–Me encanta este sitio porque es elegante pero no estirado – Anastasia suspiró mientras daba un largo trago a un zumo helado. Se quitó las sandalias y se sentó sobre las pantorrillas. Debía de haber andado unos ocho kilómetros esa mañana, pero no estaba cansada. Christian había demostrado ser tan divertido en la cama como fuera de ella. Esperaba que la llevara a comer a un sitio pretencioso, y se había vestido con un vestido veraniego de lo más normal, para demostrarle que no tenía nada que demostrar. Pero la había sorprendido llevándola a un café al aire libre, situado en las antiguas cocinas de Kenwood House. La casa era una mansión georgiana restaurada. En el parque que la rodeaba, que se extendía hasta el lago, se jugaba al fútbol, y las familias y las parejas de novios iban a comer o a merendar en las tardes veraniegas.–Y está lleno de gente –afirmó Christian llenándole la copa de vino a Ana–. Los sábados suelo estar muy ocupado para venir. Me había olvidado de cuánta gente viene los fines de semana.
Ella le sonrió.
–¿Ocupado en qué?
Christian tenía un aspecto delicioso con unos vaqueros descoloridos y una camiseta. La mañana había estado llena de sorpresas y ella se sentía libre de preocupaciones y un poco temeraria. Se había preguntado varias veces aquella mañana, mientras él la llevaba a casa, si no se habría vuelto loca por consentir en pasar el día con él. Era un hombre peligroso, que influía en ella de forma impredecible, por lo que debería tener más cuidado que la noche anterior. Pero a medida que transcurría el día se sentía más contenta de que estuvieran juntos, aunque fuera a ser fugazmente.
Llevaba casi seis meses sin librar un fin de semana, debido a la presión laboral de la nueva empresa y al curso de contabilidad que estaba realizando. Kate y ella habían decidido librar ese largo fin de semana de agosto para compensar.
Pasar ese valioso tiempo libre con un hombre excepcionalmente inteligente, sexy y estimulante aumentaba el lujo que suponía. Y a ella le gustaba tener en la vida un poco de lujo. Además, a medida que el día avanzaba, comenzó a preguntarse a qué se había debido el ataque de pánico que había sufrido por la mañana. Era evidente que Christian había tomando el mando la noche anterior y que era de esa clase de personas. Pero ella había descubierto que, si se mantenía firme, podía estar a su altura. De todos modos, no se trataba de una guerra, ni siquiera de una verdadera relación, sino de una aventura pasajera. ¿Por qué complicar algo que no lo era?
Mientras paseaban por el parque, la conversación había fluido con facilidad. Sin hablar de temas personales, habían cubierto otros muchos, como las iniquidades del sistema judicial británico o la receta de un cupcake perfecto. Christian era un conversador entusiasta que sabía expresar muy bien sus ideas y poseía una mente lógica y brillante. A diferencia de ella, que tendía a divagar. A pesar de ello, él no se había mostrado condescendiente con Ana, lo cual había supuesto para ella la mayor sorpresa de todas. Christian le había dicho que había sido un excelente estudiante y que había sacado la carrera con facilidad. Ella, por el contrario, se había rebelado desde muy joven contra las restricciones del aula. Aunque se sentía orgullosa de lo que había conseguido después de dejar la escuela a los dieciséis años, pues había pasado tres años yendo a clases nocturnas y trabajando el en restaurante italiano de sus padres, estaba un poco acomplejada por su falta de cualificaciones académicas. Y a pesar de que Christian poseía el intelecto y la cualificación, no había rechazado sus puntos de vista por considerarlos inferiores a los suyos. No era un esnob intelectual. Otra cosa que había descubierto con gran asombro era que a Christian le gustaba ir agarrado de su mano. Se la había tomado en cuanto comenzaron a caminar y prácticamente no se la había vuelto a soltar. El roce de su palma y de sus dedos largos y fuertes la excitaba. Tomó el menú de la mesa y se abanicó con él.
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NOTAS DE SEDUCCIÓN
FanfictionUn problema como anillo al dedo Anastasia Steele no se sonrojaba nunca, pero cuando el irritante Christian Grey la miró por vez primera, se puso roja como una amapola. Su cuerpo había acertado al reaccionar así porque, después de que el descapotable...