CAPÍTULO 2: OSAMU MIYA.
Visto desde las gradas, Osamu Miya siempre brillaba menos que su hermano. Sí, sus saltos eran sorprendentes. Sus bloqueos certeros. Su entendimiento del juego lo ponían en un excelente dúo con Aran Oujiro y seguía sin chistar las indicaciones de Shinsuke Kita.
No sonreía mucho. No se distraía cuando un séquito de niñas con abanicos grabados en su nombre gritaban muy agudo para animarlo. Tampoco decía que no cuando alguna de ellas se acercaba a él después de clases y le obsequiaba una caja de galletas. Era comida. Amaba la comida. Su momento favorito del día en todo el mundo, eran esos segundos justo antes de hincar el diente en los alimentos que iba a consumir. Gloria absoluta de todas las creaciones entendidas por Buda, divino testamento en la majestuosidad de Dios. Para Osamu, primero que nada, venía la comida. Por eso, si una chica cuyo rostro no recordaría nunca y su nombre no había escuchado correctamente le obsequiaba algo de comer, ¿no sería descortés decir que no?
Vivir con Atsumu era un dolor de muelas permanentes. ¿Si quería a su hermano? Claro que sí. Todos quieren a sus hermanos. Eso no quita que tengas que contener tus eternas ganas de meterle la cabeza en una cubeta con agua.
Para el mayor de los gemelos, su hermano era el peor. Nunca escuchaba lo que le decía. Jamás devolvía lo que pedía prestado. Mentía descaradamente y lo más importante de todo: era totalmente consciente de esto y le importaba un rábano. ¿Cómo se sobrevive a una relación así? Siendo como Osamu.
Calmo, pacífico, introspectivo y terriblemente observador. Tanto que lograba invisibilizarse junto a su hermano para dejarlo resaltar y lo molestara menos. Y siempre había sido así, desde niños. Incluso cuando luego de un campamento en primero de secundaria baja quedó muy en claro que sobrepasaba al pesado de su gemelo por mucho.
Aran solía decírselo con frecuencia. «Si tuvieras algo más de interés en el deporte, lo superarías fácilmente». Nah, tenía el interés suficiente. Todo su interés, de hecho. Osamu amaba el voleibol, lo disfrutaba y divertía. Era competitivo y siempre daba todo de sí, pese a sus días desconectados. La única diferencia entre Atsumu y él en una duela, es que tal vez Atsumu amara el deporte una pequeña, pequeñísima, ínfima y microscópica pizca más que él. Y eso era suficiente como para que él sobresaliera el doble. No le importaba. Él era él.
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Era costumbre para él levantarse pensando en su desayuno. ¿En qué otra cosa iba a pensar? El techo de su habitación estaba cerca de su rostro, porque ocupaba la litera superior en la cama marinera de su cuarto. No se molestaba en llamar a Atsumu para poder tener más tiempo en el baño y no tener que soportarlo cuando su cerebro aún estaba medio dormido.
El aroma del desayuno casero de su madre lo saludaba cada vez, despertando sus sentidos a la realidad. Bajar vestido con su uniforme y descalzo en sus uwakis era una rutina tan obvia para él que no se daba cuenta a veces cuando era domingo.
Y entonces, Atsumu se le unía.
—¡Buen día, mamá!— La voz de su hermano siempre tenía ese tono azucarado que lo hacía oír como el chico más tierno del mundo, hasta que completaba su frase—. ¿Arroz de nuevo? ¡Creí que los miércoles era día de pancakes!
—No sé en qué mundo piensas que ocurre eso —respondió su madre con una ceja levantada.
—¡Lo dije la semana pasada!
—Y yo no accedí a eso. Come o llegarán tarde.
—Aburrido...
—Idiota.
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Lo que pasó donde solíamos vivir
RomanceNacer al mismo tiempo que otra persona te obsequia un vínculo especial que no se romperá jamás. Entrar en sus vidas antes de tener el don de recordar, lo extiende irremediablemente a ti. #Volleyball2020