-POV Patricia-
Caminamos varios minutos por la gran Mansión, pero aún así sentí que no había visto nada. Era escalofriante solo pensar cuanto habría costado un solo mueble de los que poseía.
Las paredes estaban llenas de detalles en madera de roble oscuro, y algo más que me atrevería a decir que era oro.
Él me iba mostrando lo que tenía y para qué lo usaba, hasta que llegamos a su habitación.
La puerta estaba cerrada, pero se notaba que era la más grande por diferencia.
Él solo dijo "esta es mi habitación". No me enseñó nada, como si escondiese algo ahí dentro.
No sabría decir qué.
No podía dejar de mirarlo, pues me extrañaba muchísimo. Todos lo describían como lo peor en el mundo. Nadie se animó a dar una descripción de su persona, pero todos concordaban en que era lo más cercano al Diablo que existía.
Y el hombre que tenía al frente no encajaba en esa descripción. Era extraño, e incluso imponente, pero... No parecía capaz de lastimar a nadie.
¿Acaso era una mentira? ¿Ese no era realmente el Carso?
No sé. No me cerraba. No me cerraba nada en absoluto.
Me dijo que salgamos, que no había mucho más que ver en La Mansión.
Abrió un garaje, en el que sorprendentemente solo había un vehículo, pese a que seguramente podrían entrar más de veinte.
Para mi sorpresa, era un auto bastante sencillito. Caro, por supuesto, pero nada del otro mundo. Yo esperaba un abanico de autos deportivos, y me salió con semejante cosa.
Ese hombre antes despertaba miedo en mí, pero ahora era más... Curiosidad.
Nos subimos al vehículo, y comenzó el Tour.
—¿Ves esos tres edificios? Bueno, ahí es la zona Hotelera. Estos meses vos vas a estar viviendo ahí. Generalmente en ellos se queda la gente como vos, que quiere ver el lugar y hacer negocios, u otros socios míos.
Los edificios eran gigantescos. De ninguna manera se llenarían por completo. Pero pese a ser así, ahí estaban.
No estaban muy lejos de la Mansión. A unas cinco cuadras, solamente.
Detrás de ellos, a duras penas se veía la playa.
La isla era muy tropical. Estaba plagada de árboles y naturaleza por todos lados.
Noté que, a un kilómetro aproximadamente de la zona hotelera, había otro edificio. Este no era muy alto, pero era gigantesco. Más incluso que la Mansión, pero menos que el "almacén" que había visto al aterrizar.
El Carso vio que miraba a esa dirección, por lo que me explicó.
—Ese es "El Club". Ahí viven mis empleados más importantes, y se discuten los negocios. Vamos y te muestro un poco la movida —dijo, con orgullo.
Parecía estar contento del lugar. Se notaba que era su trabajo, y lo había organizado realmente bien.
Tardamos menos de dos minutos en llegar.
Nos detuvimos y nos bajamos en la entrada.
El Carso sacó de su bolsillo una pequeña llave con la que abrió la puerta de vidrio de la entrada.
Fue recién entonces que me percaté de que él no llevaba un arma. O al menos, no dejaba que se le notara.
Mientras los otros cargaban pistolas y revólveres pesados, él parecía ir desarmado.
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Cortinas Negras
Action« Donde la desesperación, el dolor y el odio abundan, siempre habrá cortinas negras »