🌷CAPITULO SIETE🌷

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–¡Por Dios! –Anastasia inclinó la cabeza hacia atrás para mirar boquiabierta Trewan Manor mientras Christian se aproximaba al edificio.

La mansión de piedra parecía un cruce entre el castillo de Cenicienta y la imaginación enfebrecida de un arquitecto victoriano. Situada sobre un acantilado, era un edificio imponente y espectacular. Al acercarse más, Ana se dio cuenta de que había aspectos más cotidianos, como las jardineras llenas de flores de las ventanas, el olor a hierba recién cortada y un patinete abandonado en los escalones de la entrada, que convertían el castillo de cuento de hadas en una vivienda familiar.

–¿Cuánto hace que vive tu hermana aquí? –preguntó al bajarse del coche.

–Desde que conoció a Ethan–respondió Christian mientras sacaba las bolsas del asiento trasero.

Ana esperaba que añadiera algo más, pero se quedó callado. Aquello le parecía ridículo. Había estado dormitando durante todo el viaje. Cada vez que había abierto los ojos, se había dado cuenta de que Christian estaba más tenso y menos comunicativo, pero decidió no reprochárselo porque debía estar tan exhausto como ella por la noche anterior, además de que llevaba horas conduciendo.

–¿Forman parte Mía y su familia de un programa de testigos protegidos? –le preguntó sonriendo dulcemente mientras extendía el brazo para agarrar su bolsa–. Conseguir que hables de ellos es una empresa imposible.

–Muy graciosa –se limitó a responder él.

En vez de entregarle la bolsa, se la puso bajo el brazo y colocó la mano libre en su espalda.

–Ya la llevo yo –afirmó mientras la conducía a la entrada–. Ten por seguro que necesitarás ambas manos cuando conozcas a Mía–añadió enigmáticamente.

Una joven delgada con pantalones vaqueros cortos y una camiseta vieja salió a toda prisa por la puerta principal. Rodeó el cuello de Christian con los brazos y se puso de puntillas para besarlo en la mejilla.

–¡Por fin!

–Hola Mía–dijo él–. Te presento a Anastasia.

–¡Anastasia! ¡Genial! –exclamó mientras la tomaba de las manos–. Encantada de conocerte.

Los ojos de Mía, del mismo tono gris que los de Christian, brillaban de emoción y curiosidad–. Espero que no te importe que haya casi obligado a Christian a venir, pero es que Mila le tiene mucho cariño. Y mañana es su cumpleaños.

–No pasa nada –dijo Anastasia, incómoda ante el entusiasmo de Mía. No se le había ocurrido que iban a engañar a Mía al fingir que eran pareja. Ella la había saludado como si fuera alguien importante, cuando no era así.

–¿Dónde está Mila? –preguntó Christian.

–Por suerte se durmió hace una hora –respondió Mía mientras entraban–. Cuando supo que venías por su cumpleaños, se puso como loca –sonrió mientras abría la puerta de la cocina comedor–. Que su tío preferido venga a verla y celebrar su fiesta de cumpleaños, las dos cosas el mismo fin de semana, es demasiado para una niña de tres años.

–Soy su único tío –observó Christian.

–Ethan ha ido a verla –dijo Mía sin hacer caso del comentario de su hermano–. Espero que no hayáis cenado. Nosotros no lo hemos hecho por esperaros.

–No, no hemos cenado –dijo Ana al ver que Christian no hablaba–. Sé que no me esperabais y espero no importunaros.

–No seas tonta. Es estupendo que hayas venido. Además, me encanta cocinar. Seguro que Christian te ha contado que siempre hago comida para un regimiento –se acercó a la cocina y sacó del horno una bandeja de volovanes.

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