Prólogo

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El guardia no se movía de su lugar. Se encontraba bien atento a todo lo que ocurría a su alrededor y para serles sincera ya me encontraba algo cansada de estar en la misma posición y mismo lugar de hace un buen rato.

—¡Me rindo! —digo saliendo de entre los percheros de ropa.

—Yo debía encontrarte. ¡Es injusto!

—Te demoras mucho. Así no es divertido. —digo cruzándome de brazos—. Ahora te toca a ti.

—¡Amely! ¡Es hora de irnos! —grita mi mejor amiga llegando a mi lado—. Te he buscado por todas partes. Ya es hora de irnos.

—¿No que te llamabas Cari? —pregunta el guardia mirándome fijamente—. ¿Y por qué ella lleva unos lentes con etiqueta colgados de su blusa?

La miro y efectivamente tenía unos lentes bastante hermosos colgados. Nos miramos a los ojos y ya sabíamos exactamente que hacer. Antes de que el guardia dijera algo más, salimos corriendo.

Tiro de los lentes y rompo de un tirón la etiqueta para ponérmelos.

El guardia venía detrás de nosotras también corriendo a toda velocidad, cuando esquivamos unos cuantos percheros giro un poco mi cabeza para ver que el guardia se había cansado un poco y apoyaba sus manos sobre las rodillas mientras trataba de respirar. Eso pasa cuándo son muy gorditos.

Logramos salir de la tienda y comenzamos a mezclarnos entre la gente.

Y así damas y caballeros se pierde de vista a un guardia de seguridad. Decidimos subir al patio de comida, correr nos daba bastante hambre y mi estómago ya estaba exigiendo algo.

—¿No pudiste sacarle la etiqueta antes de irme a buscar? —le reprendo mientras nos encaminábamos a los ascensores.

—Se me fue ese mínimo detalle. —dice encogiéndose de hombros—. Al fin de cuentas escapamos ¿No?

—Sí, pero por poco nos pillan. —suspiro recuperando un poco el aire—. ¿No era que me llamaría Cari? ¿De dónde sacaste el nombre Amely? Es realmente feo.

—Una señora se llamaba así y se me quedó pegado su nombre.

—Como digas. ¿Qué más lograste sacar? —pregunto. Habíamos llegado al ascensor y apreté el botón para que bajara ya que se encontraba en el último piso.

—Los pantalones que llevo puesto. —dice enseñándomelos—. Y un par de poleras realmente bellas. Que distrajeras al guardia me dio bastante tiempo para probarme ropa.

—Fue bastante aburrido hacerlo.

—¿¡Y qué!? Ahora tenemos ropa nueva. —dice enganchando su brazo con el mío.

El ascensor llega y las puertas se abren. Adentro había dos personas por lo que dejamos de hablar. Me acomodo los lentes y entramos al ascensor.

Nadie, absolutamente nadie, logra atraparnos.


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