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Tercer aparte, antes.

3. La forma más pura de inteligencia, (1987)
Wiltshire, Inglaterra.

Draco es demasiado curioso para su propio bien. No deja ir las cosas tan rápido como a su madre –o a cualquier otra persona– le gustaría. Y aunque pasó el resto del día bastante ocupado jugando en los jardines de la mansión, aprendiendo francés con su institutriz de turno o pintando a los pavorreales en óleo junto a su madre, su curiosidad no fue olvidada. A Draco le gustaría decir que fue momentáneamente pausada, pero estaba muy listo para continuar en cuanto pudiera. Mientras tanto, observaría.

Así que no fue una sorpresa en general que no haya parado de analizar a su madre cuando estaban en la misma habitación, y cuando no también.

Observó atentamente hasta que finalmente pudo correr a gatas de un lado a otro por la casa, en el intento de que no le vieran. Moviéndose con tanto sigilo como estaba dentro de sus capacidades. Porque, de lo contrario, sabía que Narcissa lo descubriría.

Su madre siempre lo sabía todo, Draco podía decir. Así eran las cosas por ahí y no había más qué hacer que no fuera aceptarlo. Eso, sin embargo, deseaba con el alma que no lo supiera. No al menos hasta que descubriera lo que sus padres tanto estaban escondiendo de él. Lo que los hacia pelear cuando creían que no los estaba oyendo, pero sí que lo hacía.

Entonces tan pronto como pudo se encontró desplazándose por los pasillos, tan largos y oscuros como siempre. Aquellos que le habían costado mucho memorizar, pero que con el tiempo había logrado dominar con destreza. Caminando de puntillas acompañado de su dragón de peluche, su fiel acompañante, y dando volteretas como si fuese un misterioso auror británico en una misión de suma importancia.

Se detuvo un momento, bufando con fastidio por no traer consigo su varita de juguete, que sacaba chispitas de colores y que le habría resultado más que útil a cualquier auror de su calibre. Sacudió la cabeza, resignado. Y continuó sobre su camino

—¡Amo Draco!—chilló una voz lo suficientemente alegre y aguda para irritar sus oídos, además de asustarlo en media misión.

—¡Dobby!—riñó el niño, arrugando la punta de su nariz mientras volteaba a verlo.

Dobby era el nombre de uno de los elfos domésticos en su casa, que lo atendía y mantenía todo en orden para él. Y era un desastre, incluso para los estándares del elfo promedio. Su madre había insistido en que le tuviera paciencia, puesto que él aún estaba aprendiendo. También le dijo que, como él, Dobby era un niño que tenía curiosidad por todo lo que le rodeaba. Que aún era muy pequeño y que no debían ser muy duros con él por eso. Pero Draco simplemente no comprendía, si Dobby realmente era como él porqué no podría ser igual de duro como la mayoría de adultos lo eran con él cuando hacía muchas preguntas o no paraba de hablar.

Por su parte, el elfo gimió a media voz, los pequeños puños apretados a cada lado de su cuerpo y las enormes orejas gachas tras su cabeza. Sus ojos verdes, enormes como pelotas, temblaron sobre sus cuencas. Su cuerpo encogido sobre su sitio y su tono desolado cuando dijo—: ¿Dobby hizo algo mal, amo?

—¡Sí! Ya te dije que no te aparezcas así como así cuando yo no te llamé, ¡y me desobedeciste!

—Pero, amo Draco—vaciló el elfo—¿por qué no?

—¡Porque no me agradas!

—¡Si no te agradara, no me llamarías todo el tiempo!—replicó el pequeño elfo.

—¡Dobby, deja de responderme!

—¡Tú deja de responderme!—gruñó con su afilada voz aniñada. De la nada, el elfo pareció darse cuenta de dónde estaban—. ¿Qué estás haciendo por este lado de la casa?

EL NIÑO EN LA ALACENA, drarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora