hacía.

—Vera, doctora. Al principio yo estaba como usted: incrédulo, confundido, ansioso.

Mi comparación no le agradó mucho.

—Esa situación me desesperaba y no podía evitar asfixiarme en los recuerdos de mi pasado, en mis errores, en mis debilidades... ya me estaba ahogando en el dolor de la soledad y ahora se sumaba esta macabra anomalía. No pude hacer más que quejarme por lo injusta que parece la vida.

Silencio y penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora