Prólogo: La caja negra.

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Jihoon no mentiría si dijera que había acabado allí queriendo. Las calles oscuras y poco ajetreadas eran más que poco adecuadas para transitar por la noche, pero necesitaba de un descanso social, por así decirlo. 

Hacía más de diez minutos que había salido de sus clases extras de pintura y, a pesar de que siempre es el graciosillo de la clase, hoy no tenía ánimo suficiente como para hacer sus típicas bromas sin quemarse por dentro al forzarse. Y es que Park Jihoon no es como aparenta ser. 

Aquellos ojos, que lograban sacar hasta la más pura de las sonrisas, se apagaban ligeramente al llegar a su casa, dando paso a un chico taciturno y callado. Simplemente su humor cambiaba conforme sus pies se movían de lugar.

Su familia era demasiado distinta a él. Siempre se estaban preocupando sobre el dinero, que si debían ganar cada vez más, que si cuanto gastaban, un capricho por allí, otro por allá. Querían ser la familia perfecta, elitista e ideal, y para ello lo querían controlar absolutamente todo, incluyendo su vida, sus modales y su misma personalidad. Pero Jihoon no quería ser un simple títere, y debido a aquello, lo que comenzaron como simples roces acabaron como enormes disputas que duraban semanas, e incluso meses, hasta que sus padres comenzaron a darle la espalda y a apenas dirigirle la palabra.

 Poco a poco sus demás familiares siguieron aquella misma decisión, hasta quedarse lentamente sin nadie que pudiera comprenderlo, sumiéndose en un mundo de sombras que se iban evaporando hasta desaparecer de su lado.

Así que últimamente tomaba largas caminatas para atrasar su llegada a casa, y ese día no era una excepción.

Pero, ¿cómo llegó a parar ahí?

Su cuerpo estaba encajado de forma estrepitosa en un cuadrado negro de aproximadamente un metro de superficie. Su quijada se clavaba contra su pecho, dificultándole respirar. Su espalda estaba pegada a una de las paredes de lo que parecía un material similar al plástico. Sus codos trataban de de separar el lugar, de darle un poco de espacio para poder salir, pero era imposible. Sus extremidades comenzaban a escocer, así que no tuvo más remedio que parar. Sentía que la caja era cada vez mas pequeña, se estaba comenzando a ahogar allí dentro. 

Pero, sin embargo, por surrealista que fuera la situación, por un momento llegó a sentirse cómodo en aquella completa oscuridad, era como si su alma se hubiera revelado contra su cuerpo, que sufría cada vez más tratando de sobrevivir en aquél reducido espacio.

Algunos minutos más pasaron hasta que, de pronto, la oscuridad que lo envolvía dio paso a una potente luz que caía del techo, que antes estaba tapado, y ante él se materializó una llave dorada con una tira de tela rojiza, que a simple vista parecía terciopelo. Dubitativo, agarró la llave y la giró varias veces entre sus dedos. Paulatinamente, sin darse cuenta, las paredes que envolvían su cuerpo comenzaron a enrollarse en sí mismas, como si fuera papel desconchándose. Cuando el chico apartó la vista del reluciente objeto, pudo ver que ya apenas quedaba rastro del negro material que lo había encarcelado, aunque, por si acaso, pateó ligeramente uno de estos, comprobando que se deshacía frente la punta de su zapatilla blanca.

A pesar de que todo aquél asunto lo espantaba sobremanera a niveles que él jamás hubiera sospechado, decidió llevarse la llave consigo, y comenzó a marchar rápidamente por donde había venido.

Poco después la puerta de su casa se alzaba, imponente, ante él. Sacó las llaves de su casa, suspirando, mientras se guardaba en la chaqueta aquella que adquirió momento antes. Odiaba aquello que se suponía que era su hogar.

Una vez dentro, se dirigió a su habitación en silencio, como si no estuviera allí. Sus padres, sentados en el sofá del salón, tampoco se giraron o preguntaron como estaba, lo que ya se hacía costumbre. Era tan normal ya que no le importaba, o eso quería creer.

Tiró su mochila al suelo cuando entró, y no se preocupó en saber donde cayeron las zapatillas que lanzó con sus pies. Estaba tan agotado que tan siquiera se desvestiría para dormir. Y probablemente se hubiera dormido en cuanto se dejó caer en la cama, de no ser porque, ya boca abajo, un objeto le pinchaba la zona del apéndice, la llave.

De mala gana la sacó para examinarla un rato, estabilizándose también poniendo sus codos contra el colchón. Era simple, de modelo antiguo, pero brillante y reluciente como si acabaran de crearla. Volvió a girarla, y se detuvo en un pequeño detalle que no logró ver antes: una frase tallada en uno de los lados.

"Girar siete veces esta llave puede ser el principio a cumplir todos tus deseos"

Y, aunque la frase resultaba tentadora, aquella noche no le dio más vueltas al asunto y la lanzó entre dos pequeñas montañas de ropa sucia.






And you?-DEAN-130 Mood: TRBL

La piramide della felicità (JiKyu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora