–¿Qué tal te ha ido?Anastasia miró a Kate, su ayudante, mientras lanzaba el bolso y la carpeta con las fotos de los productos en el sofá que había en la recepción de la tienda. Se descalzó y se dejó caer en el sofá. –No me lo preguntes –gimió.
Ella se sentó a su lado.
–Pero creía que era cosa hecha.
–Lo hubiera sido si el parachoques del coche no se hubiera caído, por lo que he llegado veinte minutos tarde a la cita. Por desgracia, los cocineros con dos estrellas Michelin no son famosos por su paciencia y comprensión. Gregori Mallini se ha negado a recibirme y su mano derecha me ha soltado un discurso de diez minutos sobre lo valioso que es el tiempo para el gran Mallini, por lo que no hace negocios con personas que no son puntuales.
–¡Oh, no!
Ana giró la cabeza. Kate, como siempre, tenía azúcar en la nariz y las mejillas. Se sintió culpable.
–¿Pero no habías llevado el coche al mecánico hace una semana?
–Sí, pero fue antes de que un coche deportivo italiano le diera un golpe –respondió Anastasia.
«Y de que su dueño me revolucionara las hormonas», pensó. Si el tipo no la hubiera distraído, se habría dado cuenta del daño que había sufrido el coche. Había tenido que atravesar medio barrio a la carrera con unos zapatos de tacón que se había comprado para impresionar a un cocinero al que al final no había visto.
–¿Has tenido un accidente? –Kate ahogó un grito–. ¿Estás bien?
–Perfectamente –contestó Ana con calma.
Su ayudante era también su mejor amiga. Eran amigas íntimas desde la escuela. Kate era un encanto, y una artista a la hora de imaginar glaseados para los cupcakes.
–Estoy bien –aseguró.
O lo estaría cuando dejara de tener ganas de hacerse el harakiri con uno de los cuchillos de la cocina. ¿Cuándo iba a empezar a comportarse como una persona adulta y a dejar de distraerse con el primer chico guapo que viera? Era posible que el dueño del Ferrari ni siquiera fuera tan guapo. Probablemente hubiera exagerado su atractivo por lo nerviosa que estaba a causa de la cita con el cocinero y del choque. Frunció el ceño. Y ahí estaba, pensando de nuevo en él, en un tipo que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Y hacía horas que se había prometido dejar de hacerlo.
–¿Estás segura de que te encuentras bien? Pareces disgustada –murmuró Kate.
Ana se obligó a sonreír.
–Sí, lo estoy y es conmigo misma –suspiró–. Te he fallado, Kate; y me he fallado a mí misma. Conseguir que nuestros cupcakes estuvieran en el menú de meriendas del Cumberland nos hubiera dado a conocer. Hubiéramos recibido una avalancha de pedidos.—Soltó un profundo suspiro mientras el sueño se alejaba definitivamente de su mente.—Nos hubiéramos convertido en las reinas de los cupcakes – añadió con un toque de humor–. Hubiéramos podido ganar el Nobel de la pastelería.
Kate sonrió.
–No dejes de soñar, Ana. Se te da muy bien.
«Es una lástima que no se me dé tan bien controlar el flirteo», pensó Anastasia.
Apartó esa idea de su cabeza. Kate tenía razón: habría más oportunidades, siempre que siguieran soñando y que no dejaran de hacer los mejores cupcakes del mundo. Y no iba a ayudarlas castigarse por lo que había sucedido con el todopoderoso Gregori Mallini y por sus problemas para controlarse y no flirtear. La próxima vez tendría que hacerlo mejor.
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NOTAS DE SEDUCCIÓN
FanfictionUn problema como anillo al dedo Anastasia Steele no se sonrojaba nunca, pero cuando el irritante Christian Grey la miró por vez primera, se puso roja como una amapola. Su cuerpo había acertado al reaccionar así porque, después de que el descapotable...