🌷CAPITULO CUATRO🌷

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Anastasia abrió los ojos y los cerró bruscamente porque la luz del sol le hacía daño. Lo intentó de nuevo lentamente y descubrió un enorme dormitorio que no conocía. La puerta de la terraza estaba abierta y una corriente de aire le puso la piel de gallina. Vio que su vestido estaba en una silla. Un zapato se hallaba al lado, en el suelo, y el sujetador colgaba de una yuca. Lanzó un gemido y recordó con todo detalle la noche libertina que acababa de pasar. Hizo una mueca al notar que le dolían todas las partes íntimas de su cuerpo. El murmullo de una profunda respiración le hizo volver la cabeza y examinar el rostro del hombre que estaba a su lado. Tenía la piel morena y barba de un día. Sus rasgos eran increíblemente bellos: cejas espesas, pómulos altos y labios sensuales que la habían llevado al éxtasis innumerables veces.

Christian Grey, alias el Supersemental. No era de extrañar que estuviera en coma. Se habían pasado toda la noche haciendo lo mismo. Y no solo la noche, ya que la última vez, antes de caer exhaustos, había sido al alba. Se movió para poder sentarse y librarse del muslo que le tenía sujetas las piernas a la cama. El edredón cayó a un lado y la vista del cuerpo masculino la sobresaltó. Apretó los dientes. ¡Por Dios! ¿No tenía bastante con lo que le dolía todo? Se levantó, recogió la ropa y, andando de puntillas, fue en busca del cuarto de baño. La necesidad de orinar era casi tan urgente como la de alejarse de Christian antes de que hiciera una tontería, como despertarlo y pedirle que repitieran la actuación.

El cuarto de baño era de diseño muy moderno. Después de satisfacer su urgente necesidad, buscó hasta encontrar un albornoz blanco muy bien doblado. Anastasia suspiró de placer al ponerse uno, pero lanzó un silbido al atárselo, cuando el suave tejido le raspó la piel del pecho. Se lo abrió y ahogó un grito cuando vio lo enrojecida que tenía la piel. Se sonrojó al recordar la atención que Christian le había dedicado a sus senos y pezones toda la noche. Se vio en el espejo y se llevó una mano a la boca para no gritar: parecía el monstruo del lago Ness. Tenía las mejillas enrojecidas, el pelo totalmente revuelto y el poco maquillaje que le quedaba se le había corrido bajo los ojos. Agarró varios artículos de perfumería que había en una cesta y se metió a toda prisa en la ducha. Tenía que reparar los daños que pudiera y salir de allí corriendo antes de que el caudillo escocés se despertara y su humillación fuera completa. Además de estar hecha un adefesio, no conocía a aquel hombre. Y lo poco que sabía de él la inquietaba. No sabía qué se le había metido en la cabeza la noche anterior... aparte de la enorme erección de Christian. Ningún otro hombre la había seducido con tanta facilidad y eficiencia. Y ningún otro había logrado que viera el paraíso. Mientras estaban en la cama no había podido poner las cosas en perspectiva. Pero en aquel momento, a la luz del día, se dio cuenta de que, a pesar de sus planes, apenas había protestado la noche anterior. Y aún peor que su falta de contención era hacia dónde se había inclinado la balanza del poder. Desde el momento en que Christian le había pedido que fueran a cenar, había sido él quien había controlado la situación. Y a pesar de que el resultado había sido de un erotismo alucinante, le molestaba mucho su capacidad de controlarla con tanta facilidad. Ana era de naturaleza apasionada, heredada de su madre, pero se enorgullecía de no dejar que la dominara. Haberse doblegado a la voluntad de Christian le parecía una traición a sí misma, por pequeña que fuera. Se estremeció cuando le cayó el agua fría de la ducha sobre la piel. Se dio cuenta de que era vulnerable ante Christian Grey, hasta el punto de poder volverse adicta a él. Lo más sensato era alejarse. Con una vez había tenido suficiente. Frunció el ceño. Bueno, con cinco veces. ¿O habían sido seis? Se lavó la cabeza mientras el agua, ya caliente, comenzaba a aliviarle los doloridos músculos. El número de veces que lo hubieran hecho era irrelevante. Lo importante era que se había percatado del peligro. Christian había descubierto su punto flaco y, para evitar que lo aprovechara, debía alejarse de él. Diez minutos después, salió de la ducha y buscó el albornoz.

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