El pequeño Cascanueces dio un par de palmadas con sus pequeñas manos. Creció el murmullo de las aguas del Lago de Rosas, las olas aumentaron y Marie vio acercarse desde la lejanía, tirado por dos delfines con escamas de oro, un carro de conchas formado por multitud de piedras preciosas, de mil colores y brillantes como el sol. Doce pequeños y encantadores negritos con gorritas y delantalillos tejidos con brillantes plumas de colibrí saltaron a la orilla y, deslizándose con suavidad sobre las olas, llevaron primero a Marie y luego al Cascanueces hasta el carro de conchas, que al punto comenzó a cruzar el lago. ¡Ay! ¡Cómo disfrutó Marie de lo hermoso que resultaba deslizarse en el carro de conchas, rodeada del perfume y las olas rosas! Los dos delfines de escamas doradas levantaban sus naricillas y disparaban rayos de cristal hacia el cielo y, cuando caían en brillantes arcos de chispas, parecía como si dos dulces y delicadas vocecitas de plata cantasen:
¿Quién nada en el Lago de Rosas?
¡El hada! ¡Mosquitos!
¡Bim, bim, pececillos,
ssh, ssh, cisnes!
¡Suá, suá, pájaros de oro!
¡Trara, corrientes de olas,
moveos, tocad, cantad, soplad, vigilad,
viene la pequeña hada,
olas de rosa,
agitaos, refrescad, salpicad,
moveos hacia adelante, adelante!
Pero dio la impresión de que a los doce negritos, que habían saltado a la parte de atrás del carro de conchas, les molestaba realmente el canto de los rayos de agua, pues comenzaron a agitar sus sombrillas de tal forma, que las hojas de dátiles de que estaban hechas comenzaron a crepitar y chisporrotear, y al mismo tiempo taconeaban un extrañísimo compás y cantaban:
Klap y klip,
klip y klap,
arriba y abajo,
el corro de los negros no puede callar,
moveos, peces, moveos, cisnes,
retumba, carro de conchas, retumba,
klap y klip,
klip y klap,
arriba y abajo.
—Los negros son gente divertida —comentó el Cascanueces algo confuso—, pero van a hacer que se me rebele todo el lago.
Y en efecto, se levantó un enloquecedor alboroto de voces maravillosas, voces que parecían nadar en el lago y en el aire. Pero Marie no les hacía ningún caso, sino que observaba las aromáticas olas rosas, desde cada una de las cuales le sonreía un gracioso rostro de muchacha.
—¡Ay! —exclamó alegre, dando una palmada—. ¡Mire usted, querido señor Drosselmeier! ¡Ahí abajo está la princesa Pirlipat, me está sonriendo con tanta dulzura...! ¡Ay, venga, mire usted, querido señor Drosselmeier!
Pero el Cascanueces suspiró, casi lamentándose, y dijo:
—¡Oh, excelente demoiselle Stahlbaum, ésa no es la princesa Pirlipat! Sois vos, sólo vos. ¡Es sólo vuestro propio y dulce rostro el que sonríe con tanta dulzura desde cada ola rosada!
Al oír esto Marie se retiró con rapidez y cerró con fuerza los ojos, avergonzada. En ese mismo momento la cogieron los doce negritos y, sacándola del carro de conchas, la llevaron a tierra. Se encontraba en una pequeña floresta casi más bonita aún que el Bosque de Navidad, pues todo brillaba y relucía en ella. Pero lo más extraordinario eran los admirables y extraños frutos que colgaban de los árboles y que no sólo tenían raros colores, sino que despedían un aroma maravilloso.
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El cascanueces y el rey ratón
FantastikEl Cascanueces es un cuento de Navidad sobre una niña pequeña llamada Marie y su juguete de madera, El Cascanueces, que cobra vida para combatir al malvado Rey de los Ratones de siete cabezas. En 1892 el compositor ruso Chaikovsky y los coreógrafos...