LA QUÍMICA DEL SEXO

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Se sabe que entre vecinos hay secretos a voces que se mantienen así para llevar una vida tranquila.

La noche se entumecía con el aire frío que recorría la habitación, el reloj se mantenía apacible con la tonada del minutero, el cigarrillo se convertía en cenizas consumiendo los segundos en humo que se reflejaba en el espejo.

Ahí entre la  música del viento y la oscuridad de la noche una alma con insomnio se paseaba envuelta en una fina bata de color negro, el encaje se marcaba en sus muslos dejando una línea rojiza en su piel blanca.

Esa mujer había acomodado su cabello corto por encima de los hombros, erguida y segura se paseaba por la habitación, prendió un par de velas con aroma a canela y  se sentó enfrente del espejo de óvalo.

La figura femenina se plasmó en sus pupilas y así esas manos curiosas fueron reconociendo aquellas piernas  al tiempo que su labios rojos se entreabrían dejando que se escapará un breve suspiro, otra noche que su amante la dejó plantada.

Sus manos subieron acariciando el encaje que se ceñía a su figura, todo el ambiente estaba preparado y no esperaría ni un minuto más, sólo quería complacer a esa mujer que la hacía sentir segura de sí misma, a esa que le despertaba la depravación en un lugar público al verla  retocarse el labial en el baño.

No necesitaba a nadie más, era ella para ella y la noche era suya, acomodó la cámara para tomar su mejor ángulo y se sonrió.

Sus manos subieron a su pecho que la esperaba ansiosa por las caricias que solo ella podía darse así misma, se miró al espejo y se sonrió bajando el escote en un acto juguetón.

Disfrutaba el suave aroma que la envolvía al mismo tiempo que sus dedos rosaban sus clavículas buscando los delgados tirantes que sostenían aquel par de senos, se miró de frente y sonrió complacida cuando los tirantes descendieron suavemente sobre su brazo.

Llevó ambas manos en medio de su escote y liberó su pecho de aquel broche diminuto  en forma de corazón.

La imagen no podía ser más gratificante para esa mujer de pasados los treinta, bien ya no era una joven de veinte con piel suave y firme y tampoco anhelaba eso, sabía que era sensual y  tenía esa mirada penetrante que doblegaba a más de uno pero sinceramente no le parecía tan importante seducir a otro, al parecer su amante en turno tampoco merecía la oportunidad de follarsela, si no fuera por su entrepierna ya se hubiera desecho de él y es que aunque la mayoría de las veces le bastaba con ella misma de vez en cuando se apetecía un rico miembro, y lo que no quería aceptar era lo cómoda que se sentía en compañía del sujeto.

Así era ella, la secretaria recatada del área de contaduría que hablaba lo necesario y sonreía por igual, le gustaba que la miraran por que se creía una estrella, la más brillante y hermosa, era su propio tesoro.

La vela se consumía y sus deseos empezaban a florecer, se deshizo de la bata que colgaba en su espalda y mostró sus hombros desnudos, se puso de pie y empezó el espectáculo privado, comenzó a desnudarse consintiéndose así misma con caricias que le despertaban un cosquilleo.

La parte que más le atraía de si misma eran sus senos por eso le ponía más atención a esa parte de su cuerpo, sentada frente al espejo masajeaba cada uno jugando con sus pezones que respondían erectos al toque de sus manos, si bien no eran exuberantes a ella le gustaban, el tamaño era perfecto para caber en sus manos y lo suficiente abultados para apretarlos.

—Estas preciosa bebé —se decía así misma abriendo las piernas sin dejar de tocarse— nadie te merece —comentó sonriente mientras bajaba su mano izquierda para jugar con la mata de vellos negros que se asomaban en su entrepierna.

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