Poco más tarde, en una noche de luna clara, unos extraños golpes, que parecían provenir de un rincón de la habitación, despertaron a Marie. Parecía como si lanzaran piedrecitas de una pared a otra y, entre medias, se oían pitidos y chillidos repugnantes. Marie gritó asustada:
—¡Ay, los ratones, vuelven los ratones!
Intentó despertar a su madre, pero fue incapaz de pronunciar un sonido, ni siquiera de mover un solo miembro, al ver al rey de los ratones que salía con gran esfuerzo por un agujero de la pared, hasta que al fin comenzó a dar vueltas con sus ojos chispeantes y sus coronas por la habitación. Luego, de un salto enorme, se colocó sobre la mesilla que se encontraba junto a la cama de Marie.
Hi, hi, hi,
tienes que darme tus caramelos,
tus figuritas de mazapán, pequeñaja;
si no, rompo a mordiscos a tu Cascanueces,
a tu Cascanueces.
Así silbaba el rey de los ratones, haciendo chirriar los dientes de forma repelente. Dicho esto, de un gran salto volvió a desaparecer por el agujero de la pared. Marie, aterrorizada por la horrible aparición, amaneció a la mañana siguiente pálida y tan excitada, que apenas era capaz de pronunciar palabra. Cien veces pensó en contárselo a su madre o a Luise, o al menos a Fritz, pero se decía: «¿Habrá alguno que me crea? ¿No van a reírse de mí?».
Tenía claro, sin embargo, que para salvar a su Cascanueces no le quedaba otro remedio que entregar a cambio sus caramelos y sus figuritas de mazapán. La noche siguiente colocó todos los que tenía junto al listón del armario. A la mañana siguiente la consejera médica le dijo:
—¡No sé de dónde salen ahora tantos ratones en nuestro cuarto de estar! ¡Mira, pobre Marie! Se han comido todos tus dulces.
Y así era, en efecto. El voraz rey de los ratones no había encontrado de su gusto el mazapán relleno, pero lo había roído con sus afilados dientes de tal forma que hubo que tirarlo íntegramente. A Marie ya no le importaban nada sus golosinas, sino que, en su interior, estaba inmensamente alegre porque creía haber salvado así a su Cascanueces. ¡Cómo se sintió cuando en la noche siguiente oyó chillidos muy cerca de sus oídos! ¡Ay! El rey de los ratones estaba otra vez allí, y sus ojos chispeaban aún más repugnantemente y el silbido que escapaba por entre sus dientes era aún más repulsivo que la noche anterior.
—Pequeñaja, como no me des tus muñecos de azúcar y de tragacanto, destruiré a tu Cascanueces, a tu Cascanueces.
Y, diciendo esto, el repelente rey de los ratones desapareció de nuevo.
Marie estaba muy afligida. A la mañana siguiente se dirigió al armario y contempló con tristeza sus muñequitos de azúcar y de tragacanto. Y su dolor era justo, mi atenta oyente Marie, pues no puedes imaginarte lo maravillosas que eran las figuritas de azúcar y tragacanto que Marie Stahlbaum poseía. Además de poseer un bello pastor con su pastora, que apacentaban todo un rebaño de blancas ovejas con un alegre perrito que por allí correteaba, había dos carteros con cartas en la mano y cuatro bellísimas parejas de muchachos bien vestidos, con chicas extraordinariamente lindas, que se mecían en un columpio ruso. Además de unos cuantos bailarines estaban también el hacendado Feldkümmel con la doncella de Orleáns, que no le importaban mucho a Marie, pero en el rincón había un niñito de rojos carrillos, su predilecto, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
—¡Ay, querido señor Drosselmeier! —exclamó, dirigiéndose al Cascanueces—. No hay nada que deje de hacer por salvarle a usted. ¡Pero es muy duro!
El gesto del Cascanueces era tan lastimero, que Marie, que además tuvo en aquel momento la visión de las siete fauces del rey de los ratones abiertas para devorar al infeliz joven, decidió sacrificarlo todo. Así pues, por la noche colocó todos sus muñequitos de caramelo junto al listón del armario. Besó al pastor, a la pastora, a las ovejitas y por último sacó también a su predilecto del rincón, el niñito de sonrosadas mejillas de tragacanto, pero lo colocó al final de todos. Al hacendado Feldkümmel y a la doncella de Orleáns les correspondió la primera fila.
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El cascanueces y el rey ratón
FantasíaEl Cascanueces es un cuento de Navidad sobre una niña pequeña llamada Marie y su juguete de madera, El Cascanueces, que cobra vida para combatir al malvado Rey de los Ratones de siete cabezas. En 1892 el compositor ruso Chaikovsky y los coreógrafos...