La fiesta de Eva

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Noemí y Manu se habían marchado de casa el viernes después de comer. Tenían un viaje importante relacionado con la Academia. Al contarle eso a Eva, ésta les preguntó que si podría invitar a unos amigos a casa. Sabían que no podían decirle que no, y preferían darle el visto bueno y saber lo que su hija hacía, a todo lo contrario. Ella agradeció que se lo permitiesen, pues ya había informado a media clase de la supuesta fiesta. No obstante, le habían puesto unas normas.

La casa debía estar impoluta cuando volvieran, nada de que la gente entrase a la habitación de matrimonio ni a zonas privadas de la casa. Tenían un salón lo suficientemente grande como para que no necesitaran nada más. Si alguien se quedaba a dormir, lo mismo, entre el cuarto de Eva y el cuarto de invitados.

Con todo eso apuntado, y confiando quizás demasiado en su hija, se subieron a las tres de la tarde al coche. En cuanto Eva los vio girar la calle, entró en casa y puso la música a tope, hablando por el grupo de whatsapp con Gèrard, Anne y Rafa para avisarles que si alguno de ellos quería ir tirando ya para allá, que lo hiciera. Se quedó mirando la pantalla un rato, pensativa. Sabía que Rafa no sería quien respondiera. Llevaba toda la semana esquivándola. Y todo eso se debía a la maldita fiesta de Halloween personal que ambos se marcaron en casa de Anne.

Le dolía, joder que si le dolía. Pero, ¿qué podía hacer? Si el único rato que pasaban juntos era ensayando en clase, porque desde luego, fuera de allí no lo hacían. No eran como Gèrard y Anne, que quedaban todos los días para darle un par de vueltas a la canción; ni como Flavio y Samantha, que un par de tardes se habían quedado en la academia para practicar.

Sin respuesta por ninguna de las partes, bloqueó el móvil y subió a su cuarto para cambiarse de ropa. Puso su playlist de Spotify, con la evidente presencia de Fergie y abrió el armario. Estaba bailando mientras se decantaba por un modelito u otro, optando por un vestido negro que Anne le había regalado por su cumpleaños y que sólo se había puesto una vez. Ese vestido requería de un maquillaje potente.

Dejó el vestido sobre la cama para ponérselo después de peinarse y maquillarse. El pelo se lo había medio recogido. Era un peinado cómodo, sencillo y elegante. Sentada en su escritorio y con el espejo delante, abrió YouTube y fue a su canal de confianza para esas ocasiones, el canal de Ari. Eran realmente lo únicos tutoriales que podía seguir sin joderlo en ningún paso. Buscó algún vídeo con un maquillaje oscuro y, al encontrarlo, se puso manos a las obra. Ella no tenía tanto material de maquillaje como Ari. Su neceser, en realidad, daba un poco de pena en comparación con el de muchas de sus amigas, como Anne o Samantha. Apenas tenía una base, unos polvos cutres que había comprado por un euro en primor, unas brochas que ya gritaban que las tirasen y una paleta que, si no tenía por lo menos cinco años, no tenían ninguno.

Consiguió un resultado bastante decente con el maquillaje, aunque se pasó demasiado rato con él. Tanto, que ya casi era la hora de que la gente empezase a venir. Se puso el vestido negro, los botines de tacón y se pasó por el baño de su madre para quitarle uno de los pintalabios rojos para ponérselo.

Estaba cerrando la puerta de la habitación para bajar cuando tocaron al timbre. Anne y Samantha acababan de llegar, y no muy lejos de allí, Flavio y Gèrard también. Cada dúo estaba llevando a medias una bolsa con, lo que parecía ser, una compra productiva en el súper de confianza.

Les abrió la puerta para que entrasen. No había puesto aún nada en ninguna parte, así que nada más cruzar el umbral de la puerta se pusieron a ayudarla. El resto fue llegando a poco, dosificados. Los únicos que no se presentaron, fueron Jesús,  Nia y Eli, que no habían dado ni señales de vida por el grupo de whatsapp; y Mai y Bruno, que habían dicho que estaban ensayando y se les había ido el santo al cielo.

Sabor de amor | OT 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora