Jimin y Yoongi, hadas.

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BITÁCORA DE J. HOSEOK

Marzo

Uno simplemente no espera que le sucedan ciertas cosas en la vida.

La mayoría de las personas podemos imaginar una pintura de nosotros en el futuro; algunos se verán siendo exitosos en el oficio que desean, otros se verán encontrando el amor y formando una familia, otros se verán cubiertos de fama y fortuna.

Desde que era pequeño, me imaginaba en la cubierta de un barco, por ejemplo. El atardecer pintaba los maderos de color salmón y el golpeteo de las olas contra el casco arrullaba mis sentidos.

Otras veces, me imaginaba en una casa grande, con vistas al mar; frente a mí había una mesa larga, repleta de todo tipo de alimentos dulces y salados, vajillas brillantes y ventanas altas que daban al jardín inmenso, sembrado de flores y arbustos de hojas caprichosas.

La mayoría de las veces, un pensamiento intruso me hacía imaginarme en una clase de isla perdida, en una selva vírgen, en donde había cuevas que conducían a las entrañas mismas de la tierra. Yo releía un roído y viejo mapa y encontraba tesoros inigualables que hacían a mi nombre saltar a la fama, estando en la boca de todos, y a mis bolsillos estar rellenitos de oro.

Y aunque algunos sueños son más alocados que otros, había algunos que ni siquiera habían pasado el filtro de "razonable" en mi cerebro.

Por desgracia, uno de esos sueños irracionales era precisamente la situación en la que me encontraba ahora mismo.

Jamás en toda mi vida podría haber esperado que me pasara esto, y aún así me estaba pasando.

Por mi cabeza, muchas veces, me ha pasado la idea de que todo esto simplemente es una invención de mi mente, así que deseo dejarlo por escrito, para no olvidarlo. O tal vez para releerlo cuando haya pasado la concusión, y reírme un buen rato de mis desvaríos.

•°•°•

Mi nombre es Jung Hoseok, tengo dieciocho años y soy el aprendiz de un entomólogo.

Podrán decir, ¿y qué hace este chico que desea navegar atrapando insectos por la vida? Pues la razón tras la cual decidí estudiar eso fue porque mi padre insistió en que buscara "un motivo por el cuál navegar".

El doctor Jinsoo, quien tan amablemente me aceptó como discípulo, era un experto navegante: había dado la vuelta al mundo en su vapor, visitando las miles de islas en los océanos y adentrándose en sus bosques; andaba entre relieves ondulantes y espesas plantas, subía árboles de troncos gruesos y altos, se metía en madrigueras y cuevas, saltaba dentro de los pantanos y recorría terrenos inhóspitos en noches sin luna, llevando únicamente una lámpara, una libreta, lápices y frascos.

Me había hecho mirar cientos y cientos de insectos que tenía clavados con alfileres antes de permitirme salir en barco junto a él. ¡Una exploración por el Pacífico! ¡Hacia una isla inexplorada!

Había estado tan feliz y tan orgulloso las cuatro semanas que estuvimos en altamar que debí haber sospechado que antes de que todo se ponga feo siempre se ve muy bonito.

•°•°•

La tormenta había llegado mientras estaba dentro de mi camarote, y nos había tomado a todos por sorpresa. No había manera de que pudiéramos haberlo predicho, porque no hubo ningún asomo de señal. Sin embargo, cuando salí a cubierta todos estaban allí, mirando hacia el cielo: había un silencio total, recuerdo que sólo por eso me recorrió un escalofrío que me estremeció de los pies a la cabeza. Lo único que hacía distinción entre el agua del océano y el cielo era la espuma de las olas, y las inmensas nubes, cuando generaban relámpagos que las pintaban de rojo y violeta.

No recuerdo detalles de esa noche, pero es como si todavía pudiera sentir el golpe de las gruesas gotas de lluvia y el estruendo del océano; todo el barco crujía mientras subía y bajaba a merced de las olas y todos estábamos empapados hasta los huesos.

El deseo de sobrevivir nos lanzó a los botes, y las olas nos lanzaron como hoja al viento en las cuatro direcciones. No sé cuánta agua salada bebí, ni cuánto tiempo pude seguirle el ritmo a la consciencia, porque después, en mis recuerdos hay un lienzo tan obscuro como el océano esa noche.

Cuando volvió a saber de mí, estaba en esta isla, en el fondo de un bosque, adentro de un tronco de baobab acondicionado como casa.

Milagrosamente había salido con vida.

El milagro del que hablo son dos muchachos, ambos de mi edad.

Hadas.

Hadas, dijeron.

•°•°•

Grité, corrí y aventé cosas. No me enorgullezco de recordarlo, pero ahora me parece un poco gracioso.

Debo admitir que soy una persona que se asusta con facilidad, y también soy un poco... Ingenuo.

Tal vez por eso es que puedo escribir con completa convicción que Yoongi y Jimin son un par de hadas. O hados. O como sea correcto llamarlos.

Yoongi y Jimin son unos chicos, más o menos de mi misma edad, y son ellos lo primero que vi cuando recobré el conocimiento. Fueron ellos quienes me explicaron lo que eran, y quienes me contaron que, si estaba vivo, era porque ellos me habían rescatado de altamar.

Me dijeron que me habían conducido a su isla y habían cuidado de mi cuerpo inconsciente durante tres días con sus noches.

Yo estaba en negación, y me sentía tan neurótico que estaba seguro de que mi cabello estaba en las puntas y mis ojos como platos. Seguramente me temblaban las manos mientras iba y venía adentro del baobab como fiera enjaulada.

Sin embargo, poco a poco bajé la guardia, me acostumbré a verlos entrar al baobab cargando tés, frutas y pan y ellos se acostumbraron a mí lo suficiente como para mostrarme.

•°•°•

Jimin era un chico de cabello color crepúsculo, y bonitos labios como botones de rosa. Cuando llovía mucho y la temperatura se tornaba fría, se le sonrojaban las mejillas como melocotones. Nada más comía frutas y vegetales, y vestía de pies a cabeza con atuendos de hojitas secas, cosidas con lianas doradas y cortezas flexibles y fragantes.

Y Yoongi... Mi Yoongi...

Yoongi poseía los ojos de gato más bonitos que he visto en mi vida. No sé qué es lo mejor de su apariencia, si eso o sus labios que hacían puchero de forma innata. Vestía lana y cuero de la forma más adorable; hacía pan y bebía leche.

Cuando Jimin llamaba, acudían los conejos, saltando como nubecillas de algodón a través del sotobosque. Si Jimin lo deseaba, los lobos atacaban y las luciérnagas encendían el cielo.

Cuando Yoongi pasaba los dedos sobre la tierra, brotaban hierbas, y cuando acariciaba sus hojas, se llenaban de florecitas. Si Yoongi lo deseaba, los girasoles lo buscaban y los árboles dejaban caer frutos dulces a sus pies.

Sí... Eran hadas.

Definitivamente... Eran hadas.

Los seres más dulces de la tierra. Los seres más puros en existencia... Y yo... Como lo contaré más tarde, yo no tengo vergüenza.

Bitácora de J. HoseokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora