🌷CAPITULO OCHO🌷

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–Suéltame, no voy a salir corriendo –dijo Ana pacientemente mientras bajaban los últimos escalones de piedra que conducían a la playa.

Christian no había abierto la boca al salir por la puerta trasera de la casa y tomar el sendero del acantilado. Y ella no le había hecho preguntas porque era evidente que estaba molesto por lo que hubiera oído. Le había ofendido que estuvieran hablando de él. Pero el sentimiento inicial de culpa de Anastasia estaba desapareciendo rápidamente para dejar paso a la ira. Christian la soltó, siguió andando a grandes zancadas y, por fin, se detuvo. Anastasia se dio cuenta de que estaba algo más que molesto. Él siguió callado dándole la espalda.

–¿De qué querías hablarme con tanta urgencia? –le preguntó ella, incapaz de esperar pacientemente la explosión que se avecinaba. No le gustaba que le dieran órdenes. Christian lanzó una maldición que se llevó el viento. Anastasia se estremeció cuando se dio la vuelta y caminó hacia ella.

–No se te ocurra volver a hablar a mi hermana de mí –le dijo furioso. Ella cruzó los brazos y esperó a que la indignación que sentía le aumentara el coraje.

–No me intimides, Christian–le advirtió negándose a acobardarse ante su malhumor.

–¿Que no te intimide? –se le acercó más y la agarró de la barbilla para obligarla a mirarlo–. Lo que me gustaría es ponerte sobre mi rodilla y darte unos azotes, así que estás saliendo bien librada.—Ana apartó la cabeza.

–Y yo que creía que eras tan recto que no te gustaba el sadomasoquismo.

–¡Esto no es una broma, maldita sea! –exclamó él. El intento de ella de aliviar la tensión había fracasado estrepitosamente–. ¿Qué le has contado?—El barniz de la lógica y el comportamiento civilizado de Christian se habían resquebrajado. Ana trató de entender la repentina explosión, de calmar los latidos de su corazón y de apaciguar el deseo que lanzaba chispas entre ambos como si fuera electricidad. ¿Por qué demonios estaba tan enfadado?

–¿Sobre qué?

–Sobre lo que te dije anoche; de lo que sabía sobre mi padre y sus amantes –le dijo gritando, pero ella vio en sus ojos, además de ira, pánico. Sintió tanta ternura por él que le hizo daño.

—¿No se lo has contado a Mía?

–Claro que no.

–¿Por qué no?

Él le dio la espalda y se metió las manos en los bolsillos. Habló con voz tensa.

–¿En qué estaría pensando para contártelo? –murmuró más para sí mismo que para ella–. Debo haber perdido el juicio.

–No le he contado nada, Christian–le puso la mano en la espalda. Experimentaba una abrumadora necesidad de tocarlo–. Pero tú deberías hacerlo.
Sintió que los músculos de la espalda masculina se tensaban. Él se dio la vuelta riéndose.

–No sabes lo que dices.

–¿Cómo puedes pensar que fue culpa tuya?

–Cuando tenía catorce años, Mía pilló a mi padre con su secretaria, lo cual estuvo a punto de acabar con ella –gritó–. Y eso fue culpa mía porque no pude frenar a mi padre, porque no se lo conté a mi madre y porque no le dije a Mía cómo era él en realidad.

–No fue culpa tuya –gritó ella a su vez–. ¿No te das cuenta de que nada hubiera cambiado hicieras lo que hicieras? Hay cosas que no se pueden controlar por mucho que queramos. Tienes que contárselo a tu hermana, Christian.

–No voy a hacerlo, y tú tampoco. Solo serviría para abrir antiguas heridas que ya han cicatrizado.

–¿Cómo van a haber cicatrizado cuando tratas de no relacionarte con la única familia que tienes?

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