14. Reescribir

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—Tienes unos ojos maravillosos —soltó aquel vendedor de mediana edad con sus antebrazos sobre el mostrador, como si estuviese a punto de abalanzarse sobre él. Asqueroso—. No eres de por aquí, ¿cierto?

El hombre le entregó el cambio junto con su respectiva bolsa de compras. El chico guardó las monedas en su bolsillo, para después tomar la bolsa de papel entre sus brazos. Forzó una sonrisa.

—No, vengo del este.

—¿Una campesina, eh?

—Algo así —respondió mientras le guiñaba el ojo al vendedor como gesto de despedida.

Se dispuso a irse con la compra lo más rápido posible. La campanilla de la entrada resonó en la tienda antes de cerrar la puerta a sus espaldas. Exhaló el aire que había estado conteniendo y suspiró para después mirar a los lados de la calle para cruzarla con paso apresurado. Las latas y verduras dentro de la bolsa color café que cargaba entre sus brazos se tambaleaban al ritmo de sus pasos, creando una especie de tonada graciosa con el metal al chocar.

Las calles de Rushvalley solían ser demasiado agitadas para su gusto, demasiado ruidosas. Todo el mundo parecía tener algo que hacer. Aún para alguien como él que vivía de un lado para otro, era un poco caótico.

Saludó a unas cuantas personas conforme pasaba por las tiendas de prótesis, que no eran para nada escasas, así que tenía que sonreír y agitar su mano cada dos por tres para no parecer grosero con las personas que poco a poco se habían convertido en sus amigos.

El trayecto era demasiado largo. No pudo más con el hambre y tomó una manzana de bolsa de la compra para después darle un gran mordisco. El sabor dulce se disolvió en su boca.

Llegó a su destino, pero para entonces la manzana había desaparecido casi por completo. Abrió la puerta del lugar mientras gritaba:

—¡YA LLEGUÉ!

  Un suspiro cansino salió por detrás del mostrador de cristal de la tienda, en él que encima descansaba el esqueleto de una prótesis mecánica. La cabeza de un chico moreno con cara de fastidio se asomó lanzándole una mirada asesina.

—Ya lo noté.

  El rubio soltó una carcajada burlona al mismo tiempo que cruzaba una puerta cercana que daba al comedor y después a la cocina. Abrió la alacena y depositó las latas en el interior.

—Oye, Newt, no pude encontrar la cosa esa que me pediste —anunció en el volumen más alto que pudo para que su voz llegara a los oídos del chico con el que compartía vivienda.

En cuanto terminó volvió a la tienda y se sentó en una silla cercana para ver cómo su amigo trabajaba en el automail. Nunca terminaría de entender del todo como funcionaba ese trasto.

—Ya lo presentía —Newt soltó otro suspiro. Rodeó el mostrador y se dirigió hasta él para sacudirle el corto cabello dorado con la mano—. Saldré un momento, te quedarás a cargo, Goldie.

Amaba ese apodo, que poco a poco se había convertido en su nombre. Pero la idea de cuidar la tienda y taller no le agradaba del todo. No sabía atender clientes. ¿Y qué pasaría si le pedían de nuevo un automail de nombre extraño? No sabía ni siquiera qué nombre tenía el suyo.

Aún así, no quiso portarse de forma malcriada. No le costaba nada.

—Vale —aceptó con gesto enfurruñado—. Pero trata de volver pronto. No querrás que este lugar termine en llamas durante tu ausencia.

—Estoy seguro que no incendiarás nada. —De pronto su semblante se vio perturbado al recordar aquel incidente con los fósforos—. Al menos no de nuevo…

Gossip - RoyEdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora