5. Código negro.

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—¿Qué pasa, Madison?

—Chicas...

Ella parecía muy nerviosa, casi al borde del llanto. Lesslie la abrazó. El oficial Jones les dio un espacio para que todas puedan conversar el asunto de forma más privada, alejándose. Y dirigiéndose hacia donde estaba su equipo.

—El imbécil que escribió esta carta dice que si no hacemos lo que él diga, nos matará -dijo Madison, sin poderlo creer.

—Es un imbécil si cree que le haremos caso, querida. No te preocupes, encontraremos la solución —Lesslie seguía abrazándola. Las tres estaban asustadas, pero con los nuevos guardias que había contratado Lesslie, tal vez estarían un poco mejor.

O tal vez no.

Lindsey había ido a un nightclub cercano esa noche. Mientras que sus amigas dormían preocupadas, o simplemente no dormían. Había salido sin que ellas se den cuenta. Ella estaba conciente del peligro que estaba ocurriendo en su casa, pero tomó esa decisión a la ligera, sin pensarlo. Sólo quería salir a pasarla bien un rato, mientras se olvidaba de sus problemas por un momento.

Llevaba un vestido negro ajustado y corto. Tacones también negros y una chaqueta de cuero negra encima. Se dejó el cabello suelo, liso. Llevaba sólo las pestañas encrespadas, un poco de rímel y los labios de un rojo muy intenso.

Su primera copa fue de Black Russian. Había un chico cantando en vivo, mientras tocaba un bajo. Su melodía era apagada y melancólica. Lindsey amaba ese tipo de melodías.

Llevaba dos margaritas. Seguía escuchándolo cantar. Mientras lo miraba ya empezaba a sentirse un poco mareada. El chico tenía cabellos castaños oscuros, sus ojos también se veían oscuros. Su rostro era simétrico, y tenía una tristeza en sus ojos que le pareció bastante real. Como si la vida le pesara, y no estuviera fingiendo nada.

Él la miró de repente. Su bajo seguía produciendo sonidos increíbles. Lindsey tomó su tercer margarita y la levantó, haciendo que él pudiera notarla. Fue en símbolo de decir salud. Sonrió, luego siguió bebiendo.

—¡Oye tú! Te voy a comprar tres botellas de Jack Daniels.

Le había dicho al bartender.

—Señorita, yo preparo los tragos. No vendemos nuestras botellas. ¿Desea un vaso de whisky?

Ella negó.

—Quiero el normal, el honey y el fire. Rápido, me tengo que ir. No quiero que me encuentre con gente peligrosa a esta hora, ¿no es así? —dijo ella, intentando sonar amable y pervertida.

Comenzó a buscar entre sus cosas, la tarjeta adecuada para poder pagar las botellas. El bartender le volvió a explicar que no vendía sus botellas.

—¿Le consigo un taxi, señorita?

—¿Me estás echando, precioso? —ella comienza a sonreír a su dirección. Él no puede evitar sentirse nervioso.

Pero luego ríe.

—¿Puedes venderme esas tres botellas que quiere la señorita?

Una voz atrás de Lindsey la hizo voltear. Era una voz masculina muy hermosa y grave. Ella lo miró con gratitud, creyendo que le iba a comprar las botellas. Sus ojos no eran de un café oscuro como ella lo había mirado. Ahora que estaba cerca eran de un perfecto color verde mezclados al medio con tonos miel.

—Enseguida, bombón.

Lindsey miró extrañada al bartender. Él simplemente sonrió fingidamente y se fue a buscar las tres botellas. Se creó un momento de silencio entre ambos mientras el chico todavía no regresaba con las botellas. Lindsey todavía no dejaba de sonreír. Él también lo hacía.

Peligro, zorras acercándoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora