🌷CAPITULO NUEVE🌷

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–Mía, Ethan y Mila son maravillosos –murmuró Anastasia mirando por el parabrisas del Ferrari. El verde y espectacular paisaje de Cornualles pasaba ante sus ojos y agudizaba aún más las emociones encontradas que experimentaba–. Gracias por invitarme. Me lo he pasado muy bien.

–Mía y tú os habéis hecho amigas en seguida—comentó Christian–. Te ha invitado a volver en octubre.—Habló con brusquedad, y ella se preguntó si no la estaba censurando. ¿Le preocupaba que fuera a aceptar la invitación?

–Sí, ha sido muy amable. Pero no podré venir –dijo con firmeza–. En octubre tenemos mucho trabajo porque hay muchas fiestas de Halloween que atender.—Por mucho que lo deseara, no volvería a ver a Mía. No era imbécil. ¿Y si Christian aparecía con otra mujer? Le resultaría muy violento.

–Entiendo –dijo él tras un largo silencio.

Ella sintió un nudo en la garganta, pero se lo tragó. ¿Qué esperaba? ¿Que él le hubiera pedido que fueran a verla juntos? No iba a hacerlo solo porque la noche anterior le hubiera hecho el amor como si no pudiera prescindir de ella, ni porque ella hubiera observado su expresión de asombro cuando Mila lo había abrazado después de soplar las velas, ni porque lo hubiera visto entrar con Mía con una expresión de liberación en el rostro, ni porque probablemente hubiera hablado con su hermana, como ella le había propuesto. Aquello no significaba nada. El sexo era lo que mejor hacían, por lo que el vínculo físico se había estrechado la noche anterior, que sería la última que pasarían juntos. Ella había descubierto un alma gemela en Mía, y también le habían caído muy bien Mila y Ethan, por lo que era lógico que se sintiera conmovida sabiendo que no volvería a verlos.

Eso nada tenía que ver con Christian ni con la ridícula esperanza que había nacido en ella durante la fiesta infantil y cuando se habían despedido de Mía y de su familia: la de que hubiera la posibilidad de continuar la relación con Christian. No, de ningún modo iba a contener la respiración esperando que él le pidiera que se volvieran a ver. No esperaba a que los hombres le pidieran una cita; lo hacía ella si quería. Y, en este caso, no era así. El fin de semana le había demostrado que podía quedarse colgada de Christian, lo que no era de extrañar, ya que sus habilidades y energía en la cama eran increíbles. Tal vez hubiera descubierto cierta profundidad en él, una integridad emocional que no esperaba, y una sorprendente vulnerabilidad tras la fachada de hombre controlado. Pero eso no los hacía más compatibles que dos días antes. Christian no buscaba amor ni compromiso. Y ella no podía cambiar eso.

–¿Te importa que eche una cabezada? –le preguntó ella, deseosa de repente de dormir para olvidar. Quería dejar de pensar y de que su corazón dejara de anhelar cosas sin sentido.

–Claro que no.—Ella dejó vagar sus pensamientos con el deseo de quedarse dormida durante las seis horas de viaje. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las tragó.

«No pierdas de vista la realidad, Anastasia», se dijo.

«Recuerda que todavía no quieres lo que tienen Mía y Ethan porque no estás preparada. Y, desde luego, no lo encontrarías con alguien como Christian Grey».

Christian llegó a la autopista y piso a fondo el acelerador. Quería que el viaje terminara lo antes posible. Si Anastasia dormía durante todo el trayecto, cabía la posibilidad de llegar a Londres y despedirse de ella antes de cometer alguna estupidez. Anastasia y él no tenían futuro, ni siquiera a corto plazo. Así que su relación acabaría allí. Era cierto que ella le había hecho ver cosas que debiera haber percibido años antes. Y tal vez la relación hubiera sido más intensa de lo habitual. Admiraba de ella su celo y su tenacidad, su forma de pensar y su negativa a recular. Pero nada de eso importaba a largo plazo, ya que no quería nada permanente en la vida. Y Anastasia era de esas mujeres que, cuando se comprometían, no retrocedían. Tenía un gran corazón y desearía que la amaran con pasión, cosa que él no podía hacer.

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