Capítulo 12

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— No me parezco nada a mi padre — Protestó el, odiando la implicación. Llevaba toda la vida intentando probar que era distinto, que no tenía nada de su padre. El precio que había pagado había sido alto, tal vez demasiado, pero ya estaba hecho, no quería mirar atrás.

Se obligó a sonreír —. Créeme no hay ni una remota posibilidad de eso.

— No creía que la hubiera — contestó el galo de manera áspera —. Pero es algo que tal vez habría hecho tu padre. Algo se revolvió dentro de Kardia, pero no supo si era ira, pesar o culpabilidad.

— Mi padre no era un asesino — Dijo relajado —. Al menos que yo sepa.

— Pero era un ladrón — Comentó Degel.

— Y está muerto. No puedo pagar por sus crímenes, pero si puedo arreglar algunas cosas.

— Es lo que estás haciendo con Empresas Antares?

— Intentándolo — Se tensó —, me temo que es una tarea digna de Hércules.

— ¿Porqué te la dejó a ti?

— Es una pregunta que me he hecho muchas veces, sin obtener alguna respuesta. Su hermano quien era el heredero, falleció en el accidente.

— ¿Los accionistas?

— Son muy pocos, y tienen un porcentaje relativamente bajo en acciones. Pero no están contentos de que mi padre me dejara el control.

— ¿Que crees que harán?

— ¿Que pueden hacer? — encogió los hombros —. De momento esperan para ver cómo reacciono.

— Una fortuna  como la que tiene esa cámara tentaria a hombres de menor valía, señor... Kardia — lo dijo con voz suave, casi como si tuviera experiencia personal de una tentación de ese tipo.

A el le gustó oírle decir su nombre. Tal vez si se creará cierta intimidad al usar el nombre propio. — Tengo mi propia fortuna, Degel. Pero gracias por el cumplido.

— No pretendía serlo. Sólo era un comentario — se dió la vuelta y fue hacia el borde de la terraza.

A él le dió la impresión de que se sentía atrapado y buscaba una salida. La zona estaba rodeada de espeso y impenetrable follaje.

— Pareces algo tenso — comentó —. La verdad es que la ciudad tiene el mismo efecto en mi, pero me gustaría tranquilizarte respecto a mis intenciones.

— ¿Porque no entregar la colección a la policía?

— ¿En está parte del mundo? — soltó una carcajada —. Puede que mi padre estuviera corrupto, pero no era el único. Tenía a la mitad de la policía local comiendo de su mano.

— Claro... — murmuró el Francés, asintiendo levemente.

— Te dejaré claras mis intenciones, Degel. Cjsndo ya hayas evaluado las obras, las de Da Vinci en concreto, y me asegures que son auténticas, pondré toda la colección en manos de Axis para que se ocupen de devolverla al Louvre, el Met o un diminuto museo en Oklahoma. Me da igual.

— Hay procedimientos legales...

— No lo dudo — agitó la mano —. Y estoy seguro de que tu empresa puede ocuparse de estas cosas y hacer que cada obra vuelva al museo apropiado.

El galo giró la cabeza, mirándolo por encima del hombro, con los labios entreabiertos y los ojos enormes. Era una postura increíblemente sensual que el dudaba de que lo supiera. Degel Le Blanc lo fascinaba y atraía más que ningún otro hombre en mucho tiempo. Deseaba besar sus labios tanto como deseaba verlo sonreir. Esa idea lo irritó, porque implicaba más que atracción física.

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