XXIII. Una conversación imaginaria

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El llavero que siempre cargo tiene una pequeña hoja afilada. No tiene más de un centímetro de largo y cuatro milímetros de ancho. Está escondida debajo de un adorno de plata delgado al cual está sujeto la cadena, la cual a su vez contiene las llaves que debo llevar a todos lados.

Fue un regalo de mi esposa, Alicia.

Recuerdo entonces que he estado tratando de contactar a mi familia desde que todo este embrollo comenzó, pero no he podido. Sin embargo, ¿realmente lo he intentado? En cualquier momento he podido agarrar mi celular y llamarla. Lo he estado tratando como si fuese un asunto ceremonial. Que comunicarme con mi esposa es parte de un ritual que debo observar.

Supongo que con el tiempo eso puede pasar. O todo lo contrario. Que la comunicación dentro del matrimonio sea cada vez más casual. En mi caso eso no ha sucedido. Mi familia es una maquina muy bien aceitada. Mis hijos se levantan a una hora y hacen una serie de cosas para luego salir al colegio. Desde tender su cama hasta lavarse los dientes. Y todo debe ser hecho en un orden correcto o hay conflictos en los baños porque uno está retrasando a otro.

"Oh, por supuesto que los extrañas. Pero, ¿realmente los quieres?", escucho una voz suave detrás de mí. Muy calmada. Trato de voltearme para ver de dónde viene, pero no puedo. Estar amarrado a una silla suele tener ese efecto.

"¿Hay alguien ahí?", pregunto.

"¿Lo hay? ¿O estás imaginando voces? Sería perfectamente natural. Trabajas para monstruos, después de todo"

"¿Quién está ahí?"

"Antes de preguntarte eso deberías definir si es que hay alguien aquí. No pareces estar muy convencido de eso"

Yo no tengo tiempo para juegos. Si hay alguien ahí detrás, está pretendiendo jugar con mi mente y no merece mi atención. Si, por el contrario, no hay alguien ahí detrás, me estoy volviendo loco y será mejor no atender a esta alucinación de mi mente bajo presión.

Prefiero dedicar el tiempo en intentar escapar. Ya sé que mi llavero con cuchilla escondida está en el bolsillo de mi pantalón. Ahora debo pensar en cómo sacarlo.

"¿Qué estás buscando?", escucho la voz. "¿Esto?"

Siento una mano que se introduce al bolsillo y saca el llavero. Luego suavemente da un par de pasos para colocarse delante de mí. Recién entonces puedo ver al dueño de la voz.

Un vampiro, por supuesto.

De hecho, es un vampiro que no conozco.

Esto es algo que no debería ser. Yo conozco a todos los vampiros de la calle Abastos. Y si llega un vampiro de otra ciudad, deberían notificarme.

"¿Quién eres?", pregunto sorprendido.

"Oh, ésa es la pregunta, ¿no es cierto?", pone el llavero frente a mí. "¿Estabas buscando esto?"

Es un vampiro sin lugar a dudas. Para empezar, parte del contorno de su cuerpo no está definida. Los seres humanos tenemos cuerpos sólidos. Uno al ver a un humano usualmente puede decir en dónde acaba su cuerpo y en dónde comienza el aire que lo rodea. Con un vampiro no siempre es así de fácil. Una de las muchas habilidades que van aprendiendo conforme pasa el tiempo es a convertirse en una especie de gas negro incorpóreo, que les permite ingresar a lugares difíciles.

Una regla que ellos tienen, sin embargo, es que solo pueden entrar a residencias a las que han sido invitados. Si este vampiro está aquí es porque en algún momento fue invitado a entrar.

Nunca entendí el sentido de esa restricción. ¿Es una especie de código de honor entre los vampiros? ¿O es una especie de asunto místico que los ata? Quizás es una de las compensaciones que la naturaleza les impone a cambio de las habilidades sobrehumanas que reciben. No lo sé. Lo que sí he visto es que ninguno de ellos ha roto esa regla jamás. Si un vampiro no es invitado a una casa, no ingresa a ella. Simple.

Los vampiros de la calle AbastosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora