8: Ilusión de ira

39 2 4
                                    


—¿Cuánto más podría alguien soportar?...

Le escuché con una odiosa claridad al tiempo que una imagen nítida se clavaba en mis ojos, desdibujando mi entorno, doblegándome con arrogancia.

―¿Crees que no tengo la fuerza para liberarme? ―El joven le habló al silencio, a la soledad que rodeaba su habitación―. La rabia que siento es más fuerte que todos estos miedos.

Estuvimos frente a frente algunos minutos. Él no era consciente de mi presencia, aunque yo sí era consciente de su tormento, o al menos, creía serlo.

Le sentía solo, destrozado, perdido, sin duda la insondable oscuridad dominaba todo su ser. Lo veía en su rostro, estaba sufriendo, estaba deseando morir; no había rastro de luz en su mirada y su cordura se estaba extinguiendo. Podía imaginar la pena que ese momento nublaba su mente, podía percibir el abismo que entre sus pensamientos estaba devorando su conciencia. ¿Ese era también mi aspecto? Tal vez sí, porque poco a poco estaba acercándome a mi propia versión de la demencia.

Le imaginé cayendo, prisionero de ese espeso vacío, enloqueciendo ante la desgarradora presencia de innumerables voces que gritaban sin descanso a sus oídos. Le imaginé en mi lugar y pensé que al final, de seguro, yo terminaría también en su situación. Volvía así esa idea despreciable, yo mismo la evocaba ¿Terminaría también quitándome la vida? No quería ser tan cobarde.

Por un instante sentí que me miraba. Tuve miedo. ¿Sabía que yo estaba ahí? ¿Cómo reaccionaría ante eso? Intenté dar un paso hacia atrás al tiempo que su respiración se agitaba, pero su mirada volvió a perderse. Bajó sus ojos al suelo, parecía querer romper en llanto, pero ya no tenía lágrimas para liberar su agonía. Me equivocaba, no me estaba mirando, no era a mí a quien lanzaba toda esa rabia y desprecio, no era a mí a quien quería arrojar en la oscuridad que emanaba del vacío por donde caía. A mi espalda, junto a la pared, algunos lienzos inacabados llamaban a momentos su atención. Pero él desistió, se estaba quedando sin fuerzas y su soledad le abrumaba hasta el punto de no verle sentido a gritar, a buscar ayuda, a intentar huir.

Tomó la cuerda con ambas manos, sin pensar, huyendo de la realidad, esquivando con sus ojos todo lo que en su cuarto se encontraba. Subió sobre su cama y amarró la soga a la ventana que indiferente adornaba aquel extremo de la habitación. Su posición no era tan alta, por lo que corrió un poco el mueble, lo justo para que sus pies descolgaran.

No pronuncié alguna palabra, aunque tenía presente que él ignoraba mi existencia, me sentía incapaz de moverme, incapaz de ayudarle, de intentar al menos hablarle.

Le observé así, inmóvil, mientras que pasaba su cabeza por debajo de la cuerda, de espaldas a la ventana, tirando luego de sus puntas, apretando al máximo el nudo que había hecho.

―¡Maldita! ¡Miserable!

En verdad se estaba ahorcando ¿Por qué? ¿A quién le gritaba? Sus manos temblaban, sus pies se movían agitados ¿Por qué no desistía? Sus ojos se ensanchaban pero no intentaba detenerse; su piel empezaba a cambiar de color, pero sus manos se mantuvieron abajo, temblando, sacudiéndose con nerviosismo. ¿Qué le había llevado a despreciar tanto su vida? En ese momento creo que sí pudo verme. Sentí la rabia desbordante en sus ojos, pero no me dio importancia, despreciaba aún más lo que estaba en aquellos cuadros, los que sentí, él mismo había pintado, aunque sin terminar.

Quise seguir su mirada pero no pude dejar de presenciar el momento de su muerte: la cuerda se había incrustado bajo su quijada y sus ojos enrojecidos perdieron por completo su tenue brillo.

"Nadie se quita la vida sin un motivo..."

No entendí esas palabras que de repente nacieron en mi cabeza. Confundido miré hacia los lienzos: de nuevo estaba ella, la mujer de cabello negro, aunque su rostro estaba distorsionado.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 28, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Silencio y penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora