Capitulo 3: Una mente perdida

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Fue abrir la puerta haber quien la tocaba con tanta violencia e insistencia. Al abrirla Alejandro entró enojado y cegado por la ira la golpeó tirándola al suelo. Meredith comenzó a reírse de manera burlona mientas secaba la sangre de sus labios.

— ¿Así tratas a las mujeres?

Agarrándola del brazo con fuerza la sacudió enfrentándola frente a frente intentando controlarse para no dañarla más.

— Jamás le he puesto un dedo encima a una mujer hasta el día de hoy maldita infeliz. Tú le sacas lo peor de sí a cualquiera.

— No sabía que tenía ese poder sobre las personas..., me gusta y mucho.

— Te voy a advertir una cosa loca del demonio. Aléjate de mi y mi mujer. Vuelves a intentar alejarla de mi, a crear falsas o utilizar a otros para dañarla y vas a ver de lo que soy capaz.

Sonriendo malévola replicó

— ¿Capaz de que? ¿De matarme? ¿Si? ¿Serías capaz de matarme? Porque así es como único tú Isabella será feliz, cuando yo muera. Mientras, estaré aquí yo, para hacerle la vida un auténtico infierno y tú ni nadie podrá hacer nada por cambiarlo.

— Te lo estoy advirtiendo; aléjate no solo de ella, de Anabel también. 

Volvió a reír y esta vez con más burla y locura.

— Esa es la que más va a sufrir querido. Es que aún no entiendes nada de qué va todo esto. Isabella me jodio la vida, el poder ser feliz y yo..., yo le voy a devolver esa infelicidad con creces.

Alejandro la soltó con asco y antes de irse la miró con indigno.

— ¿No te da pena ser la sombra de Isabella? Has perdido tu vida intentando de joder la de Isabella. Madura y crece. Tú odio te ha vuelto loca, y nadie tiene culpa de eso, nadie tiene culpa que tú al lado de Isabella no seas nada.

Alejandro se fue y ella solo escuchaba una y otra vez ese comentario de él retumbando en su cabeza. No era nada, no significaba nada para nadie. Se acercó a un espejo de la sala de estar y el reflejo de ella cobró vida propia en su cabeza. Su reflejo se burló de ella y mirándola con lástima comenzó a mofarse de ella producto de su mismo delirio.

— Mírate, siempre igual de inútil e inservible ¿Que esperas? ¿A que ella se quede con todo?

— ¡Ya!

— Eres nada, peor que nada, inservible..., eso es lo que eres.

— Soy mejor que ella, mucho mejor.

— No eres nada, mírate..., sola derrotada y caída.

Negando con la cabeza derramó lágrimas siendo una vez más presa de su propia locura.

— Va a morirse, ella... todos.

Comenzó a lanzar todo a su alrededor destruyendo la sala de estar. A gritos repetía una y otra vez cosas sin sentido, cosas que ni siquiera ella podía encontrarle significado. Con lo que ella no contaba es que aquel hombre que había conocido de forma extraña, se fijaría en ella tanto como para averiguar dónde vivía, y es que no era difícil. Meredith era alguien que había ganado algo de reconocimiento a costillas de Isabella. El hombre iba a tocar la puerta cuando escuchó todo el desorden que había dentro. Por un momento pensó en irse, pero algo lo detuvo. Algo tenía Meredith que lo detenía allí. La puerta estaba sin seguro, otro de los mil descuidos que ahora ella comenzaba a tener. Al entrar a la casa algo escéptico vio todo hecho un desastre. Escuchaba sollozos pero no veía a nadie ni de dónde podrían provenir. Caminó por la casa siguiendo como podía el sonido el llanto y rápidamente la encontró arrinconada en la cocina con los oídos tapados balbuceando incoherencias. Jamás pensó que la primera vez que la volvería a ver fuera en aquellas condiciones. Meredith al verlo se asustó.

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