2.- Llamada perdida.

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Ni siquiera yo mismo entendía qué demonios se suponía que hacía en ese lugar.

   Una fiesta era lo que menos necesitaba en ese preciso momento, con ese preciso estado de ánimo. Aun con tanta incertidumbre conservaba la agria sensación de que estaba arruinando mi vida con cada paso que daba. Mi mente era un espacio en blanco que, irónicamente, estaba lleno de confusiones que me robaban la calma y que me hacían preguntarme qué es lo que pretendía asistiendo a ese lugar.

   Así que, sí, ahí estaba yo, hecho un completo desastre mental. Tratando de entender porque mis pies se rehusaban a seguir mis órdenes y se movían libremente por un jardín lleno de chicos que charlaban y reían alegremente entre ellos...

   Y sólo eso.

   Gran sorpresa me llevé pues no había botellas de ron tiradas por el césped, ni personas vomitando con vasos de colores llenos de alcohol entre sus manos. Sólo chicos platicando tranquilamente, riendo, pasando un buen rato. Parejas abrazadas o tomadas de la mano, disfrutando de la luna mientras se echaban en el pasto. Con música de fondo, suave, a volumen bajo.

   No había patrullas, ni vecinos gritando que apagaran la maldita música porque no podían dormir con tanto escándalo. No había gritos, ni risas estruendosas. Tampoco había concursos de eructos ni parejas grotescas comiéndose la boca en las esquinas.

   Era una noche con un silencio relativo. Propicio a la meditación. Cualquier conducta rebelde o insolente quedaría fuera de lugar. Un montón de chicos se habían graduado finalmente de la preparatoria y su mejor idea para pasarla bien había sido organizar una reunión sosegada.

   Estaba sorprendido, lo admitía.

   A decir verdad, Haechan nunca me pareció la clase de chico que se la pasara metido en detención, pero tampoco del tipo que organizara fiestas con temáticas pacifistas. Quedé verdaderamente asombrado y sobre todo, decepcionado. Porque no sabía qué hacía yo en aquel lugar, de pie, en medio de personas tranquilas y alegres que diferían tanto con mi estado de ánimo. Sin embargo, tampoco entendía porque no quería irme y sobre todo, porque una sensación exacerba y espesa se instalaba en mi interior de solo pensar en lo que Jeno hubiera podido hacer con el lugar. Seguramente, a esas horas los chicos estarían gritando de emoción porque la música del momento retumbaba estruendosamente en sus oídos, o porque un novato estaba a punto de ganarle a un experto bebiendo alcohol de un embudo.

   Probablemente su sonrisa que hacía de sus ojos dos medias lunas sería tan grande y sincera, que a más de uno le darían ganas de tomar una botella de whisky y pasarse un buen rato a su lado, con una manta a la luz de las estrellas.

   — ¿Cerveza?

   Ten me sacó de mi ensimismamiento.

   —Una limonada.

   — ¡Ay! ¿Es en serio? —Ten puso los ojos en blanco cuando Mark asintió recibiendo mi orden y caminó hacia la cocina en busca de nuestras bebidas. Seguramente Ten estaba pensando en lo idiota que me vería tomando limonada en mi fiesta de graduación, pero dado a los hechos suscitados recientemente no quería volver a saber nada del alcohol.

   —Te das cuenta de que esto no es una fiesta, ¿verdad? —alcé un tanto la voz para responderle a Ten porque aunque la música no estuviera tan fuerte, seguía siendo débil el tono desganado que usaba para expresarme—. Nadie se está desnudando sobre la mesa ni muriendo por un coma etílico. Solo son chicos disfrutando tranquilamente de su graduación. No se los arruines.

   Ten soltó una carcajada.

   —Odio decirlo pero tienes razón. Ellos realmente no saben lo que es dar una fiesta.

Odio |NoMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora