YORU ASEKAWA

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CAPÍTULO 4: YORU ASEKAWA.

Yoru Asekawa amaba retratar imágenes. Aparentemente, era algo que corría en la sangre, porque con un padre fotógrafo paisajista de alta montaña, a nadie le sorprendió que para su cumpleaños número ocho la pequeña de ojos azules pidiera una cámara «igual a la de papi». Shinichi Asekawa recordaba haberse descompuesto de la risa al pensar siquiera en gastar una cantidad obscena de dinero para comprarle una Nikon Reflex, pero debía admitirlo. Que su retoño compartiera sus gustos le llenaba el pecho de amor. Por eso, y con un presupuesto más acorde, le obsequió una cámara Kodak y el agregado de veinte rollos con la promesa de que los hiciera durar. Dos días después los rollos estaban totalmente gastados y Yoru suplicaba por más.

Shinichi rió con fuerza mientras revelaba él mismo los rollos que su hija había gastado. Claro que había algunas imágenes totalmente desperdiciadas que le dolían tanto al corazón como al bolsillo. Pero debía reconocer que para una niña de ocho años, algunas de ellas eran asombrosamente buenas. No podía estar seguro de si era porque lo veía contínuamente y por observación imitaba lo que hacía. Si era porque era una característica heredable. O si era por sus modelos más frecuentes.

Las imágenes de su esposa a contraluz en el jardín trasero eran como el testimonio de la pequeña de cuánto adoraba a su mamá. Fuera casualidad o no, era una imagen bellísima. Algunas suyas en momentos en que jamás reparó de su presencia, sintiéndose algo temeroso por las cosas que podría o no presenciar si no tenía cuidado.

Paisajes en la plaza a donde iba frecuentemente, algunas frente al espejo con sonrisa de payaso, y las que se repetían incontablemente: aquellas donde los gemelos eran los protagonistas.

Era difícil distinguirlos con ese cabello negro y sus rostros tan similares, pero tantos años viéndolos los hacían diferenciarlos por pequeñas curiosidades, y sobre todo sus actitudes. ¡Incluso frente a la cámara! Y es que Atsumu era el total protagonista de las tomas. Sus poses de súper héroe, la sonrisa aniquiladora y una presencia que se llevaría el mundo por delante a unos cuantos años desde ese momento. Y estaba Osamu: tímido al lente, y casi indiferente en algunas. Pero con su vista fija en quien claramente sostenía la cámara. Y a veces, esa pequeña sonrisa que no era para la foto. Shinichi ladeó la cabeza suspirando. Probablemente estaba exagerando, ¿verdad?

La realidad es que los rollos fotográficos siguieron llegando. Yoru consiguió pequeños empleos de medio tiempo y hasta lavaba los autos de sus vecinos para poder pagárselos ella misma y continuar aprendiendo. El mundo se pintó de colores cuando para su cumpleaños número trece, su obsequio fue una Nikon digital. La sonrisa de oreja a oreja y el salto mortal a la espalda de su padre era un signo claro de lo que esa alegría significaba: No más rollos. No más revelados tediosos. No más papel fotográfico innecesario para aquellas que no habían salido bien. ¡Hola futuro! ¡Hola era digital! ¡Hola, saber cuándo rayos metiste la pata y poder arreglarlo en el momento!

Y claro que sus modelos aumentaron. Ahora podía ir sola al centro de la ciudad, a los parques más alejados y bonitos. A excursiones escolares, a pequeñas colinas en las afueras si sus padres la llevaban luego de mucho rogar. Pero sus modelos favoritos no cambiarían jamás. Sus padres. Sus gatos. Sus mejores amigos y gemelos favoritos en el mundo. Desde los trece a los diecisiete, nada más cambió.

Lo que pasó donde solíamos vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora