El oso empezó a correr tras él. Tenía dos opciones:
a) Apresurarse para escapar.
b) Hacerse el muerto para que el animal se fuera.
Decidió probar con la primera alternativa y echó a correr mientras el oso seguía en lo mismo. Había pocas probabilidades de que así pudiera librarse y escapar, ya que, el animal era mucho más rápido y veloz que él.
Optó por dejar de correr y ejecutar su segunda opción: hacerse el muerto. Era un poco difícil pero no imposible.
El oso estaba dispuesto a atacar. Él en vez de seguir huyendo del animal, retrocedió lentamente, sin ver al oso a los ojos y le habló sin gritar. El depredador quiso acercarse al chico y tirarse encima de éste; él adoptó una actitud corpulenta, sacó el pecho, alzó los hombros, separó las piernas y gritó para ahuyentarlo, pero no lo logró del todo.
El animal prosiguió a atacarlo; él se tiró en el suelo bocabajo y entrelazó sus manos detrás de su nuca haciéndose el muerto. El oso se alejó y el chico se levantó cuando ya estaba seguro de que la fiera se había ido.
Corrió por el bosque, intentando llegar de nuevo a las zonas con humanidad en la ciudad. Luego de correr durante una hora, logró llegar a la zona comercial del pueblo. Se sentó en la acera y recordó a aquella chica del autobús. ¿Dónde estará ella y qué habrá pasado con su pierna herida? Se preguntó él.
Empezaba a sentir mucho viento y frío también. Tal vez en el bosque era igual, pero no lo había notado, ya que sólo pensaba en el fallido intento del oso al atacarlo.
Ahora no sabía qué hacer, si quedarse ahí o caminar en sentido contrario al bosque. En realidad caminar podía ser una mala opción ya que no conocía el lugar ni sus alrededores.
Optó por quedarse donde estaba. No tenía alternativas de a dónde ir, tampoco dinero. Por suerte, el autobús había sido gratis; eran uno de esos autobuses que los gobernantes ponían al servicio de los ciudadanos sin tener que pagar ni un centavo. Se recostó en el vidrio de una tienda y logró quedarse dormido.
Cuando amaneció las personas pasaban por las calles apresuradas para llegar a tiempo a sus trabajos, los carros pitaban al máximo y todos estaban en lo suyo.
Tenía mucha hambre pero no cargaba ni un centavo encima. Caminó por las calles repletas de cafés y no podía resistir la tentación de tomar uno.
Él ya no podía aguantar más, así que entró en una de las cafeterías y se sentó en una mesa. El lugar era muy grande. Las paredes estaban decoradas con cuadros y pinturas. Había muchos sillones y macetas con plantas adornaban el sitio.
Una chica joven, cabello negro, ojos verdes y de estatura baja; se acercó a la mesa donde se encontraba él para tomar su orden.
—Buenos días, ¿qué desea pedir? —preguntó la chica.
—Buenos días. Deseo un sándwich vegetariano, una porción de pastel de chocolate con galleta; y un café con leche —dijo él con impaciencia.
Luego de 30 minutos su comida ya estaba en la mesa. Cuando terminó de comer, la mesera dejó la cuenta a pagar en la mesa y se retiró. Él miró la cuenta y definitivamente no podía pagar eso. Salir corriendo era una opción o podía hablar con la chica que lo había atendido.
Llamó a la mesera y ella se acercó.
—Disculpe, yo no puedo pagar —manifestó él apenado.
— ¿Qué? —ella no lo había entendido.
—No puedo pagar, no tengo ni un centavo —explicó.
—Debes pagar —exigió la chica vestida con un delantal negro.
—Podría trabajar lavando platos por unas horas —sugirió él.
—Hablaré con mi jefe —ella se retiró y al cabo de unos minutos regresó con un hombre.
—Podrá encargarse de lavar los utensilios y platos durante un par de horas y así no tendría que pagar —le informó el jefe.
Se dirigieron a la cocina y él cumplió su deber.
Pasaban los días y él repetía lo mismo: iba a un restaurante y luego ayudaba en la cocina para poder pagar. De esa forma conseguía desayunar, almorzar y cenar. Lo único que le faltaba era un techo donde vivir; dormir en las escaleras de un edificio lo agobiaban. Siempre se acostaba en los escalones y miraba los apartamentos de la primera planta. En aquel piso, él había estado observando uno durante varios días y notó que estaba deshabitado, ya que tocaba la puerta y nadie jamás abría. Tal vez podría quedarse allí permanentemente.
Debía abrir la puerta de alguna manera, pero en su bolsillo no llevaba más que sus documentos de identidad como su pasaporte y su tarjeta de identificación.
Deslizó el extremo de la tarjeta en medio del marco de la pared y la cerradura de la puerta, y despacio giró la manilla.
Entró en el apartamento y encendió la luz. Era espacioso. Las paredes eran blancas. La sala estaba conformada por un sofá grande de color crema y dos sillones pequeños del mismo color. En medio se encontraba una mesa pequeña hecha de madera oscura y encima de ésta se encontraba un jarrón de vidrio con girasoles artificiales. El espacio del comedor tenía una mesa hecha de la misma madera oscura y habían seis sillas.
La cocina, además de todo lo usual como los electrodomésticos, tenía una barra con tres taburetes negros.
Un pasillo llevaba a las habitaciones, que eran tres. Las puertas estaban cerradas, pero podría ocupar el sofá para dormir.
Se dirigió a la cocina y abrió el refrigerador para darse cuenta de que no había nada. Revisó las despensas y allí había cajas de cereales, paquetes de panes, envases con salsa y enlatados, además de un paquete de arroz y uno de pasta, pero no había ni carnes ni verduras, sin embargo con lo que se encontraba en las despensas le bastaba para no tener que comer afuera y pagar ayudando en las cocinas de los distintos restaurantes a los que acudía.
Se acostó en el sofá y no pudo evitar preguntarse si en realidad estaba bien lo que estaba haciendo, él creía que no iba a tener problemas, pero definitivamente estaba equivocado.
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Experimento 366
Ciencia FicciónDerek Hinault fue creado en el laboratorio de Florida. Era un robot con aspecto humano que escapó del laboratorio, enfrentándose al mundo exterior. Luego de resolver varios problemas y cuando, por fin, Derek consigue estar tranquilo; conoce a una ch...