-POV Patricia-
Ya instalada en mi nueva habitación , me recosté en la cama y me quede mirando el techo.
Si bien todavía estaba bajo el efecto de la anestesia, mi brazo estaba e iba a estar bien en poco tiempo. No era una herida grave, pero me habían hecho cinco puntos de sutura. Si tenía suerte cuando curara iba a quedarme una pequeña cicatriz.
Enfermo de mierda...
Las ganas de dispararle en el medio de la frente aun las tenía, aunque estaba contenta de haberme salido con la mía.
Tenía al Carso de mi lado, y eso era un gran paso para ganar su confianza. Si lograba acercarme cada vez un poco más, en poco tiempo me revelaría datos útiles para la agencia...
Solo tenía que esperar que de a poco cayera en mis redes...
Decidí no comentarle nada de lo ocurrido a Juan Manuel. Estaba cansada y lo último que necesitaba escuchar en este día era al pelotudo recalcándome por enésima vez que no debería haber venido a la misión.
Pero que se vaya a cagar, en menos de dos días ya logré engañar al mayor narcotraficante de Centroamérica.
Orgullosa de lo sucedido cerré los ojos y pronto pude conciliar el sueño. Mañana me esperaba algo importante.
~•~
Cuatro hombres del Carso se bajaron del jet.
Los cuatro llevaban subfusiles. Pequeñas armas con una altísima cadencia de tiro.
Solían ser portadas por guardaespaldas y mercenarios.
El Carso me hizo un gesto con la cabeza que significaba "bajemos". Mantenía en su rostro esa característica sonrisa confianzuda suya.
—Ahora te vamos a enseñar cómo hacemos negocios nosotros —dijo.
—No puedo esperar —contesté.
El se levantó de su lujoso asiento y descendió del vehículo.
Yo lo seguí desde cerca.
El clima era sorprendentemente similar al de la isla.
A unos diez metros nos esperaba un hombre encorvado, canoso y casi calvo. Llevaba un traje, aún con la cantidad horrible de calor que hacía.
—¿Cómo estuvo el viaje, señor Carso? —preguntó.
—Bien, Mapache, bien. Es un día bonito, ¿No? Bueno, esta de acá es Paula Serena. Una socia que viene desde España.
—¡No, pues, que belleza! —soltó el hombre/roedor con descaro.
—No seas baboso, Mapache. Tenemos que discutir varias cosas todavía. ¿Donde vamos a hacerlo? —preguntó el Carso.
"El Mapache" nos llevó a su propia casa. Quedaba cerca de la pista de aterrizaje.
Me sorprendió la cantidad de dinero que tenían hasta los empleados del Carso.
¿Cuanta plata se estaba moviendo en total con todo ese negocio?
Demasiada. Sin duda, demasiada.
Nos sentamos en su jardín, el cual parecía más bien una cancha de fútbol.
Nos sentamos en una mesa que tenía ahí preparada.
El Carso se sentó frente al anfitrión.
Y yo, me quedé parada atrás de la silla del Carso.
Los cuatro mercenarios del narco se posicionaron atrás nuestro, vigilando la escena más que nada.
—A ver, Mapache, hablame de lo que pasó. Contame qué onda con el tiroteo de Cali. Porque verás, Paula, este personaje es el culpable detrás de una matanza en una plaza, y aún más culpable de que la policía abatiera a sus tiradores, y capturara a la mayoría.
—Bueno, pues Carso, verás. Tu sabes que esa plaza es mía. Es territorio mío. Y me estaban comentando que habían unos topos vendiendo ahí. Entonces, pues, tuve que hacerles saber que eso no se podía. Envié a mis hombres, y los maté. Lamentablemente, se dio el hecho de que las autoridades acudieron antes de que el tiroteo acabase y, pues, pasó lo que pasó. Pero ya ves que nadie salió perjudicado. Fue un... Desliz.
El Carso no reaccionó.
No podía ver su cara, pero sabía que estaba serio. No se movió un milímetro.
—Si, Mapache, pero ese desliz es un problema grave. Tus hombres habían estado en mi isla, y si alguno llega a cantar, toda la operación se va al carajo. Así que vas a tener que compensarme.
...
—¿Cómo compensarlo, pues, huevón? Fueron mis hombres los que perdí, ya es suficiente precio a pagar.
—No, Mapache, la verdad es que no. Vamos a tener que cambiar nuestro acuerdo. A partir de ahora, yo me quedo con el noventa por ciento de la ganancia que haga con su mercancía —dijo el Carso, fulminante. Nunca lo había escuchado así.
—¡Usted no puede hacerme esto! ¿Acaso quiere arruinarme, pues? ¡Yo necesito ese dinero!
—¿Entonces no aceptás mi trato?
—¡Pues no, marica, yo no voy a decir que si a una cosa tan exagerada!
—Eso pensé.
El Carso se paró de su asiento.
En menos de un segundo sacó una pistola de su saco, apuntó al frente y le disparó al Mapache en el pecho.
El balazo dejó a mis oidos adormecidos.
Nuevamente noté eso de la visión borrosa.
El Mapache cayó al suelo, y comenzó a retorcerse.
Un agujero atravesaba su traje, su piel, su carne y su pulmón derecho.
El hombre gritaba desesperado. Empezó a brotar sangre de su nariz, boca y ojos, y el césped en el que estaba acostado empezó a teñirse de rojo.
El Carso se dio vuelta, guardó su arma y comenzó a caminar de vuelta al jet.
Yo, instintivamente, lo seguí.
Hasta que noté que los sicarios no avanzaban.
Me volteé para tratar de averigüar qué ocurría, y entonces vi como los cuatro hombres empezaron a disparar al cuerpo del Mapache con sus subfusiles.
Las ráfagas de proyectiles lo deformaron hasta un punto pesadillezco. Irreal.
El sonido de las balas era increíblemente fuerte y no podía soportarlo.
Me tapé los oídos y seguí caminando con el Carso hasta entrar al Jet.
Sentía como si todo estuviese en cámara lenta.
El hombre que tenía al frente sacó un teléfono, con el que empezó a hablar con alguien.
"Ya pueden venir. Llévense todo lo que haya y traigan a Pérez para que venga a controlar toda esta mierda".
Me tallé los ojos, y tras unos segundos estaba consciente de nuevo.
Lo miré a él, extrañada, esperando una explicación.
—Lamento que hayas tenido que ver eso, Paula. Realmente pensé que él iba a cooperar. Pero... De igual forma, también así podés ver cómo tratamos a los disidentes.
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Cortinas Negras
Action« Donde la desesperación, el dolor y el odio abundan, siempre habrá cortinas negras »