Prodigios

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En el cuarto de estar de la casa del consejero médico, nada más entrar a la izquierda, junto a la pared larga, hay un gran armario de cristal en el que los niños guardan todos los bonitos objetos que les regalan cada año. Luise era aún muy pequeña cuando su padre se lo encargó a un hábil ebanista.

Éste le puso cristales claros como el cielo y supo distribuirlo todo con tal destreza, que todo lo que se colocaba en él parecía dentro casi más bonito y más brillante que si se lo tuviera en las manos. En el estante superior, al que Marie y Fritz no alcanzaban, estaban las obras de arte del padrino Drosselmeier; en el de debajo, los libros de estampas, y los dos inferiores quedaban a disposición de Marie y Fritz, que podían llenarlos como quisieran; sin embargo, Marie siempre dedicaba el primero a casa de muñecas, mientras Fritz instalaba en el otro los cuarteles de sus tropas. Y así ocurrió también aquel día, pues Fritz había situado a sus húsares arriba, mientras Marie, después de apartar un poco a Mamsell Trutchen, sentó a la muñeca nueva tan bien vestida en el cuarto de estar, maravillosamente amueblado, aceptando su invitación a golosinas. He dicho que la habitación estaba maravillosamente amueblada y es verdad, pues no sé si tú, mi atenta oyente Marie, igual que la pequeña Stahlbaum (recuerda que también ella se llama Marie), no sé si tú, digo, tienes también un pequeño sofá de flores, varias delicadas sillitas, una hermosa mesita de té y, ante todo, una preciosa camita brillante en la que acuestas a las muñecas más bonitas. Todo esto había en el rincón del armario, cuyas paredes estaban decoradas incluso con cuadros de muchos colores, por lo que, como puedes imaginar, la nueva muñeca, que, como Marie supo aquella misma noche, se llamaba Mamsell Clárchen, tenía que encontrarse muy a gusto en aquella habitación.

Era ya muy tarde, casi medianoche. El padrino Drosselmeier se había ido hacía mucho y los niños seguían sin poderse apartar del armario de cristal, a pesar de las repetidas veces que su madre les había dicho que se fueran a la cama.

—Es cierto —exclamó al fin Fritz, refiriéndose a sus húsares—. Los pobres muchachos también necesitan ya un poco de descanso y, mientras yo esté aquí, ninguno se atreverá a hundir siquiera un poco la cabeza, eso es seguro.

Y, diciendo esto, se fue. Pero Marie continuó sus ruegos.

—Sólo un ratito más, mamá, déjame sólo un ratito pequeñito; es que todavía tengo que poner bien una cosa; en cuanto acabe me voy enseguida a la cama.

Marie era una niña obediente y sensata, así que su buena madre podría dejarla tranquilamente sola con sus juguetes. Pero, para que Marie no se entusiasmara demasiado con sus nuevas muñecas y sus hermosos juguetes y se olvidara de las luces, que continuaban encendidas alrededor del armario, su madre las apagó todas y sólo dejó luciendo la lámpara que colgaba del techo en el centro de la habitación y que daba una luz suave y agradable.

—Acuéstate pronto, Marie querida; si no, mañana no vas a poder levantarte a la hora —dijo su madre mientras se alejaba y entraba en su habitación.

En cuanto estuvo sola se dispuso al momento a hacer algo que deseaba de todo corazón y que, sin saber ella misma por qué, no había querido contar ni a su madre. Seguía teniendo en brazos al Cascanueces enfermo, envuelto en su pañuelo; entonces lo colocó con muchísimo cuidado sobre la mesa y desenvolvió con toda lentitud el pañuelo para mirar las heridas. El Cascanueces estaba muy pálido, pero al mismo tiempo sonreía con tanta dulzura y cariño, que Marie se sintió conmovida.

—Ay, mi buen Cascanueces —dijo en voz baja—, no te enfades porque mi hermano Fritz te haya hecho daño. No ha sido a mala idea; lo que pasa es que tanto soldado le ha hecho un poco más duro de corazón; pero, si no, es un buen chico, te lo aseguro. Además, voy a ocuparme de ti y a cuidarte hasta que vuelvas a estar totalmente sano y contento; el padrino Drosselmeier, que sabe mucho de esto, volverá a sujetarte firmemente todos los dientes y te colocará bien los hombros.

El cascanueces y el rey ratónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora