C2: La última gota que colmó el vaso.

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Por fortuna, el autobús chocó contra un árbol y empezó a quemarse el motor. Así fue como todos pudieron bajar. La herida de la chica que se sentaba al lado de él, ahora sangraba un poco.

Todos se apresuraron para salir. Él miró a la joven, de la cual no sabía el nombre aún; ella seguía sentada ahí.

Él tocó su hombro y ella en seguida se volteó.

- ¿Quién eres? -preguntó y quitó la mano del chico que estaba sobre su hombro.

-Ya podemos bajar -le informó él con amabilidad.

-Bien -dijo sin ninguna expresión en su rostro, se levantó y se dispuso a salir. Se detuvo frente a los escalones y se quedó ahí.

El robot se aproximó hasta la puerta y se quedó detrás de la joven, esperando a que ella bajara los escalones, pero no lo hizo. Seguía ahí, sin moverse. Tal vez necesitaba ayuda.

- ¿Pasa algo? -preguntó con un poco de preocupación.

Ella sólo negó con la cabeza.

- ¿Te puedo ayudar? -inquirió ofreciendo su ayuda.

Ella no contestó durante unos segundos, pero luego afirmó con un simple "sí". Así que él tomo su mano y ella bajó lentamente los tres escalones; luego la chica soltó su mano, y sin agradecerle caminó como pudo dando pequeños pasos.

Él se acercó y la miró, pero ella seguía caminando como podía sin percatarse de su presencia.

-Hey, ¿te puedo ayudar? -ofreció con tono amable de nuevo.

-No -respondió fríamente y siguió intentando caminar, aunque ahora un poco más rápido que antes.

- ¿Por qué no? -preguntó perplejo, aún él no comprendía por qué razón ella rechazaba su ayuda.

-Porque no -replicó alterada y siguió caminando con dificultad, pero se detuvo y él pudo escuchar como la chica respiraba entrecortadamente.

-Déjame ayudarte -insistió una vez más.

-Dios, ¿por qué no me dejas en paz?

- ¿Y por qué no quieres mi ayuda?

-No necesito ayuda.

-Claro que sí.

-No, estoy bien -ella avanzó cojeando.

-Como digas.

El robot siguió a su lado mirándola. Ella siguió caminando sin fuerzas.

Llegaron a un semáforo y debían cruzar la calle. A pesar de que ella seguía cojeando, estaba dispuesta a cruzar la calle y no le pedía ayuda. Ni siquiera lo miraba ni un segundo, al parecer, ignoraba o no se percataba de su presencia.

Muchos autos pasaban y las personas esperaban que el semáforo indicará el paso peatonal. Cuando esto sucedió, la chica intentó avanzar cojeando, pero el paso para peatones no duraba mucho tiempo, así que él tomó su mano y la empujó intentando que aumentara la velocidad de sus pasos, pero en vez de eso, ella se cayó.

Estaban los dos en el medio de la calle y ella se encontraba en el suelo.

- ¿Te puedes levantar? -preguntó él preocupado.

-No, me duele el pie -dijo ella con angustia.

Él se agachó y apoyó su mano en la espalda de la chica, abrazándola, mientras su otra mano estaba en las piernas de ella; miró el semáforo y ya el paso peatonal había finalizado.

Un auto venía hacia ellos a una gran velocidad, así que él se levantó rápido y corrió, con la chica en brazos, hasta la acera. La sentó en el suelo para revisar su pie, levantándolo cuidadosamente para preguntarle donde le dolía.

- ¡No me toques! -gritó ella malhumorada.

-Yo sólo deseo ayudarte -replicó él harto.

- ¿¡Y quién te ha dicho que necesito que me ayudes?! -chilló furiosa.

Eso colmó la última gota del vaso y, por lo tanto, la paciencia de él también.

Experimento 366Donde viven las historias. Descúbrelo ahora