Christian daba golpecitos con la pluma en el escritorio mientras las palabras de la declaración del testigo que estaba leyendo bailaban ante sus ojos. No podía estarse quieto.–¿Quiere que hable con Brady sobre el testigo del caso Carvelli?—Christian miró a Terry, su asistente.
–¿Cómo?
–El testigo del caso Carvelli –Terry indicó con un gesto el documento que Christian tenía en la mano–. El testigo cuya declaración lleva leyendo veinte minutos.—Christian tardó unos segundos en responder.
–No.
Dejó el documento en el escritorio y contuvo el aliento. Lo invadió una serie de imágenes, sonidos y sensaciones, lo cual le había sucedido con frecuencia la semana anterior. Los senos llenos de Ana elevándose y descendiendo bajo el delantal, sus suaves sollozos al lado de su oído, su cuerpo aferrado en torno al suyo mientra él alcanzaba el orgasmo... Todo ello envuelto en olor a bizcocho, glaseado y sexo.
–Lo haremos mañana, Terry –se tiró del cuello de la camisa como si lo ahogara. Terry lo miró durante unos segundos.
–Pero el juicio empieza mañana y no hemos...
–Ya lo sé. Ya me las apañaré.
Terry asintió lentamente, recogió sus papeles y se fue. En cuanto salió, Christian lanzó la pluma al suelo.
–¡Diversión! –la palabra rebotó en las paredes llenas de libros encuadernados en piel–. ¿Qué demonios tiene que ver la diversión con eso, Anastasia.
«Fantástico», pensó. «Ahora hablo solo».
Llevaba tres semanas, desde la vuelta de Cornualles, pensando solo en una mujer, y se había dado cuenta de que era incapaz de hacer nada más. Anastasia Steele había hecho trizas su capacidad de concentración y su vida ordenada. Y tenía el valor de llamarlo «diversión». Lo que habían compartido no había sido una mera diversión. Al menos, no para él. Y, desde luego, tampoco para ella a juzgar por su aspecto la última vez que la había visto. Entonces, ¿por qué lo había escrito en la nota? Christian hizo una mueca. Tal vez porque él había hecho lo mismo en la suya. Se levantó, se aflojó la corbata, se desabrochó los dos botones superiores de la camisa y fue a mirar por la ventana. Nada de lo sucedido durante el tiempo que habían pasado juntos tenía sentido. Por ejemplo, ¿por qué había tanta química sexual entre ambos cuando ella no era su tipo? ¿Por qué Anastasia lo removía por dentro como ninguna otra mujer? ¿Cómo había podido, solo en un fin de semana, minar su estabilidad y sus certezas y hacer que pusiera en tela de juicio todo lo que daba por sentado? ¿Y por qué su declaración de amor lo había aterrorizado menos que su afirmación posterior de que lo superaría sin problemas? Lanzó una maldición, apoyó el brazo en el cristal y la frente sobre él.
Había pasado una semana decidido a no ir en su busca, a no sucumbir al deseo de prometerle lo que quisiera con tal de recuperarla. No solía hacer promesas porque temía no poder cumplirlas. Pero era evidente que mantenerse alejado de ella había dejado de ser una opción, ya que la necesidad de verla lo estaba trastornando. Y no solo debido a que deseara volver a abrazarla, a acariciarla, a explorar su cuerpo y a aprovechar la atracción sexual que había entre ambos. Querer verla de nuevo por el sexo hubiera sido demasiado sencillo. Y nada lo era con Anastasia. No quería verla por eso, aunque había intentado convencerse de ello al escribirle la nota. Y después, en su despacho, la había penetrado con tanta delicadeza como un elefante. Se irguió y expulsó el aire de los pulmones. La verdad era que quería mucho más de Anastasia. Quería estar con ella, hablarle, aspirar su aroma a vainilla y averiguar todo sobre ella. Sentía curiosidad por su pasado, su presente y todos los detalles de su vida que la habían convertido en la mujer fuerte, desafiante y capaz, pero afectuosa, que era. Frunció el ceño al darle la luz del sol en los ojos. Era una locura romántica como las que siempre había despreciado, pero no podía librarse de la convicción de que existía un vínculo entre ellos, de que tenían mucho que descubrir el uno del otro, de que lo suyo no había terminado, sino que acababa de comenzar y de que, por primera vez en su vida, quería hacer una promesa. A Ana, solo a ella.
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NOTAS DE SEDUCCIÓN
FanfictionUn problema como anillo al dedo Anastasia Steele no se sonrojaba nunca, pero cuando el irritante Christian Grey la miró por vez primera, se puso roja como una amapola. Su cuerpo había acertado al reaccionar así porque, después de que el descapotable...