Me has llamado desde hace varias horas y aunque el trago que bebí de golpe aun cala en mi garganta no es suficiente para aventarme a la puerta que esta frente a mi nariz. Los guardias me miran desde ese momento como si una fiebre febril me recorriera y pienso que tal vez nadie esta tan confundido como yo, quizá todos lo habían asumido desde el principio.
Todos parecen tan normales con la idea y yo no puedo tragarla.
Las puertas se abren luego de que trato de volver a respirar un aire que me rasga desde lo más profundo cruzando mi tráquea y congelando mis pulmones. Camino sobre madera dura que siento que va a destrozarse si mis botas fueran tan solo un poco más pesadas, como es natural miraría a mi jefe en cuanto entrara pero ahora no puedo y al estar frente al escritorio noto lo baja que ha estado mi mirada, veo tus pies frente a mí en aquellos zapatos casi pulidos con una elegancia que jamás te caracterizo. Parece una broma y trato de sonreír pero no puedo hacerlo.
Escucho un soplido escapando de tus labios y luego la puerta abrirse para luego cerrar en un murmullo. Estamos solos pero yo no sé si quiero estarlo contigo. Llevo mi mano al sombrero que aun adorna mis cabellos, que aun te insulta en una silenciosa arrogancia que te tomas con normalidad, acostumbrados el uno al otro como si siempre fuera así. Le quito de allí y veo tus pasos alejarse de mí rodeando el mullido escritorio con el sombrero en mi pecho e inclino más la cabeza dándote aquello que siempre fue tuyo.
—Me gustaría no tener que hablar porque entonces todo pierde su significado.
Subo mi rostro con esa elegancia lenta de la que siempre fui poseedor y te mire porque me dabas la espalda, porque tus cabellos castaños me ocultaban esos ojos. Tu silueta de pie junto a la mesa que apenas rosabas con los dedos.
—Me gustaría que nos quedáramos aquí, en este silencioso que siempre fue mío. Aquí no estarán más las risas de Elise o los siseos desdeñosos de Mori... —Susurras aquello último como si el nombre te secara la lengua y te veo deslizar la mano lejos de la madera, cayendo a tu costado.
Es mi momento de que un sonido escape de entre mis labios. Estoy tan rendido ahora que ya no soy capaz de sentir más que la derrota. Me siento como en una iglesia o un castillo, abrumado por la magnificencia y rendido como en un montón de cimientos destruidos.
No quiero decir nada así que volvemos a sumergirnos en esto que nombraste. Y lo siento tan familiar que me pesa en la piel que se siente cálida como la arena.
Bajas la cabeza y ya no soy consciente de esto porque me pesa con toda la humanidad que siempre trataste de quemar, de extinguir y aplastar. La vida que me hace dar el primer paso hacia tu figura, las manos que se oprimen desde dentro. El sombrero en el suelo.
Pero antes de llegar te giras. A un paso. Tan cerca giras a mí. Me miras hacia abajo con tranquilidad no con desdén y veo eso de nuevo en ti.
Y el silencio me oprime la garganta, el pecho. Mi estómago se paraliza.
Tu aliento va más lento.
Llevas los cabellos quebradizos peinados a un lado, como pocas veces te vi portarlos, el traje negro aun me parece una absurdo fantasía luego de esos años viéndote portar las ropas callejeras y simplonas que te gustaba usar, siempre de colores claros, siempre escapando de tu realidad. No sé qué ocurrió en ese momento para ambos y debe ser arrogante de mi parte suponer que estabas tan absorto en mi mirada como yo lo estaba en la tuya, por fin nos reencontrábamos de verdad, no como en las ocasionales circunstancias en las que nos vimos cuando aún eras un Agente, cuando nos vimos forzados a trabajar juntos de nuevo. No era nada de eso. Por esta vez nos reencontrábamos de verdad. Como aquella vez en el edificio de la Mafia o mientras moría en los escombros cerca del mar, envenenado, febril y desolado. Lo que yo vi fue aquella luz bondadosa que con los años se abrió paso en contra de tu voluntad en tus ocurras pupilas pero también aprecie bien lo titilante y frágil que era aquella recién nacida luminiscencia. Note la oscuridad abrumada, embriagadora y asfixiante. Sé que habías estado luchando contra tu propia oscuridad como yo lo había hecho pero ahora que nos vemos solo puedo notar lo rendido que estas.
Perdiste la guerra.
Y por esa razón yo también la perdí. Lo supe cuando nos encontramos en el barco, cuando me dijeron que estabas allí, que la fiesta era tuya... que eras el nuevo Boss.
Y aunque sé que nunca fui suficiente, ni entonces ni ahora, te permito inclinarte, tomar mi rostro en un movimiento que finge no ser experimental y en tu piel siento la tranquilidad, tan familiarizado con el gesto que evitamos con tanto esfuerzo entre peleas y demandas mordaces. Tu aliento se esparce entre mis labios y mejillas pero no hacemos más que mirarnos porque volver a lo que nunca nos hizo feliz es rendirnos a lo último que nos queda.
Las luces desde el cristal se iluminan de a poco fundiéndonos entre la traición y la complicidad.
Y tus labios ya no me saben a adrenalina o a desgarradora necesidad. Me saben a ti. A muerte, perdición y desgracia mientras las lágrimas recorren mis mejillas entre nuestro beso.
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Algente. ||Soukoku||
Fanfiction"10 adjetivos de lo que somos. Muertos y vivos. Asesinos. La misma moneda. Todo lo que somos Dazai."