Capítulo 30

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¿Alguna vez emplearon la frase: «el mundo se me vino encima»? Por fin la comprendí. No solo eso, fue más allá de la comprensión... la viví.

Fue como si todo el peso del mundo cayera sobre mis hombros, doblegándome. Al mismo tiempo un indescriptible dolor cruzó por mi pecho mutilando a mi corazón. Mis ojos alcanzaron a ver por entre las interminables lágrimas como el doctor volvía a desaparecer tras las dos puertas grises. Él estaba ahí. Él tenía que estar ahí.

– ¡JOE! – grité con todas mis fuerzas

Necesitaba cruzar esas puertas, tenía que verlo. No sé de donde saqué las fuerzas suficientes para echarme a correr, pero lo hice y mis pasos resonaron tétricamente por el pasillo.

– ¡JOE!

Ya me encontraba a la mitad cuando dos brazos amarraron fuertemente a mi cuerpo, obligándome a mantener los míos pegados a mis costados.

– ¡No! – forcejé con todas mis fuerzas para soltarme. Me retorcí como nunca lo había hecho, pero aún así eso no fue suficiente.

– Summer – era la voz de Alex, agitada por el esfuerzo de mantenerme atrapada – cálmate

– ¡NO! ¡JOE, POR FAVOR! ¡NO ME HAGAS ESTO! ¡JOE! – las lágrimas corrían a tropel por mis mejillas, sin rendición. Le estaba llamando, ¿por qué no me respondía? – ¡POR FAVOR! ¡LO PROMETISTE! ¡DIJISTE QUE ESTARÍAS CONMIGO PARA SIEMPRE!

Mis gritos eran fuertes, probablemente se escuchaban por todo el piso pero no me importaba. Yo solo lo quería a él, quería que el doctor volviera a salir y que me dijera que todo esto había sido un error, que estaba bien, que seguía vivo...

– ¡TE LO SUPLICO! – grité entre dientes – ¡DIJISTE QUE ME AMABAS! ¿ME AMAS? – nadie contestó, nadie. El pasillo se mantuvo en silencio – no me abandones...

Las rodillas se me doblaron, incapaces de seguir soportando mi peso y golpearon contra el suelo dolorosamente... el interior se me estaba desgarrando en vida, parecía que unas garras filosas me arañaban lentamente por dentro y que disfrutaban hacerlo. Grité presa del dolor, un grito que retumbó en mis oídos.

– Summer – esa era la asustada voz de mi madre, estaba a mi lado – hija, tranquila...

– Él no está muerto. ¡ÉL NO ESTÁ MUERTO!

Con mis manos jalé mi cabello con todas mis fuerzas, haciéndome daño a mí misma. Todo mi cuerpo temblaba violentamente. Volví a gritar.

Ella intentó abrazarme, acogerme en sus brazos. Pero yo no quería, yo solo deseaba que me dejaran estar con él.

– ¡Aléjate! – ordené intentando apartarme, pero eso era imposible puesto que los brazos de Alex no me soltaban – ¡Apártense! ¡Déjenme sola!

– Summer, deja de hacerte eso – ordenó mi madre

Hasta ese momento me di cuenta de que estaba enterrando mis propias uñas en mis brazos y ya me había dejado feas marcas en ellos. En un momento de desesperación las enterré en la piel de Alex. Él soltó una exclamación de dolor pero sus brazos no se apartaron. Patalee, golpee, me retorcí, pero ellos eran dos... y yo solo una.

– ¡Ayuda! – escuché gritar a mi mamá – ¡Que alguien vaya por ayuda!

Entonces descubrí que mis fuerzas se agotaban, ya ni siquiera me creía capaz de gritar

– Joe... – supliqué viendo hacia las puertas – no me dejes por favor – aún intentaba apartar a mi mam, pero más débilmente – yo no puedo vivir sin ti

Extendí mi brazo todo lo que pude sobre el suelo, como si intentara alcanzarlo

– Por favor, no me dejes sola. No lo soportaré...

Alguien tomo de mi muñeca y la giró para dejar mi antebrazo expuesto, pude adivinar que era una enfermera por su atuendo. Intenté jalar mi brazo para recuperarlo pero ella lo sostenía bien.

– ¡Suélteme! – después de todo aún podía gritar

– Tranquila, no te dolerá

– ¡No! ¡Mamá! – grité asustada al ver que traía una jeringa en la otra mano

– Aquí estoy – susurró ella abrazando mis hombros

– No te haré daño – dijo la enfermera

Me encogí todo lo que pude contra el cuerpo de mi madre, pero de nada servía apartarme. Sentí un pequeño pinchazo en el pliegue del brazo y al instante todo mi cuerpo se calmó. Dejé de moverme y dejé de escuchar, en ese momento solo era consciente de mi agitada respiración volviendo a la normalidad.

Recostaron mi cuerpo con suavidad sobre el suelo y algo muy extraño pasó, yo no me movía, pero aún así los rostros a mí alrededor se iban alejando lentamente. Clavé mi vista en la luz blanca del techo que se fue extendiendo hasta cegarme por completo, parpadee varias veces intentando ver algo. Entonces, sonreí.

– Joe

Sabía que no me dejaría, lo había prometido.

Su cuerpo se materializó de la nada sobre el mío, tenía su rostro tan cerca que me vi envuelta en un momento de paz.

– Princesa – susurró sobre mis labios – estoy aquí

– Lo sé

Él me dedicó una enorme sonrisa y acarició mi mejilla con las yemas de sus dedos.

– Quiero que me escuches – pidió sin dejar de observarme – siempre estaré cuidándote, aunque no esté a tu lado

– Joe...

– sshhh – él colocó su largo dedo índice sobre mi boca – nunca te dejaré, siempre estaré contigo – deslizó su dedo por mi cuello hasta llegar a mi pecho – aquí – presionó el punto exacto donde se encontraba mi corazón, el cual latía desenfrenadamente

Fue entonces cuando comprendí que esto era una despedida.

– No te vayas – supliqué con patente dolor en la voz

– Tengo que irme – su voz me demostraba el mismo dolor – no me olvides

Cerré los ojos cuando depositó un dulce beso en mis labios, un último beso. Su aroma estuvo presente, como si de verdad estuviera conmigo. Disfruté todo lo que pude de ese movimiento suave y cálido, pacífico... perfecto.

Se separó más pronto de lo que hubiera querido y deslizó su boca hasta mi oído.

– Te amo y siempre te amaré, no importa lo que pase – depositó un largo beso en mi frente

– También te amo

Y se esfumó.

Abrí los ojos lentamente y volví a encontrarme en el pasillo, con los rostros de mamá y Alex inclinados sobre mí, estupefactos. Supuse que había hablado en voz alta.

– Joe – murmuré. Era inútil, muy a mi pesar sabía que se había ido, para siempre. No tenía caso buscarlo.

Giré mi rostro al notar de nuevo el pinchazo en mi antebrazo, solo para notar la jeringa enterrada justo ahí.

– ¿Qué... es... eso? – pregunté, pero en ese instante todo comenzó a tornarse negro y la cabeza se me puso muy pesada. Cerré los ojos al creerme incapaz de mantenerlos abiertos un segundo más. Sentí como si la habitación diera vueltas por un momento... y después todo se quedó quieto, induciéndome al sueño. 

SummerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora