Después de pasar dos semanas completas sintiéndome como la mierda, ya tenía mis cosas empacadas, las esperanzas perdidas y las ganas de vivir en la basura.
No era como que tuviera mucho que llevarme de todas formas. Tomé lo indispensable en una maleta y con las pocas energías que aún conservaba doblé mi ropa y separé los zapatos en bolsas para que no se juntaran y se mancharan entre ellos.
Mis padres fueron los más sorprendidos por mi decisión, tanto, que no pudieron procesarlo correctamente. No dejaron de preguntarme durante el tiempo que permanecí en casa si realmente estaba seguro de lo que estaba haciendo con mi vida o si el sentido que iba a tomar la misma era objetivamente el que yo quería. Por supuesto que no estaba seguro ni siquiera de estar en mis cinco sentidos. Cambiar mi ambiente por uno que desconocía por completo sonaba tan, tan mal, que de sólo pensar en ello me ponía enfermo. Pero para evitar parecer más débil y cobarde de lo que acostumbraba evitaba sus preguntas con una sonrisa y cuando se volvían insistentes, con un asentimiento de cabeza.
El internado de Seúl fue algo así como la solución más viable para mis problemas existenciales. No investigué lo suficiente para estar seguro de que ahí iba a estar bien, o cómodo, pero al menos tenían mi carrera y el prometedor aseguramiento de solo salir los fines de semana a casa. Era como ingresar al servicio militar, pero con agua caliente y libros.
Con eso ya me tenían más que comprado.
Para no alarmar a mis padres sobre mi repentina decisión decidí quedarme unos cuantos días en casa para disfrutar de las vacaciones. Aunque, no las estuviera disfrutando en absoluto y mi único momento de diversión fuera leer novelas en mi habitación, con las luces apagadas y una vela encendida. En ese lapso de tiempo no salí a ninguna parte y la mayoría de las veces cuando no eran amores cliché, leía sobre introducción a la medicina general. Tampoco estaba seguro de que aquella fuera mi carrera ideal, pero mi familia ya estaba asegurándome un lugar de trabajo en una muy buena clínica y las constantes referencias positivas de mi madre hacía la misma, terminaron por adentrarme más al mundo de la medicina que después de todo, no me parecía tan desconocido.
Una semana más tarde, empaqué mis cosas. Dos días después ya me encontraba en el auto sentado en el asiento de atrás, con los brazos cruzados y el labio inferior bajo los dientes, pensando que probablemente estaba cometiendo una locura. Recibiendo miradas nerviosas de mi madre y sonrisas poco tranquilizadoras de mi padre.
— ¿Estás seguro de que llevas todo Jae?
Esa era la décima vez que mi madre me preguntaba lo mismo. Había insistido tantas veces en hacerme la maleta que me vi en la forzosa necesidad de decirle que quería llevarme cosas que ella no podía ver por respeto hacia su persona.
Probablemente pensaba que llevaba la mochila llena de cuchillos. O en su defecto, de condones. Lo que me creyera más capaz de hacer.
—Estoy seguro mamá. De verdad, no tienes nada de qué preocuparte. Si algo me hace falta puedo comprarlo en la facultad.
—Eso es cierto Jinsil —mi padre concordó, mirándome por el espejo retrovisor, con una sonrisa cómplice—. Es un internado, deben tener toda clase de tiendas para el consumo estudiantil.
— ¡Pero sólo lleva dos mochilas!, ni siquiera parecen maletas. No estoy segura de cuanto pueda caber ahí —ella tenía ganas de morderse las uñas por el nerviosismo. Mi padre se retuvo porque estaba conduciendo. Mi madre probablemente también se aguantaba, pero por la manicura.
—Llevo todo lo que necesito —insistí, mirándola directamente a los ojos cuando ella giró su cabeza para verme—, de verdad, no tengo más cosas importantes que llevar.
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Odio |NoMin
FanfictionHe vuelto a ser el mismo idiota sin sentimientos de siempre. La única diferencia es que ahora hay un montón de fisuras en mi corazón que no sanan con nada. Por más que intente siguen ahí. Como un claro recordatorio de todo lo que un chico tan simple...