ATSUMU MIYA

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CAPÍTULO 3: ATSUMU MIYA.


¿De dónde salían esas lágrimas? ¿Por qué esa niña estaba llorando? Él había sido lo más caballero posible al decirle que ya no tenía tiempo de estar en una relación. Ni siquiera había sido tan cruel en confirmarle que realmente nunca quiso salir con ella seriamente o que le resultaba aburrida. ¡Claro que no! Ya había aprendido la lección y ahora trataba de no ser tan malo. Pero le resultaba francamente irritante encontrarse con un mar de lágrimas pese a todos sus esfuerzos.

—¡Qué cruel eres, Atsumu-kun!

Fue lo último que escuchó de esa chica cuyo nombre no recordaría al año próximo. El cabello castaño en ondas falsas hechas con rizador flameando al viento y los cristales líquidos cayendo de sus ojos, corriendo el maquillaje que nunca llegó a decirle, no iba realmente con su rostro. Era definitivamente más bonita sin maquillaje. Pero bueno, ¿qué más daba?

«Atsumu-kun lo hizo de nuevo», escuchó en el pasillo. 

«¡Es tan atractivo! Seguramente ninguna chica esté nunca a su altura». 

«¡Ahora tengo miedo de entregarle mi chocolate de San Valentín! ¿Qué hago...?».

Y la hora de los rumores llegaba, nuevamente. Cada vez que Atsumu Miya terminaba un noviazgo, parecía que los pasillos se convertían en una enorme casa de los secretos. La preparatoria Inarizaki tenía la facultad de tener increíbles similitudes con esos programas amarillistas que las amas de casa ven por las tardes. Incluso su propia madre. Esos dónde exploran sin piedad la vida de las celebridades y violan sus intimidades para exponerlas en un show de bajeza para el deleite del público. Suspiró con fuerza. Es lo que se ganaba con su popularidad, suponía.

¿Otra vez, Tsumu?

Había realmente pocas voces que Atsumu Miya podía reconocer aun estando bajo el agua. Las cadencias de sus voces y los tonos en que pronunciaban su propio nombre era tan familiar que podía escucharlos por sobre una multitud, como en ese instante. La voz de su madre. La voz de su gemelo. La voz de la chica de la que estaba enamorado desde que tenía razón de ser.

Los ojos azules sobre el rostro pálido cubierto de pequeñas pecas lo observaban casi con reprobación. Esa mirada tan suya cuando metía la pata hasta los muslos y solo le faltaba decirle «¿En serio?», casi como lo estaba haciendo ahora.

—¿No te cansas de ser un desgraciado? Ya deberías haberte aburrido.

Y ahí estaba Osamu. Alto, exactamente como él (aunque estuviera seguro de que si él se ponía realmente derecho, lo superaba). Los ojos miel espejando su propio color de iris y ese tinte harto en ellos, como siempre que lo miraba. Porque así era Osamu, damas y caballeros. El chico pacífico que por dentro era un psicópata pasivo-agresivo y ante la primera oportunidad le destrozaba la yugular.

Pero sea como sea, había que responderles. Así que giró medio cuerpo hacia ellos, remangándose la camisa del uniforme escolar con esa sonrisa de costado que daba cada vez que quería convencerlos de algo. Cerró los ojos y dejó que su tono azucarado como la miel en sus ojos hiciera el trabajo pesado.

¿Mhh? No tengo idea de que hablan, chicos. ¿Pasó algo?

Por momentos, Atsumu veía en ellos lo que sabía, el resto del mundo era capaz de observar cuando se paraba junto a Osamu. Como sus expresiones se mimicaban hasta el punto de lo absurdo, más aún cuando dos personas tienen mismo rostro. Era un espectáculo digno de ver.

El rematador y su mejor amiga entornaron sus ojos con rictus cansado, como agotados de lo que sea que estuviera diciendo (y solo había dicho una frase). Los labios fruncidos como si hubieran probado algo desagradable y no pudieran escupirlo por respeto al cocinero por quien claramente tenían afecto. Los hombros caídos en un suspiro agotador, como si vinieran de escalar una montaña altísima y hubieran llegado a casa. Los conocía demasiado bien como para no identificar todas y cada una de esas señales físicas imperceptibles al común ojo humano. Estaban a segundos de golpearlo.

Lo que pasó donde solíamos vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora