Halloween

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Eva y Rafa llegaron a la casa de Anne por la mañana. Para ser un sábado, habían madrugado bastante. ¿Motivo? Tenían que compensar el haber sido dos amigos malísimos, no aclarar las cosas bien el día anterior y dejarlos colgados. Por eso, habían acordado superar sus diferencias aunque fuese por un día, para poder estar bien con Anne y Gèrard. Habían quedado por la mañana, para ir a la churrería que tenían de camino a la casa de su amiga y comprar para el desayuno de los cuatro. Además, Rafa se había llevado de casa un cartón de chocolate caliente para prepararlo.

No se preocuparon en tocar al timbre. Eva tenía llaves. Bueno, en realidad no eran suyas. Las tenía en su casa debido a la amistad que había entre su familia y la de Anne. También Iván y ella tenían las de su casa.

Subieron las escaleras hasta la puerta y abrieron con lentitud, para no hacer ruido.

Sigilosos como un gato a media noche, subieron las escaleras para despertarles. Contaron hasta tres y empujaron la puerta, quedándose en su umbral sin moverse al ver la estampa.

A ver, sí, podían llegarse a imaginar el hecho de que no pusieran el otro colchón porque solo eran dos y la cama de Anne muy grande... pero es que la imagen que tenían delante de sus ojos, era completamente adorable. Tanto, que Eva no se resistió en echarles una foto.

Se habían quitado la manta seguro que a mitad de la noche, y caía la mitad de ella por el lado derecho de la cama. Anne estaba de lado, echa una bolita; Gèrard la abrazaba por detrás. También tenían las manos cogidas. Parecían dos angelitos dormidos de esa forma.

Susurraron la forma en la que iban a despertarlos. Al final, Rafa cogió el ukelele y empezó a tocar una melodía que para todos era conocida. Y como no, también a cantar.

— ¡Hakuna Matata! Vive y sé feliz, ningún problema, puede hacerte sufrir...

Gèrard se despertó de un susto, girándose levemente y hundiendo la cara en la almohada. Anne había pillado uno de los cojines que tenía a mano y se lo había tirado, sin mucha puntería, a Rafa.

— Venga, arriba, dormilones —dijo Eva, tirándose a la cama, haciéndose hueco entre ellos—. Joder, en verdad me siento mal. Acabo de deshacer una cucharita perfecta.

— ¿Pero qué...? —fue lo único que Anne pudo llegar a articular.

— Hemos entrado con mis llaves. Mi madre ha avisado a tu padre de que lo íbamos a hacer. Ahora Rafa y yo os comentamos mientras desayunamos, que hemos comprado churros.

— ¡Y he traído chocolate a la taza!

Dejaron a Anne y Gèrard sólos, aún en ese trance entre la vigilia y el sueño. Haciendo un acto de voluntad fortísimo, se levantaron de la cama para convertirse en personas. Bueno, más bien, Anne se levantó. Gèrard se quedó estirándose en la cama y tratando de alargar ese momento lo máximo posible.

— Oye —dijo cuando Anne estaba sacando la ropa del armario—. ¿Esos no son mis pantalones grises? ¡Eh! Y mi sudadera azul. ¡Y la amarilla! Que yo ya la daba por perdida...

— Es que se me olvida devolvértelas...

— No, ya veo, ya... —salió de la cama y se puso a mirar el armario de Anne. Tenía dos de sus chaquetas, sus pantalones grises, varias sudaderas...—. ¿Me piensas devolver algo algún día? Por si tengo que ir de compras y renovar toda mi ropa.

— Llévatelo hoy. Bueno, mañana. ¿Pero me dejas los pantalones? Es que soy muy cómodos y si hoy no tenemos intención de salir...

Gèrard se encogió de hombros, como señal de que sí. El resto de su ropa, la sacó y la dobló y la dejó a la vista. Ya había tenido a su madre echándole la bronca por todo lo que había perdido, así que ahora podría decirle que había aparecido. Aunque se iba a ahorrar el dónde en la explicación. Aprovechó para coger su ropa de la mochila y vestirse allí en la habitación. Anne había entrado al baño en ese momento para hacer lo mismo.

Sabor de amor | OT 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora