🌷CAPITULO TRES🌷

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–Anastasia ¿me estás llevando otra vez? Porque voy a tener que enseñarte quién manda aquí.

–Inténtalo –dijo ella bromeando y se agarró más a él mientras la hacía girar.

Él la sujetó por la cintura con tanta fuerza que ella percibió cada centímetro de su cuerpo. Era un bailarín excepcional. No solo se sabía los pasos, sino que se movía con gracia natural y la llevaba con fuerza y seguridad.

Por desgracia, después de dos margaritas, alguna tapa y una hora de flirteo, a Ana le resultaba imposible concentrarse en el baile en vez de en todas las partes de su cuerpo, que vibraban de deseo.
El deseo de sentir sus dedos en la piel, de lamerle la nuez de la garganta y de probar el aroma salado de su sudor la abrumaban. Una voz en un rincón del cerebro comenzó a susurrarle que eso lo había planeado Christian, que había estado avivando su deseo toda la velada haciéndola sentir, con sus largas y penetrantes miradas, que era la única mujer que había en el bar, mirándole la boca cada vez que se pasaba la lengua por los labios. Y al final coronaba su conquista apretándola fuerte contra sí y guiándola en un baile sensual de promesa y provocación. Pero cuanto más inhalaba su aroma, cuanto más sentía sus músculos bajo la camisa, cuanto más escuchaba su voz ronca, más silenciosa se volvía la vocecita de su cerebro. Hasta que lo único que oyó por todos los poros de su cuerpo sobrexcitado fue otra que le decía: «Lánzate, Ana».

Nunca había tenido una aventura de una noche. ¿Por qué iba a compartir intimidades con alguien al que no conocía? Pero, de pronto, el anonimato de una noche de pasión la atrajo de forma irresistible. Y si iba a tener una aventura de una noche, ¿con quién mejor que con aquel hombre tan sexy? Cesó la música y Christian deslizó la mano hasta su cadera y colocó una pierna entre las suyas. Los ojos de ella se fijaron en sus labios. Entonces, él la besó. Fue un contacto eléctrico. Sus labios eran firmes y cálidos. La vibración que Anastasia sentía entre los muslos estalló cuando él la besó con mayor profundidad. Ella abrió la boca aceptando que la invadiera con las intensas caricias de la lengua. Cuando él se separó, ella se había quedado sin aliento.

–Vámonos –dijo él con la voz ronca de deseo.

«Sí por favor».

Christian estaba a punto de explotar. Le apretó la mano a Anastasia mientras se disponían a salir del bar. Lo que al principio había sido una mera diversión, un flirteo, se había convertido en una torturante necesidad que lo iba a volver loco si no conseguía desnudar a Anastasia enseguida. Sacó la cartera de la chaqueta y dejó un puñado de billetes de veinte libras en la mesa.

–No es tan caro –dijo ella mientras volvía a agarrarla de la mano.

—¿Quieres esperar a que nos traigan el cambio?-Ella sonrió.

–Lyliam se va a poner muy contenta.

Él se echó a reír.

–Espero que no sea la única esta noche.

–¿Dónde vives? –preguntó él cuando llegaron al coche y le abrió la puerta.

–En Tufnell Park.

–Yo vivo más cerca –afirmó mientras arrancaba.

Él le agarró la cabeza y la atrajo hacia sí, incapaz de esperar más para volver a besarla. La lengua de ella se enredó en la suya. El bocinazo de un coche lo obligó a soltarla mientras toda la sangre de su cuerpo descendía y se concentraba en un órgano concreto.

–Entonces, vamos a mi casa.

Ella asintió.

Christian pisó el acelerador. El chirrido de las ruedas al salir el vehículo disparado en un cruce hizo que levantara el pie de la palanca.

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