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Sexta parte, antes.

8. El plan maestro.

Wiltshire, Inglaterra (1987)

—¡Mamá!—chilló Draco entre sollozos, temblando ligeramente en su enorme cama. El cabello se le pegaba en la frente por el sudor frío que recorría su piel y su respiración acelerada apenas le permitía llorar sin hiperventilar. Estaba tan asustado con el sueño de esa noche, que ni siquiera fue capaz de notar cuando Dobby apareció junto a él.

—¿Está todo bien, amo Draco?—preguntó el pequeño elfo, asustado ante la reacción del niño al escucharlo—¿Necesitas a tus padres?

Draco asintió con fuerza una y otra vez, sin darle un atisbo de importancia al dolor en su cuello por la rapidez en que lo hacía:—Quiero a m-mi mamá—jadeó, aún entre llanto.

—Está bien, está bien. Vamos. Dame la mano, Draco.

—N-N-No soy un bebé, Dobby—pese a su exaltación, Draco sorbió su nariz con molestia. Se levantó de su cama sin ayuda, enfundó sus pies en las suaves pantuflas y, aunque aún temblaba demasiado, siguió a Dobby hacia la puerta y después hacia el camino a la otra ala— ¿Po-por qué está todo tan oscuro? Un- uno podría caerse en cualquier m-momento. Mi madre esta-estaría muy furiosa de s-saberlo.

Fue sólo cuestión de segundos antes que el miedo retomara el pequeño cuerpo de Draco, entre tanta oscuridad y un solitario pasillo largo. Se estremeció notablemente cuando pisó una madera suelta que rechinaba y saltó cuando la sombra de un jarrón y su mueble a la distancia le hizo pensar en la cosa que lo hizo despertarse entre gritos esa noche. Casi de inmediato, y por la seguridad que le transmitía estar cerca a alguien más, tomó la mano huesuda del niño elfo.

No estaba acostumbrado a rondar por su casa a altas horas de la madrugada, menos aún cuando las pesadillas le presionaban los ojos hasta dejarlo muerto de miedo por las noches. Siempre que era así, sus padres estaban lo suficientemente cerca para escucharlo gritar y acudían al instante a su pieza. Ahora, que estaba al otro lado de la mansión, las cosas claramente habían cambiado.

Incluso así, con el temor ardiendo en su pecho, Draco pudo ver notar grandes cosas mientras esperaban que su padre abriera la puerta de la habitación principal: que la mano del elfo infante era sorpresivamente cálida, que los minutos corrían demasiado lento según el modo en como se sintiera y que, nuevamente, la puerta al final del pasillo estaba intacta en su lugar en la pared donde terminaba el pasillo.

Frunció el entrecejo y jadeó ante tal descubrimiento, anclándose tanto en sus pensamientos al respecto que ni siquiera supo el momento en que abrieron la puerta de la habitación de sus padres, lo cargaron y lo acostaron entre dos cuerpos esbeltos y cálidos que lo presionaban en un abrazo firme.

No pudo dejar de pensar en eso y Draco pasó la siguiente semana ideando paso a paso un plan para escabullirse la noche del viernes fuera de la cama. Plan que debía ser perfecto o lo suficientemente bueno para dar con el motivo de su curiosidad sin más complicaciones: sin una madre sospechosa que lo mantuviera alejado de todo, una puerta con cerrojo o amigos con intereses completamente distintos a lo que refería descubrir lo que se escondía la puerta al final del pasillo. Afortunadamente su madre se había hecho a un lado, el misterio de la puerta aún lo esperaba por las noches y el enojo entre los niños duró tan poco como siempre que las discusiones llegaban, pero no fue de utilidad.

De cualquier modo, él ya había comenzado a pensar seriamente que nadie podría ayudarlo a descubrir la razón por la que sus padres estaban actuando tan extraño, no si eso significara estropear el plan inicial que le aseguraba la victoria. En especial ahora, cuando su madre evitaba a toda costa cualquier conversación que le pudiera dar una pista y su padre, tan distante como siempre, se escondía detrás de El profeta cada vez que él estaba cerca.

EL NIÑO EN LA ALACENA, drarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora