Ataraxia

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—Pues si me lo preguntan yo preferiría morir calcinado en una ¡preciosa explosión!

—¡¡Nadie te lo ha preguntado Kajii!!

El rubio fruncio el ceño a punto de iniciar una discusión literalmente explosiva.

—¿A usted como le gustaría morir Nakahara-san? —pregunto uno de mis subordinados mientras llevaba la quinta copa de vino a mis labios en el bar de la noche.

—¡Cuentenos Nakahara-san! —grito otro haciendo prestar atención al resto de la mesa.

Frunci una sonrisa mientras alejaba la copa de mi rostro. Pareciese una conversación macabra entre hombres a media briagues pero en realidad este tipo de disparates eran muy común en la organzacion, aun cuando muchos preferíamos no pensar en nuestra muerte. Después de todo trabajábamos para una Mafia donde la muerte abundaba y de muchas diversas maneras.

—¡Seguro será en un Suicidio Doble! —gritaron desde otra mesa y entonces me levante de golpe, mareado y agresivo, mirando en todas direcciones pero, como era obvio, no encontré al suicida.

Gruñi y volvi a mi asiento cruzándome de brazos en un bufido.

Pude haberle ordenado ser valiente y enfrentarme pero, en el bar, no era su jefe. Y después de un silencio mis camaradas se instalaron en otro tipo de conversación.

Recuerdo el sabor del vino. La música suave sonando me hacía pensar en aquello que había dicho ese sujeto, a menudo solía molestarme pensar en el tipo de hombre que el resto de Ejecutivos creían que soy, solo por esta manera tan poco convencional de llevar una especie de relación con el Jefe de la Mafia.

Intocable o Todopoderoso. Solían murmurar en los pasillos. A menudo lo ignoraba también. No era importante y los años habían pasado lo suficiente para saber que nada de eso tenía importancia, que si lo quería o lo demandaba aquellos hombres se cortarían la garganta por si mismos antes de presenciar la cólera del hombre maldito de la gravedad.

Antes, cuando aún éramos jóvenes, las personas solían murmurar lo fácil que Dazai abandono la organización... y ojala se hubiera quedado en una traición colectiva. Las personas hablaban porque tenían lengua sobre aquello como si fuera específicamente un abandono para mí. Que me habían traicionado a mí. No puedo seguir negando que era cierto, me había traicionado pero aquello que Dazai había roto era algo que nosotros, sin esa distancia hipócrita, no habríamos notado que existía.

Pulula el doble de estúpido a tu alrededor. Mi hermana dijo una vez y esa frase jamás pude quitarla de mi cabeza. Entonces comprendí, entre copa y copa, que aquello que nos ataba era más fuerte que yo. Y nada era más fuerte que yo en ese entonces. Que aquello era incluso más inteligente que él.

Que si no lo aceptaba yo, lo manejaba y me hacía comprender la obvia destrucción que conllevaba, no podría volver a respirar.

Me asfixiaba y Dazai fingía ignorancia. Un dolor más no era nada para él que había nacido cansado de la vida misma.

Me enfrente a mi propia frustración y mi incapacidad de desapegarme. Terriblemente aferrado.

Pero tantas caídas tenían que hacerme aprender algo. Esa noche salí del bar lo suficiente ebrio para conducir la motocicleta a tropellones sobre la banqueta. Lo suficiente ebrio para golpearme el hombro contra la puerta antes de mover las llaves y hacerlas entrar en la cerradura.

Bebí porque sabía que acabaría. Bebí porque sabía que tenía que afrontarlo algún día.

Porque un mentiroso y un asesino nunca llevan las manos limpias.

—Somos diferentes, es cierto —le dije a Akutagawa esa noche cuando nos detuvimos en la mesa de billar, aquel subordinado exitoso que Dazai tanto apremiaba entre su desprecio solía acompañarme con mayor frecuencia. Un joven frío con el temperamento preparado para el cargo que aquel Mafioso abandonaría algún día.

Akutagawa era, sin exagerar, un hombre ya experimentado. Tenía tan solo 20 años, es cierto, pero Dazai y yo no los rozábamos cuando ya éramos admirados por la Mafia de Japón. Temidos hasta los huesos un par de niños.

Y al igual que nosotros había crecido, aprendido y mejorado. Alguien como yo lo notaba con facilidad incluso, yo que solía quedarme estancado con frecuencia, perseguido por mis propios pensamientos.

Lo vi llevar un cigarrillo a sus labios. —No tiene que decírmelo a mí, si quería demostrarle algo debió hacerlo enfrentarle como debería ser un hombre de la Mafia. Este ya no es lugar para usted, Nakahara-san.

Su voz ronca y el aliento envuelto en tabaco llego a mí como un suspiro retorcido. Aquella sensación de agotamiento se expandió con un estremecimiento en mi estómago. Quería irme a casa desde el momento en que llegamos al bar y, como le habían enseñado a ser, Akutagawa se había dado cuenta.

Pero me quede, me quede porque mi razón sabía lo que ocurría.

Nuestra razón lo sabía.

Mis pies se deslizaron torpes contra el suelo de madera del departamento gigantesco que compartía con Dazai. Veía la oscuridad como una capa humeante de frialdad y aunque fuese por un instante la risilla entre mis labios se detuvo. Cuando la puerta se cerró me quede quieto allí, en el umbral, admirando la extendida sala y el oscuro pasillo. Sin murmuros desde la televisión o lámparas encendidas entre la espesa noche. Lo supe. Me quedé unos segundos allí, cómodo en mi briagues, hasta que mi corazón comenzó a latir más lento y mis sentidos se volvieron más espesos. La cabeza me pesaba y la piel se me enfriaba.

Corrí.

La gabardina se deslindó de mis hombros de un rápido movimiento y entre los choques en el pasillo caí antes de llegar a la habitación. Me quede un par de segundos allí, arrastrándome en mi intento por levantarme, erguirme contra mis rodillas. Cuando al fin lo logre estaba aún más mareado y la sangre golpeaba contra mis ojos.

Lleve mis manos a la cerradura, temblorosas y congeladas. Abrí la puerta y sin mirar di un paso dentro.

Me detuve.

Allí estaba él.

Me había traicionado con la respiración ya marchita y las dalias rojas salpicando sus clavículas.

Una botella de Whisky vacía.

Una traición. 

Fin.

Algente. ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora