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6. La puerta que viene y va.
Wiltshire, Inglaterra (1987)

En momentos, Draco se siente muy agradecido de tener el escritorio junto a una de las enormes ventanas del salón. Desde la segunda planta, tiene el asiento perfecto para ver todo lo que esté ocurriendo en el jardín, por lo que es el primero en enterarse de muchas cosas que pueden ocurrir en su casa mientras él no puede darle la atención suficiente. Como aquella vez que descubrió a dos elfos de las cocinas pelearse a golpes por una elfina: lo que para sus padres había resultado desastroso y despreciable, para Draco fue más que nada un espectáculo como ningún otro. Sólo Dobby en toda esa enorme mansión fue capaz de ver el altercado tan divertido como lo fue para Draco, mientras que sus padres y el resto de elfos podían refunfuñar y hablar sobre el mal gusto del triángulo amoroso. Draco no supe exactamente qué significaba eso, y aunque sabe que no debe preguntar al respecto, dentro de su cabeza rubia aún vacila en especulaciones sobre la razón de la pelea.

Cuando se lo contó a sus amigos, ninguno podía creerlo y preguntaban muchos detalles que Draco no pudo responder como le habría gustado. Porque desde donde él está, sólo observa situaciones: no escucha conversaciones. Supone que así es mejor, porque no podría concentrarse en cualquier cosa que dijera la institutriz en curso de lo contrario.

Hoy no había nada que ver por la ventana, nada más que un crup de raza pequeña persiguiendo de una esquina del jardín a otra a una mariposa amarilla. El cachorro movió la cola bífida felizmente y saltó más alto en busca del insecto, pero no volvió a alcanzarlo. Sus largas orejitas se movían arriba y abajo de acuerdo a sus movimientos, sacando la lengua de vez en cuando. Estaba entretenido con tal vista, que no era tan divertida como otras pero que era de verdad adorable, cuando algo que salió de los labios de la institutriz llamó su atención por un minúsculo segundo antes de volver a la ventana. 

—Incluso ganándonos en número, nosotros, los verdadero magos, somos superiores. Y es algo que debes siempre recordar—habló la regordeta mujer, de largo vestido negro ceñido y la varita en mano, que se paseaba de un lado a otro de la habitación. Los pasos claramente decididos y la barbilla en alto, la espalda erguida en su punto máximo y la ganchuda nariz fruncida con un gesto que le daba aspecto de estar oliendo algo en mal estado. Se detuvo un momento para apuntar la enorme pizarra verde en la pared detrás de ella con la punta de su varita mágica, tragó saliva y retomó el habla tan pronto como lo había dejado, perdiendo la atención de Draco una vez más:— Como puedes ver, el mundo mágico se rige de maneras estrictas, pero admirables: el estatus de sangre es el pilar de esta organización. Tanto tú como yo, estamos en la cima de la pirámide. ¿Puedes verlo? Aquí es donde van los magos más respetables de todos los tiempos, gracias a la pureza completa de su noble sangre. Sólo veintiocho familias en el Reino Unido son capaces de jactarse de ser cien por ciento puros. Puedes verlo, justo aquí en mi pizarra. Y... ¡joven Malfoy!

—Eh-h, ¿sí?

—Como buen oyente de esta clase particular, debe ser capaz de recordarme la pobre cantidad de familias sangre pura en esta parte del mundo, ¿o me equivoco?

—Supongo que sí.

—¿Tú supones?

—No—chilló Draco al instante, antes de que la mujer de aspecto hostil pudiera decir o hacer algo contra él. Sabe que debe estar exagerando, porque es esa mujer quien después de todo está recibiendo un pago por dar sus lecciones particulares y sus padres jamás podrían aceptar que una empleada le hiciera daño alguno a su único hijo— Yo lo sé.

—Bien, ¡de pie! 

El niño apenas pudo soportar un respingo mientras hacía lo que la mujer decía, temblando.

>¡Firme, con la barbilla en alto y las manos a los costados!—gritó ella, fuerte y claro. Lo suficiente para que Draco volviera a tragar saliva y se obligara a mantenerse quieto en su sitio, sin pestañear más de lo necesario. La señora Carrow caminó alrededor del niño por unos momentos, golpeando delicadamente con el trozo de madera los hombros rígidos y la barbilla cabizbaja, hasta que Draco logra acomodarla a la altura correcta. Con ojo critico se dio el tiempo de analizarlo a profundidad, rondando un par de veces, con los tacos de sus puntiagudos zapatos resonando sobre las baldosas de la lujosa habitación. El corazón del niño palpitando a la misma velocidad que cada paso— Ahora dime. ¿Cuántas familias son reconocidas y admiradas por su estatus de sangre?

EL NIÑO EN LA ALACENA, drarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora