¿Celos?

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Se despertó apenas los rayos de sol empezaron a colarse por la ventana. Al principio se descolocó un tanto despertando en aquella habitación tan grande y tan vacía.

Prácticamente todas las habitaciones de aquella casa eran de proporciones muy extensas. Era una mansión con todas las letras. La habitación que le habían asignado a pesar de ser de huéspedes contaba con un armario de cuatro puertas color marrón, una cama matrimonial, un baúl, un estante con libros al azar y poco más. Para su comodidad, también contaba con un baño propio y un extenso balcón. Era imposible preguntarse que tan ricos habrían sido los Hyuga para contar con todo aquello. A pesar de que en aquellos momentos atravesaban una crisis económica en la empresa principal toda la fortuna que amasaban era colosal.

Se ducho como cada mañana y se vistió con lo primero que encontró. Toda su ropa estaba ya perfectamente acomodada en el armario. Aunque por su puesto, sus pertenencias solo ocupaban una pequeña parte de aquel armario. De repente una vez más se preguntó que estaba haciendo. Llevaba ya casi un mes en Japón y no estaba ni cerca de conseguir aquello a lo que había venido. Su objetivo de hacerse al mando de la corporación de los Hyuga estaba prácticamente cancelada. Al contrario ahora trabajaba para ellos. Porque a pesar de que se había convertido en un accionista, era tan solo uno más de los tantos.

Todo por ella. Por aquella pequeña e indecisa mujer que se le había metido entre ceja y ceja. Que no salía de su distorsionada mente desde aquella maldita noche. Si hubiera sabido las consecuencias que tendría en él, tal vez no hubiera sido tan arrogante en desvestirla, besarla y haberla hecho temblar de placer, si hubiera sido consciente de que su cuerpo sería una droga para él ... tal vez hubiera buscado la manera de alejarse de ella. Porque desde esa noche solo pensaba en terminar lo que empezó, y hacerla suya por completo.

Bajó a la cocina y se sorprendió cuando no la encontró en la cocina tomando su habitual taza de café.

—Buenos días Ko—saludó al hombre mayor que le daba la espalda preparando una buena bandeja de desayuno.

—¡Buenos días señor Uchiha!— respondió amablemente el castaño mientras cargaba la bandeja. —Llevaré el desayuno al señor Hyuga, ahora vuelvo.

Sasuke se quedó observando lo gigantesco que era también la cocina. No se había detenido a observarla mucho tiempo, porque cada vez que había entrado a aquel sitio estaba ella, y toda su atención siempre estaba pendiente de ella.

Miró por la puerta esperando a que entrara, quería su dosis de ella. Sus sonrojos, su jugueteo habitual de los dedos cuando estaba nerviosa, su mirada intensa que escapaba de la de él cada vez que la miraba a los ojos... se estaba empezando a desesperar esperando a que apareciera.

—Es raro que la señorita Hinata no haya bajado aún—dijo Ko minutos después mientras miraba el reloj de la pared. Sasuke hizo lo mismo. Ya casi eran las 8 de la mañana.

—Pensaba que hoy ya volvería a ir a la empresa. Tengo que ir así que podría llevarla—dijo Sasuke fingiendo indiferencia. —Tal vez se quedó dormida, o quiere descansar un poco más.

Ko negó con la cabeza.

—Ella nunca duerme más de las 7 a.m. Ya debe estar despierta, solo que no ha bajado aún.

—Entonces iré a preguntarle si quiere que la lleve, si no irá me adelantaré—informó el moreno mientras se acababa el café que le había servido Ko minutos antes. Este solo asintió con la cabeza.

Tocó la puerta de la habitación sin recibir respuesta. Lo intentó varias veces hasta que decidió entrar. Para su suerte la puerta estaba sin seguro.

Su habitación era casi igual al de él a excepción de que era completamente de color blanco... los armarios, el tocador y las cortinas, absolutamente todo. Llegaba hasta a ser molesto a la vista.

En el Ojo del Huracán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora